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La muerte de Estuardo Tayo Masías Marrou deja un vacío profundo en el agro peruano. Su nombre queda ligado a la tenacidad, la innovación y la capacidad de transformar el desierto en un espacio fértil. Para muchos, su fallecimiento es una noticia inesperada porque fue un personaje cuya fuerza parecía inagotable. Su vida unió trabajo, disciplina y una visión clara del desarrollo agrícola. Desde joven entendió que el Perú podía competir en los mercados globales si lograba modernizar su campo y apostar por la tecnología.
Nacido en una familia vinculada al mundo agrario, Masías estudió Ingeniería Agrónoma en la Universidad Nacional Agraria La Molina. Su proyecto inicial fue el cultivo de cítricos, idea apoyada por su formación en fruticultura en la Universidad de California Riverside. Sin embargo, la Reforma Agraria de 1969 interrumpió sus planes y lo dejó en una situación económica crítica. Ese golpe no lo venció. Lo motivó a comenzar de cero y lo llevó a explorar la avicultura como un nuevo camino de crecimiento.
Con decisión ingresó al negocio de las gallinas ponedoras. En tiempos marcados por el terrorismo y la inestabilidad, enfrentó amenazas, atentados y condiciones adversas que nunca lo frenaron. Su capacidad para adaptarse fue clave. Desde un pequeño criadero desarrolló procesos innovadores que con el tiempo dieron lugar a La Calera, la mayor productora de huevos del país. Introdujo mejoras en nutrición y manejo animal, logró integrar toda la cadena y convirtió el guano en insumo de producción, dando un ejemplo de eficiencia y sostenibilidad.
A la par del negocio avícola, Masías retomó su prioridad original: la agricultura. Fue uno de los primeros en apostar por el riego tecnificado en el desierto de Ica, cuando muchos dudaban de su viabilidad. Aprovechó de forma precisa cada gota de agua y logró instalar cultivos de mandarinas, manzanas y cochinilla en zonas áridas. Esa apuesta posicionó a Prolan, su empresa agroexportadora, como la principal exportadora de mandarinas del país, con cifras que superaron los US$ 100 millones anuales.
Su impulso permitió que el agro peruano elevara su competitividad y diversificara mercados. La compra y recuperación de las tierras que su familia había perdido permitió consolidar más de 4,000 hectáreas productivas. A partir de ellas Masías diseñó un modelo que integraba tecnología, manejo eficiente de recursos y estándares internacionales. En un país donde la agricultura suele depender de la improvisación, él demostró que la planificación rigurosa y la inversión sostenida podían igualar al Perú con los líderes mundiales.
La Calera también destacó por su enfoque en el bienestar animal y por cumplir estándares como Certified Humane. Esta mirada ética se extendió a iniciativas con impacto social. Un ejemplo fue Tinis Calera, proyecto premiado por su aporte a las comunidades de Ica, al mejorar la seguridad alimentaria y la calidad de vida de cientos de familias. Para Masías, la empresa debía generar riqueza, pero también debía mejorar el entorno donde operaba. Esto lo llevó a crear la Fundación La Calera, una organización que hoy cumple funciones que el Estado no ha logrado asumir.
En los años posteriores al terremoto de Pisco, la fundación construyó más de quinientas viviendas para trabajadores y vecinos. A eso se sumaron programas de salud, educación, apoyo legal y alimentación infantil que atienden a miles de personas. Esa vocación solidaria reflejaba su carácter sencillo y cercano. Quienes lo conocieron recuerdan que trataba con naturalidad tanto a empresarios como a trabajadores. Esa mezcla de liderazgo firme y trato humano cimentó una relación de respeto con sus equipos y con las comunidades de Chincha e Ica.
Masías también tuvo una vida deportiva intensa. Fue remero olímpico en Roma 1960 y campeón en diversas disciplinas. Para él, el deporte era una escuela que enseñaba resistencia, humildad y capacidad de ir más allá del límite personal. Esa formación definió su estilo de trabajo. Prefería la acción a la retórica y creía en el esfuerzo como origen del éxito. Nada de lo que construyó fue heredado. Todo se levantó con perseverancia, riesgo y una convicción profunda en el potencial del país.
En un contexto en el que el discurso político suele enfrentar a la empresa con la sociedad, la figura de Estuardo Masías recuerda que el desarrollo nacional se sostiene en quienes invierten, producen y generan empleo con visión de largo plazo. Transformó desiertos, amplió mercados, creó infraestructura rural y modernizó el agro peruano cuando pocos apostaban por ese camino. Su legado seguirá visible en cada hectárea recuperada, en cada fruta exportada y en las oportunidades que hoy tienen miles de familias gracias a su trabajo. Tayo Masías ya descansa, pero su obra seguirá creciendo.
















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