Editorial Economía

En el Perú todo está listo para despegar

Anotaciones sobre las reformas que necesita el país

En el Perú todo está listo para despegar
  • 05 de diciembre del 2025


El cronograma electoral avanza en el Perú y, a pesar de la crisis política endémica y el fracaso de los políticos, hoy se puede sostener que el país se salva del terrible despropósito que significó elegir a Pedro Castillo, el peor candidato de la historia republicana y el menos preparado. Hace cuatro años votamos, como se dice, con los pies; sin embargo, no caímos al abismo.

El modelo económico, a pesar del descontrol fiscal y la tenue recuperación de la inversión privada, mantiene las principales columnas que lo sostienen. Con el crecimiento en promedio de 3% anual del PBI anual, incluso se alcanza un reconocimiento especial en medio de la mediocridad de los países de la región. Igualmente, las instituciones del Estado de derecho, pese a la polarización política y las guerras procesales, siguen de pie.

El país entonces, con algunos ajustes y un puñado de reformas institucionales y económicas, puede despegar y volver a crecer a velocidad crucero, como lo hacía en la primera década del nuevo milenio. En medio de los pesimismos y los yerros podemos apostar por el optimismo por una sola razón: se mantuvo el Estado de derecho y, a pesar de las evidentes erosiones, se respetó el régimen económico de la Constitución.

Si los peruanos eligen adecuadamente el 2026, y organizando un Ejecutivo y un Congreso con sentido común, el país está listo para emprender el camino al desarrollo. La lista de reformas institucionales y económicas, desde tiempo atrás, está sobre la mesa: reforma del sistema de justicia, liquidando “el procesalismo” que privilegia el trámite antes que la garantía constitucional; reforma del sistema de partidos, eliminando la devastadora burocratización que impuso el progresismo; la desburocratización del Estado para organizar un sistema estatal al servicio de la sociedad y no del burócrata; una reforma tributaria para reducir impuestos con el objeto de multiplicar la inversión y reinversión y producir un shock formalizador; la reforma laboral para establecer flexibilidad en los contratos de trabajo; las reformas de la educación y del sistema de salud y un shock de inversiones para resolver todos los problemas acumulados en infraestructuras.

Si bien la riqueza de una sociedad no proviene de una relación directa entre su dotación de recursos naturales y sus ventajas geográficas, cuando existe Estado de derecho, productividad y competitividad en la economía, las ventajas físicas de un país permiten abreviar, acortar el camino al desarrollo. Es lo que puede suceder con el Perú.

Nuestro país tiene una costa con una profundidad y calado natural que lo convierten en el espacio ideal para construir los puertos que conecten el Pacífico con el Atlántico. Asimismo, el Perú tiene un desierto a lo largo de la costa del Pacífico que crea un ambiente ideal para desarrollar cultivos de frutas y legumbres para la agroexportación, sobre todo si se represan los ríos que nacen con las lluvias en los Andes. Igualmente, el país tiene la tercera mayor reserva de cobre del planeta y es una potencia en la producción de oro, plata y otros minerales.

Si el Perú consolida su Estado de derecho y desarrolla un puñado de reformas institucionales y económicas no es exagerado sostener que, en un poco más de una década, nuestra sociedad se acercaría al desarrollo. No se trata de una novedad: durante el virreinato, por ejemplo, el Perú tenía un ingreso per cápita igual al de España y casi dos terceras partes del ingreso per cápita de Inglaterra que iniciaba la revolución industrial, por la economía de la plata de las minas de Potosí. 

Asimismo, en la primera década de este milenio, cuando el país crecía sobre el 6% y reducía cuatro puntos anuales de pobreza, los economistas y los organismos multilaterales proyectaban que si el país seguía creciendo a ese ritmo en el Bicentenario se alcanzaría un ingreso per cápita cercano al de un país desarrollado. No sucedió así.

En algún momento nuestro país siempre pierde la energía y el impulso necesarios para el desarrollo. Desde la independencia esa forma de proceder parece formar parte de nuestro ser nacional. Si entendemos que semejante tradición debe cambiar y votamos bien en el 2026 en el país todo estará listo para despegar.

  • 05 de diciembre del 2025

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