Editorial Cultura

Phoenix: volver a empezar

Phoenix: volver a empezar
  • 16 de febrero del 2015

Crítica de la más reciente puesta en escena de Diego Lombardi Pollarolo. Uno de los recursos más poderosos del teatro es el enfrentamiento, a través del diálogo, de dos personajes que representan posiciones opuestas con respecto a cualquier tema o problema. Y así parece haberlo entendido el dramaturgo norteamericano Scott Organ en Phoenix. Volver a empezar, la obra teatral que se está representando actualmente en el Instituto Cultural Peruano Norteamericano de Miraflores, bajo la dirección de Diego Lombardi Pollarolo y con la actuación de Natalia Cárdenas y Francisco Cabrera. Sandra y Bruno son una pareja de jóvenes treintañeros, norteamericanos, quienes se encuentran en un café después de un mes de haberse conocido y tenido un romance de una sola noche, un “choque y fuga” como se diría entre nosotros. Sandra ha propiciado el encuentro porque tiene tres cosas que decirle a Bruno: 1) que su noche de amor fue “bastante buena”, 2) que a pesar de ello no quiere iniciar una relación de pareja ni volver a ver a Bruno y 3) que esa noche quedó embarazada, pero ya ha decidido abortar. Y con ello empiezan los problemas y enfrentamientos. Bruno es un hombre solitario, con muchas ganas de iniciar una relación y fundar una familia (y que por ello no tiene ningún problema con la llegada de un hijo); mientras que Sandra es una enfermera “viajera”, que vive apenas por cortas temporadas en cada ciudad y que no quiere hacerse de ningún tipo de compromiso que corte su libertad. La pareja discutirá sobre este tema a lo largo del tiempo, en otros cinco distintos contextos, y en cada encuentro se nota la afinidad afectiva y sexual entre ellos, pero nunca llegan a ponerse de acuerdo. La escena central de la obra se da en la misma sala de espera del hospital donde Sandra ha ido a abortar, en la ciudad de Phoenix (nombre del ave mitológica que renacía de sus cenizas), que da título a la obra. La columna central de toda la estructura de la obra son las conversaciones de la pareja, y en ellas debería descansar tanto la intensidad dramática como los momentos divertidos y de distensión para los espectadores. Pero el humor demasiado “gringo” de Bruno (que en algún momento bromea diciendo que viene del futuro, en un viaje de “turismo sexual”), la aparente falta de emociones de Sandra, y lo repetitivo de las conversaciones, hacen que esos diálogos resulten bastante aburridos y previsibles. La revelación de algunos secretos personales de los personajes (el estado civil de Bruno, el pasado de Sandra) ayuda un poco a entender sus tan opuestas posiciones con respecto a ese aborto, pero no llega a hacer “reales” y humanos a los personajes. La puesta en escena de Lombardi es bastante simple, con una escenografía sencilla y apelando al mínimo de efectos de luces, sonidos, vestuario, y hasta gestos y movimientos. Por eso Bruno más parece un adolescente desconcertado y un poco tonto, que un adulto racional y con experiencia de pareja. Y las inacabables discusiones terminan por aburrir a los espectadores, quienes dejan la sala casi indiferentes ante el destino de la pareja conformada por Sandra y Bruno. 16 - Feb - 2015  

  • 16 de febrero del 2015

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