¿Y ahora por quién votamos?

Como antes de los noventa, los políticos de hoy están desprestigiados. Por esos días, las candidaturas de Ricardo Belmont a la alcaldía de Lima y de Alberto Fujimori a la presidencia de la República crecieron porque estaban en contra de la llamada “política tradicional”. Hoy, debido a los audios difundidos por IDL-Reporteros y por el desempeño mediocre del Parlamento y Ejecutivo, que exaspera a la mayoría de peruanos, toda la política es nuevamente tradicional. O sea, recusable.

En 1990 Mario Vargas Llosa dejó por un momento la literatura para aventurarse como novato en la política pura y dura. Pero se relacionó con ese impopular sector del establishment que, por entonces dirigía el país. Acción Popular (AP) y el Partido Popular Cristiano (PPC) se unieron al movimiento Libertad, organizado por el ahora premio Nobel de Literatura e integrado por caras nuevas en la vida pública. El resultado fue que la izquierda, que votó por Fernando Belaunde en 1980 para cerrarle el paso a Armando Villanueva del Partido Aprista, votó junto al Apra por Alberto Fujimori para cerrarle el paso a Vargas Llosa.

¿Qué hacer ahora casi frente al mismo panorama sombrío? Si bien los audios han servido para demostrar lo obvio, que la corrupción en el sistema de justicia es sistémica, es nefasto que todo gire alrededor de conversaciones telefónicas grabadas de manera ilegal, sin el consentimiento de las partes. ¿Cómo resolvemos la situación de desconfianza generalizada? En la calle la gente se pregunta ¿y ahora por quién votamos? Como si nadie fuera digno de confianza.

Si fuera vecino de Miraflores votaría por Michel Hoffmann, de 32 años. Hoffman ha estudiado Economía y Gobernabilidad en la Universidad Bayreuth, en Alemania. Es decir, tiene una maestría de verdad: 120 créditos y alumno de aula, de manera presencial. No como las maestrías que abundan en Perú, de 60 créditos y la mitad virtual, de universidades de medio pelo. Además, en Alemania funciona el sistema dual. ¡Ojo, pulpines! Se estudia y se trabaja al mismo tiempo. Y todos contentos.

Hoffmann propone resolver el problema del tráfico reformulando las olas verdes de los semáforos, construyendo teleféricos y proponiendo a la Municipalidad de Lima mejorar el sistema de transporte público que le compete. “Es hora de resolver el problema de los autos colectivos que han invadido la avenida Arequipa (y todas las calles del país) y la frecuencia, paraderos y cantidad de buses, tanto del Metropolitano como de la Línea Azul. Miraflores y Lima no pueden seguir siendo ciudades atascadas por la irresponsabilidad de las autoridades y, también, de los conductores y peatones”, nos ha dicho. Propone, además, la construcción de un puerto de cruceros. ¡Ya es hora de que Lima tenga uno y que los turistas de primer mundo desembarquen de manera regia!

Hoffmann no necesita firmar pactos éticos para conocer sus límites como persona privada y pública. Como estudiante, en Alemania ha reforzado su sentido del orden, método, planificación, disciplina y, sobre todo, de puntualidad, tan destacable en Alemania. Nada dejado al azar y a la improvisación como acostumbramos por aquí.

Perú no puede claudicar y dejar que instancias extranjeras vengan a decirnos qué es lo que nos conviene y cómo hacerlo. La renovación la hacemos con los profesionales que tenemos a la mano. Es cuestión de identificarlos y confiar. Se pretende que la burocracia más grande del planeta, enquistada en las Naciones Unidas, venga al país a nombrar jueces y fiscales para mangonear al país de la mano con la izquierda. Como si no hubiera jóvenes como Hoffmann, que pueden dar la talla. Es cuestión de descubrirlos y nada más.