Miguel Rodriguez Sosa

Victimismo activista

Una pesadilla de la razón, que se quiere presentar como justicia

Victimismo activista
Miguel Rodriguez Sosa
22 de abril del 2024


La víctima se ha convertido en la única fuente de autoridad moral de nuestro tiempo. Lo ha afirmado, con esas u otras palabras muy parecidas, la filósofa estadounidense Susan Neiman (
Izquierda no es woke. 2023). Frente a la víctima los demás somos perpetradores o cómplices; no se acepta alegar indiferencia o ignorancia.

La cuestión da para bastantes cuartillas, y en esta oportunidad me remito a compartir una reflexión de las muchas que sugiere. El tema se encuentra enfocado en la “centralidad de la víctima” como sujeto exclusivo de lo que se considere una memoria correcta. Al extremo que ha brotado una doctrina de la “victimización” entendida como el proceso de sufrimiento de una persona por causa de un hecho traumático. Así descrita, la victimización nada significa excepto como relación de una causa con uno o más efectos dependientes. Y resulta más confusa porque esa doctrina afirma que la victimización es superada cuando la víctima convierte en experiencia y memoria el hecho traumático vivido.

Sin embargo, la misma doctrina plantea que la victimización puede ser primaria, secundaria y terciaria. Victimización primaria, en la persona que sufre, de modo directo o indirecto, los daños o consecuencias nocivas del hecho traumatizante. Cuál sea la linde entre directo e indirecto no es en modo alguno aclarado, pero justifica la presentación de la victimización secundaria (revictimización) descrita como un incremento del padecimiento de la víctima generado por la institucionalidad social. En este punto ya no es posible distinguir si el sujeto de la victimización secundaria lo es de manera directa o indirecta respecto del hecho originario. Porque se confunde con el plano de la victimización terciaria en el cual están involucradas personas cercanas a la víctima (¿directa o indirecta?) y “la sociedad en general”.

La tesis de la victimización alega, por consiguiente, que en la sociedad todos podemos calificar como víctimas, excepto el sujeto perpetrador. Salvo que pudiera considerarse al perpetrador también víctima –socialmente estigmatizada– de su propia acción victimizante. El constructo de la victimización así presentado es, pues, una especulación silogística circular y cerrada: se muerde la cola.

El laborioso empeño de edificar un victimo-centrismo es ocioso, pero no inútil. De hecho, es el leitmotiv del quehacer de los tratantes en el rubro de los derechos humanos y, con mayor énfasis, de los cultores de la llamada “justicia transicional” que es un pingüe negocio global de la red planetaria de oenegés.

El aspecto radicular de la victimización es que conduce a la construcción de memorias de los hechos, interesadas más en conmover sensibilidades que en examinar los hechos mismos. Esta característica aparta el victimo-centrismo de la justicia como aspiración a lo que corresponde al sujeto en materia del juicio moral. El victimo-centrismo no aspira a la justicia sino a la imposición de la propia memoria edificada, que en su extremo configura un mito, esto es, pues, una verdad sin hechos.

La memoria víctimocentrista se erige fuera de los márgenes de la razón moral que se expresa con la noción de justicia. Por tanto, carente o infradotada de esa razón se debe imponer recurriendo al poder. No puede sorprender entonces que la caja de herramientas de los agentes del víctimocentrismo contenga todas las palancas, ganzúas, martillos y punzones del activismo. Parafraseando a Unamuno se puede decir que los víctimo-centristas son capaces generar poder venciendo, doblegando, sin necesidad de convencer.

El terreno de la centralidad de la víctima sólo quiere existir en la posición de abuso de dominio; no acepta alegaciones alternativas. Su memoria de los hechos es verdadera en y por sí misma, autosuficiente, y la única evidencia que necesita para afirmarlo es su propia narrativa. Aparece así en toda su envergadura el activismo de la memoria, como el labrado en el Perú por los vicarios y apóstoles de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (Informe CVR. 2003).

La transición del victimismo al activismo es, como he anticipado, un ejercicio de poder, en el que se acepta como “razón” fundamental de su memoria lo que es realmente un instrumento de dominación que se quiere imponer, por parte de los activistas comprometidos, mediante la fuerza coercitiva y, a veces también, mediante la violencia directa. Para estos no cabe espacio alguno de disidencia respecto de la memoria-verdad establecida y consagrada como pensamiento único. Quien no esté en la posición de estricta conformidad con la memoria afincada en la centralidad de la víctima, está del lado del perpetrador del daño, del lado del autor del trauma, o es en persona un perpetrador.

Es aquí donde se asienta la expresión “ni olvido ni perdón”, que no apunta sólo a los perpetradores –reales o presuntos–, sino también a todos quienes pudieran manifestar dudas respecto de la memoria-verdad. Si ésta rechaza el olvido, también rechaza el perdón. Afirma que no se puede borrar el daño o el agravio; por ende, no se puede perdonar. Lo sorprendente es que la amplia mayoría de activistas del victimismo, no son ellos mismos víctimas directas ni afectadas personalmente por el agravio que denuncian; son sujetos de una victimización terciaria que reciben el acto traumatizante como inferido a la propia persona. Un caso típico de transferencia, de interés para psicólogos.

Peor todavía, no solamente se rechaza la posibilidad del perdón sino que discurre y se justifica la deshumanización del imperdonable, puesto que conceder el perdón sugiere, como alega Tzevetan Todorov (Los abusos de la memoria. 2013), un “pacto afirmado sobre el fracaso de la memoria”.

La polarización está entonces pintada y servida con colores vivos y contrastantes. Hay, de un lado, las víctimas y los demás victimizados, movilizados en torno del pendón de sus adalides que resaltará en su paño con letras carmesí las palabras “¡Justicia! ¡Memoria! ¡Dignidad!”; y del otro lado, los imperdonables, los execrados, los confundidos en la cohorte abominable de los perpetradores y sus cómplices.

La escena del triunfo del victimismo es la del arcángel orlado de luz que pisa el cuello de la serpiente agazapada a la que letal hiere con su lanza. En ese cuadro no figura alguna representación de la víctima que fuera también perpetradora, figura excluida de la dicotomía conmemorativa. El problema, sin embargo, es que en la historia reciente del Perú hay víctimas que fueron también perpetradores, en las filas de Sendero Luminoso, por ejemplo, tal y como lo ha señalado Carlos Agüero (Los rendidos. Sobre el don de perdonar. 2015). ¿Y acaso los familiares de esos no son asimismo víctimas y perpetradores por asociación? Pero el ejercicio arrogante del poder activista ha separado tajante a unos de otros, como si eso fuese posible en el mundo real.

El victimismo de los que se consideran víctimas y no lo son aproxima su actitud, más si es activista, woke, a la noción de la banalidad del mal planteada por Hannah Arendt (Eichmann en Jerusalén. 1963), porque revela su automatismo acrítico, cínico y moralmente irresponsable, de dejarse llevar por la inercia del movimiento. En ese sentido, el desvarío victimista y su empoderamiento activista con su memoria-verdad es una pesadilla de la razón que se quiere presentar como justicia. “La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón fenezco….” decía Cervantes en el Quijote del siglo XVII con expresión descarnada de tremenda actualidad.

Miguel Rodriguez Sosa
22 de abril del 2024

NOTICIAS RELACIONADAS >

Salir de la crisis política: ¿desde dónde?

Columnas

Salir de la crisis política: ¿desde dónde?

Huelgan las evidencias de que en el Perú vivimos un estado de c...

29 de abril
El país del despelote

Columnas

El país del despelote

En el Perú vivimos empeñados en liquidar lo que pueda re...

16 de abril
La responsabilidad del elector

Columnas

La responsabilidad del elector

Es corriente, cotidiano afirmaría más bien, que en los m...

08 de abril

COMENTARIOS