Octavio Vinces
Venezuela 2014: ¿Realpolitik o barricadas?
Análisis sobre la crisis política venezolana
Si nos propusiésemos realizar un esfuerzo de síntesis y enumerar las características esenciales del chavismo, como factor hegemónico en la política venezolana de los últimos años, podríamos señalar las siguientes: (i) la conquista y conservación de una base social y política, mediante un clientelismo focalizado en servicios gratuitos, becas y subsidios para los sectores populares, y en el reparto de privilegios a la clase militar; (ii) el mantenimiento meramente utilitario de una institucionalidad política aparente, con elecciones, separación formal de poderes y coexistencia de gobiernos regionales; (iii) un modelo económico, financiado por los ingentes recursos petroleros, que incentiva el mercantilismo y la corrupción a escalas inimaginables; (iv) un discurso exuberante, desmedido y descalificador, que fomenta la intolerancia, la violencia y el odio social; (v) un proyecto geopolítico regional, no exento de episodios de abierto intervencionismo, camuflado bajo el aura de la supuesta solidaridad internacional y tutelado por el régimen cubano; y, finalmente, (vi) la presencia de un líder de singular carisma y dotes comunicacionales indiscutibles.
¿Hasta qué punto la muerte de Chávez y la sucesión de Maduro han modificado este panorama? Está bastante claro que sí lo han hecho en lo que respeta a la última característica de nuestra lista: Maduro es un líder con notorias carencias, ni el más chavista de los chavistas se atrevería a refutar esta verdad. Pero por otro lado, a la luz de los últimos acontecimientos, ¿no resultaría un exceso de candidez concluir que «no hay chavismo sin Chávez»?
A estas alturas es evidente que el llamado al levantamiento civil a principios de este año arroja un balance desfavorable para la oposición democrática. La autoinmolación de Leopoldo López, que sigue preso y sin perspectivas de ser liberado en el corto plazo, no ha logrado generar mayor presión interna y externa en contra del régimen. María Corina Machado fue desaforada del parlamento —de manera ilegítima, como suele actuar el chavismo—, y es ahora acusada de orquestar un supuesto plan magnicida. Dos alcaldes opositores fueron también destituidos y, pese a que sus seguidores arrasaron con el chavismo en las recientes elecciones de sus respectivos municipios, continúan detenidos y encausados judicialmente. Pero además de todo esto, el liderazgo de Henrique Capriles Radonski, quien propugna una estrategia electoral despojada de inmediatismos y no apoyó el levantamiento, ha sufrido de manera frontal los estragos de la tentativa fallida. Estragos que parecen acentuarse ahora, cuando ya resulta claro que el diálogo propiciado por el gobierno fue un mero placebo y la unidad de la oposición luce resquebrajada por la dura crítica interna a un Capriles insoportablemente apático para muchos. Y si reparamos en que la candidatura presidencial de Capriles en el año 2013 fue capaz de arrebatarle un alto porcentaje de votos al chavismo dentro de los sectores en que este es tradicionalmente fuerte, y en que el fracaso de las barricadas podría conllevar un fortalecimiento (innecesario) de la figura de Maduro, el resultado final puede ser doblemente negativo para las aspiraciones de los demócratas venezolanos.
La clase media de las principales ciudades de Venezuela está crispada, y tiene razones para estarlo: devaluación, inflación, escasez, ineficiencia estatal, corrupción, desempleo y una inseguridad ciudadana de magnitudes dantescas. Este sector fue siempre ignorado por el chavismo que, en un alarde de pragmatismo, concentró sus dádivas en los sectores que conforman su base política. Se entiende que estudiantes universitarios y otros ciudadanos de las clases medias hayan salido a manifestarse con una intensidad no vista antes. Pero también es cierto que ni los sectores populares ni la clase militar se han visto seducidos por las barricadas. Al menos no de manera notoria. Por el contrario, la presencia de grupos armados ejerciendo violencia contra las manifestaciones ha sido una constante, incentivada además por el discurso del gobierno. Sumémosle a esto la apatía casi generalizada de la comunidad internacional y el oportunismo de empresarios adhiriéndose en acto público a los acuerdos derivados de una esperpéntica «Ley de precios justos», y tendremos una visión más panorámica de la situación: Chávez murió, y con él su carisma y lenguaraz verborrea. Pero el chavismo y sus otros rasgos primordiales no han muerto todavía. No del todo.
Sobre el final de la Odisea, Telémaco desearía descargar su ira espontánea y juvenil en contra de los abyectos pretendientes de su madre, la reina Penélope. Esto no acarrearía más que consecuencias fatales para él mismo, pues sus enemigos son muchos y notoriamente más fuertes. Para su fortuna, la presencia protectora de su padre Ulises —insignificante en apariencia, disfrazado de mendigo— no sólo logra refrenarle, sino que además le guiará hasta la ocasión precisa para llevar a cabo su venganza. La sabiduría de este clásico enseña que la paciencia y el sentido de la oportunidad son virtudes fundamentales para quien se traza objetivos serios en la vida. Pero además, como dijera Felipe González durante sus años de lucha antifranquista, la candidez en política se paga a veces con la vida. Y a veces toda la vida.
Por Octavio Vinces
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