Carlos Adrianzén
Una golondrina
Con la izquierda en el gobierno vivimos una larguísima sequía inversora
Esta semana los peruanos tuvimos motivos para estar contentos. La burocracia de turno gestionó la Asamblea Anual 2024 del Foro Asia-Pacífico y se inauguró el megapuerto de Chancay. Muchos esperan hoy que ambos eventos impliquen una explosión de inversiones. Algo así como un antes y un después en la performance económica del Perú. Pero para que esto pase de ser una declaración y se convierta en el despertar de un auge inversor hay un gran trecho. Se requiere más destrabe y trabajo que entendibles entusiasmos.
Específicamente, para no caer en otro de esos momentos de optimismo fútil, resulta necesario establecer algunos cables a tierra que nos protejan de un entusiasmo eléctrico. Es decir, identificar –y resolver– los retos que nos permitan pasar de las declaraciones hacia los hechos. Para hacerlo el primer paso implica conocer dónde estamos ahora. Y reconocer que estamos lejos.
El largo plazo peruano
Resulta normal –en naciones subdesarrolladas– enfocarse exclusivamente en el muy corto plazo. Ignorar las tendencias que no nos gustan. El Perú acaba de recuperar la estabilidad nominal que perdió en los días de la pandemia. Actualmente la inflación se ubica cerca de su meta. Algo que –en comparación a otras naciones de la región– despierta optimismo, pero que no nos debe llevar a la complacencia.
Aunque hoy se hable de recuperaciones productivas incipientes, nuestra economía para nada ha recuperado el ritmo de crecimiento económico robusto de una década atrás. Es más, desde el 2013 su dinamismo se ha deteriorado sostenidamente (ver primer gráfico -Cable a Tierra A-).
Si dejamos el sesgo cortoplacista, y analizamos nuestro Largo Plazo desde 1990, no tenemos por qué razones sonreír. Las dos figuras del gráfico revelan que: (1) el alto crecimiento del producto por habitante post noventas (acompañado de una severa reducción de la incidencia de pobreza), ya es cosa del pasado; y (2) que el crecimiento promedio fue nulo en los últimos cinco años (el periodo 2020-2024). Aunque muchos sostengan que se mantuvo el modelo –sin tener mayor fundamento para justificar esta creencia– reingresamos redondos hacia una senda de mayor subdesarrollo relativo. Cambiamos el rumbo, bajo un manejo abiertamente socialista-mercantilista.
Con la izquierda en el poder –bajo diferentes poses con Humala, Kuczynski, Vizcarra, Sagasti, Castillo y Boluarte– la opresión económica y política regresó; y con ella un festín de deterioro de la gobernanza estatal. Más incumplidores de la ley, corruptos e ineficaces burocráticamente, la inversión privada colapsó. Ya no crecimos al ritmo requerido y lógicamente, la pobreza se enervó.
Entre el 2012 y el 2024, todo esto pasó casi sin ser discutido. Se van desarrollando diferentes interpretaciones sobre qué hacer y hacia dónde ir. En estas lo obvio quedó omitido. Son tiempos de un discurso de izquierda.
Sin embargo, el segundo cable a tierra (B) nos lleva a reconocer otros dos hechos estilizados. El primero nos recuerda la correlación directa entre la reducción de la incidencia de pobreza (expresado en el subgrafo de la izquierda por su predictor, el producto por persona en términos reales) y los influjos recibidos de Inversión Extranjera. Recordémoslo: esta última es el componente líder de la inversión privada y ella, del crecimiento económico peruano.
En español simple, según la figura (C), desde 1990 a la fecha, cuando los extranjeros encuentran atractiva la plaza, la pobreza local se reduce. Y cuando esta es trabada desde el gobierno, la pobreza explosiona. Aquí, los hechos abrazan lo que resulta una suerte de blasfemia para muchos ideológicamente despistados.
El segundo hecho nos recuerda otro tema también vedado en la discusión cotidiana. Y es que la correlación entre los productos por habitante del Perú y los Estados Unidos de Norteamérica resulta escandalosamente alta en el largo plazo (ver subgrafo de la derecha). Nos va bien cuando a ellos les va bien. Por ello –y aunque le rompamos el corazón a Kamala Harris y Nancy Pelosi–, esperemos que al buen Donald Trump las cosas le vayan de maravilla. Lo contrario –ceteris paribus– nos pegaría donde más nos duele.
El Castillo de Chancay
La madre de la Señora Diana Boggio Amat y León construyó un simpático castillo en el Pueblo de Chancay. Un ejemplo atemporal de empuje femenino. Desde hace un tiempo este lugar viene dibujando el centro de diversiones de este extraordinario puerto. Gracias a su ubicación geopolítica y la visión de un grupo de marinos y pobladores locales, así como del gobierno chino, ahora Chancay tiene inesperadamente un megapuerto global. Algo que ha alborotado especialmente a competidores latinoamericanos.
Alusivo al megapuerto y su Castillo, el tercer Cable a Tierra (C) implica el detalle medular. Tanto el subgrafo de la derecha como el de la izquierda descubren que la última inversión significativa en nuestro país sucedió hace muchos años atrás. Que con la izquierda –caviar y extrema– en el gobierno, los peruanos vivíamos en una larguísima sequía inversora. La construcción del megapuerto en Chancay dibujó un baño de optimismo.
Omitiendo al puerto, la izquierda en el gobierno fue exitosa produciendo pobreza. Estancó la inversión privada (a un nivel deprimente, cercano al 20% del PBI) y contrajo los influjos de Inversión Extranjera Directa al país. Ellos hicieron lo previsto. Debilitaron instituciones, y hasta dilapidaron más de cinco billones de dólares en la modernización de la refinería de Talara. Pero no se deje engañar estimado lector, un gasto estatal que da cuantiosas pérdidas no es Inversión. Es solo consumo.
Siendo esto así, esta maravilla tecnológica-geopolítica ubicada en Chancay implicó algo muy raro. Casi increíble. Una inversión de escala en el Perú gobernado por la izquierda. Este detalle deja una interrogante que se aclara y comprende mejor cuando observamos –en el Cable a Tierra D–: ¿cuánto y cómo crece la inversión en el Perú, desde 1990 a la fecha?
El Perú actual espanta a la inversión global (ver subgrafo de la izquierda). Se invierte dentro de un esquema mental extractivista (ver subgrafo de la derecha). Las rentas que extrae de sus Recursos Naturales se dan de la mano con sus patrones de Formación de Capital. Este año el Premio Nobel de Economía se asignó a tres investigadores, dos de los cuales descubren que hacer esto no es una buena idea. Que deberíamos abandonar la receta de los mercas y los burócratas caviares, y limpiar un estado opresor, corrupto e ineficaz.
Las áreas de mejora
Como en todos lados, a mucha gente se le ha dado por etiquetar los errores garrafales como iluminadas áreas de mejora. Y esto no es cierto. Los errores se multiplican. Las áreas de mejora nos refieren a la profundización de los aciertos, no de los errores (ver cable a tierra E). No ministerios, ni Petroperús. Si usted trata de explicarle esto a una gobernante de izquierda, ara en el desierto.
Cuando, en un ambiente de debilidad institucional –dentro del cual la burocracia no deja de corromperse y se habla de la supuesta necesidad de alguna abyecta mayoría congresal para el próximo gobierno– lo lógico resulta que se persista destruyendo. Trabando inversiones extranjeras o se saqueen –expropien indirectamente– jubilaciones privadas en las AFP. Nada ha sido pues casual en el Perú de la última década.
Por eso el megapuerto resulta una excepción. Y los sueños de una explosión de nuevas inversiones conexas, si no son algo improbable, dibujan un enorme reto. Un reto que –dada nuestra debilidad institucional– ha enervado a diferentes burócratas trabadores y depredadores locales y globales.
Reflexión de cierre
En síntesis: tendremos razones consistentes para sonreír solo cuando nos esforcemos efectivamente para atraer las inversiones paralelas y las complementarias. Una afiebrada retórica puede ser incluso contraproducente. Podemos creer que todo cambió, cuando poco ha cambiado. Y no olvidemos el punto: las cifras del largo plazo peruano nos machacan que aún la inversión privada persiste colapsada.
Una golondrina no hace verano. Después de todo, existen las golondrinas despistadas (tanto como los dragones avispados).
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