Francisco Swett

Trump: estudio en contrastes

El punto de convergencia del amor y el odio en EE.UU.

Trump: estudio en contrastes
Francisco Swett
13 de enero del 2020


Con el paso del tiempo, la forma de hacer política en los Estados Unidos empieza a parecerse cada vez más a la nuestra: sectaria, poco reflexiva, ideologizada y prepotente. Antes cabía decir que los americanos estaban “unidos por el medio” (“joined at the middle”), hoy están separados al punto de que los insultos han superado a las ideas en los diálogos. ¿Es este un tema de fondo o de forma nomás? Dicho de otra forma, la apariencia de gentilidad en el pasado, ¿era solamente una fachada? La respuesta no es tan sencilla. En el pasado hubo discrepancias serias y profundas, pero el decoro primaba en las actitudes de los senadores, representantes del Congreso, y en el asiento del Poder Ejecutivo. 

Hoy las posiciones ideológicas abarcan los extremos: desde el racismo abierto a la proliferación de posturas socialistas. Los blancos, evangélicos y menos educados, que constituyen el grueso de muchos estados sureños y del medio oeste, tienen puntos de vista encontrados con los habitantes de las costas este y oeste, más educados, más jóvenes y no necesariamente blancos (incluyendo los abundantes contingentes de afroamericanos, hispanos y asiáticos). En el medio de esto, el punto de convergencia del amor y el odio se halla en la figura de Trump, un presidente que no calza en ninguno de los moldes previos de mandatarios. 

La costura que sostiene el imperio de la ley (rule of law) es fuerte, como lo son las instituciones de la democracia americana. No obstante ello, la personalidad recia y a ratos caótica de Trump confronta esta circunstancia característica de la democracia americana. La pugna entre Ejecutivo y Legislativo es ácida; Trump busca por todos los medios nominar jueces federales y supremos, pretendiendo voltear la interpretación de la ley a su favor. Ha vulgarizado el uso de Twitter como arma cortopunzante de denuesto y justificación de sus posiciones triunfalistas, sin ahorrar expletivos contra sus oponentes; el uso de “realidades alternas” (alternative facts), como sus partidarios denominan a sus cambiantes interpretaciones de la realidad, son todos los arbitrios que usa para mantener su popularidad. Sus recias posturas le han permitido dominar en forma absoluta al partido Republicano, quedando así sus integrantes sujetos a la voluntad imperial del jefe de Estado y gobierno. 

Le ha ayudado el hecho de que, contra todas las predicciones, la economía lo ha apoyado en forma certera al lograr las más altas marcas en Wall Street y bajar la tasa de desempleo al 3.7%. Ha doblegado a la Reserva Federal para que vuelva a bajar las tasas de interés; está por firmar la primera fase de un acuerdo comercial con China que baja las tensiones y permite vislumbrar mejores días en el comercio entre los dos países.

El presidente ha demostrado, por otra parte, que ningún campo de discusión o geografía está fuera de su alcance. Busca ahora doblegar a Europa imponiendo tarifas arancelarias de 100% a los vinos de Francia y España, y mantiene a los alemanes al filo de sus asientos con posibles restricciones comerciales a la importación de vehículos. Todo esto ocurre luego de que participó activamente a favor del Brexit y tiene a Boris Johnson, primer ministro británico, como un aliado incondicional que requiere de la aquiescencia de la Casa Blanca para navegar las aguas de su nueva circunstancia. 

¿Quo Vadis? Trump tiene varias papas calientes en su plato. La pugna con Irán, enardecida y luego desinflada en materia de días, no está terminada ni remotamente. Trump y Jamenei tienen los mismo objetivos: mantenerse en el poder, y cada cual actuará de acuerdo a su conveniencia haciendo la danza de la guerra pero evitando irse a las manos. Los artículos de la interpelación (impeachment) serán pasados por la Cámara de Representantes al Senado para ser juzgados. La expectativa universal es que, respondiendo a la mayoría republicana, el presidente saldrá indemne, pero la actitud del líder de mayoría, el senador Mitch McConnell, de ir a un juzgamiento rápido y contundente, sin aceptar la comparecencia de testigos, puede resultar en un bumerán, sea porque resulta inaceptable para la opinión pública de entre los indecisos o para el juez mayor de la Corte Suprema, quien debe presidir sobre el juicio y ha mostrado ya tener una opinión y actitud independiente. Finalmente, Trump debe afrontar montones de demandas que representan riesgos, incluyendo el juzgamiento de si debe o no mostrar sus declaraciones de impuesto a la renta de años pasados.

Trump es un estudio en contrastes en una sociedad crecientemente irreconocible y dispersa. Al momento, los demócratas no parecen contar en sus cuadros con personajes que aguanten las embestidas “del Donald”. Es un tema de atención mundial, el sitio favorito del ego más descomunal del momento.

Francisco Swett
13 de enero del 2020

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