Darío Enríquez

Toxicidad mediática destruye a nuestra sociedad

Tres décadas y dos generaciones hechas trizas

Toxicidad mediática destruye a nuestra sociedad
Darío Enríquez
06 de julio del 2021


Somos testigos privilegiados de lo que podríamos llamar el final de la farsa republicana en nuestro Perú. Desde la falaz independencia hasta hoy, han sido doscientos años de deriva y una ilusión desesperada. En el extremo de un pesimismo evidente, se constata que no hay luz al final del túnel; ni siquiera hay túnel, solo tinieblas por doquier y la fantasía de estar iluminados por providenciales luciérnagas.

Y aunque estos problemas ya eran denunciados hace casi siglo y medio por José Manuel de los Reyes González de Prada y Álvarez de Ulloa –el recordado maestro Manuel González Prada, también víctima de miseria mediática– lo que hemos padecido y venimos padeciendo los peruanos durante los últimos treinta años no tiene precedente. En el siglo XX el fascismo y el comunismo llevaron la manipulación mediática, la propaganda artera y las técnicas de control social a niveles inéditos. El siniestro Joseph Goebbels, ministro nazi de Ilustración Pública y Propaganda (¡qué nombrecito!), con sus ideas y acciones, es el "santo demonio" de quienes gustan tales prácticas totalitarias. Muchos de ellos han hecho un festín en nuestro Perú del siglo XXI. Y lo siguen haciendo.

Si queremos llevar adelante la necesaria desintoxicación mediática de nuestra sociedad, debemos saber cómo ha sido todo el proceso. Hay quienes atribuyen este fenómeno a la ignorancia –siempre la ajena, nunca la propia– de muchos peruanos. Que la educación de las mayorías es paupérrima y eso hace fácil el trabajo de los felones. Que los ricos, que los pobres, que las clases medias, que los curas, que los militares, que los políticos, etc.

Es probable que haya algo de cierto en lo que se dice. Pero eso no ayuda a un diagnóstico cabal que permita operar, intervenir y restaurar el equilibrio social hecho pedazos. Recordemos que el pueblo más educado de Europa, y tal vez del mundo en su momento, el alemán en la primera mitad del siglo XX, sucumbió al trabajo demoníaco de Goebbels y sus esbirros. La educación formal sin duda juega un rol; pero cuando es controlada por los totalitarios se convierte en nocivo instrumento contra la sociedad y a favor de oscuros intereses.

¿Cómo es que pasó esto en nuestro Perú? Digamos en principio que la desinformación, la manipulación, la censura y las llamadas fake news, son un fenómeno mundial. Las campañas de desprestigio y de demolición mediática contra el adversario son tan antiguas como la civilización misma. Sin embargo, cada país tiene particularidades y según gestionen sus líderes, puede tratarse de problemas aislados que el poder legítimo controla, o concertación delictiva de ciertas voluntades ejerciendo el poder ilegítimo y hasta tomando control del poder formal. Esto último es lo que está sucediendo en nuestro Perú.

Los felones afirman jactanciosos que mientras más grande y morbosa una mentira, las masas creerán más en ella. Suele ser cierto. En especial cuando ya se ha logrado instalar una animadversión –justificable o no– contra el personaje a convertir en víctima. Vemos lo que deseamos ver y oímos lo que deseamos oír. Es el llamado sesgo-de-confirmación, un fenómeno psicológico que es aprovechado muy eficazmente por la manipulación mediática. Somos atrapados por una mentira que explota nuestras fobias y nuestros prejuicios.

Otra estrategia que usan los discípulos de Goebbels es la saturación o implantación por repetición. Aprovechando el control material y operativo de los grandes medios de comunicación, repiten una y otra vez una burda mentira hasta convertirla en (falsa) verdad para mentes sometidas por ese mecanismo. Cualquiera de nosotros puede caer. Es como aquella canción tan pegajosa como odiosa y desentonada, que no nos gusta pero no podemos evitar escucharla por doquier. Poco a poco va penetrando nuestro subconsciente y de pronto nos encontramos tarareándola o trayéndola a nuestra memoria, sin percatarnos de ello. Piense usted si no le ha sucedido.

Pero el artificio por excelencia es aquel que, combinando todos los medios posibles, instala supuestos hechos nunca acaecidos o sucedidos de modo totalmente diferente, en un espacio que llamamos "dominio público". Si algo se convierte falsamente en "dominio público", ni la más sólida evidencia en contra podrá revertir sus efectos. 

Muchas veces se trata de supuestos hechos, convertidos a "dominio público", que por su naturaleza abiertamente delictiva deberían implicar consecuencias concretas con difusión de nuevos indicios, corroboración, contraste, confirmación o eventual retractación, enjuiciamiento, sentencia y sanción. Las consecuencias pertinentes no se dan simple y sencillamente porque los hechos que se pretende de "dominio público" son falsos; sin embargo, las mentes tomadas por este tipo de manipulación seguirán creyendo en ellos ¿Cuántos casos recuerda usted, amable lector, en que se ha expuesto mediáticamente supuestos graves hechos delictivos y luego no hay una secuencia lógica de otros hechos que se darían si esos hechos iniciales fueran ciertos? Seguramente que muchos. Es curioso, hasta hoy hay mucha gente que pide castigo contra el expresidente Manuel Merino por los 80 "desaparecidos y torturados" en las protestas que forzaron su dimisión. Sabemos que todo fue una ficción perpetrada por quienes conspiraban (con éxito) contra Merino. 

En nuestra realidad, como se ha estudiado en otras, probablemente encontremos una suerte de paradoja respecto de la manipulación mediática. Contra la idea de que es muy fácil manipular a gente ignorante y poco educada, creemos que –en forma contraintuitiva– sería más fácil manipular a gente con mayor educación formal. Un factor sería que como se conoce bastante bien la visión estructurada que nos provee la educación formal, es más asequible encontrar esos puntos de sensibilidad en mentes forjadas por esa estructuración. Por contra, entre los menos educados, la diversidad, complejidad y difusa estructura en sus visiones del mundo, hace más difícil llegar a ellos con la eficacia que se tiene entre nuestras clases medias.

Pero otro factor complica más las cosas para nuestros compañeros de viaje : la pérdida o ausencia de un enfoque crítico. El día-a-día condiciona mucho la manera en que nos informamos. Si la educación formal no incluyó ese enfoque crítico, luego es casi imposible acceder a él. Si la educación formal si incluyó tal enfoque crítico, es muy fácil perderle si no se ejercita. Agregando a ello que "no tenemos tiempo" y que tendemos a consultar muy pocas fuentes, a veces una sola; y si son varias, todas con sesgo similar, entonces seremos materia dispuesta, abierta y fatal para la manipulación mediática de los felones.

La toxicidad mediática destruye a nuestra sociedad. Llevamos tres décadas y dos generaciones hechas trizas, con una tercera casi en decadencia cuando apenas viven la adolescencia. Con el agregado de una gran resistencia a reconocer que sufrimos esa tóxica manipulación. El gran Mark Twain lo resumió genialmente: “Es más fácil engañar a la gente que convencerla de que han sido engañados”.

Darío Enríquez
06 de julio del 2021

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