Manuel Gago

Swing y detenciones arbitrarias

Sigue la justicia como espectáculo

Swing y detenciones arbitrarias
Manuel Gago
04 de octubre del 2020


Las detenciones –que incluyen chaleco policial y esposas– denigran a las personas e impactan en la sociedad. Para la mayoría, el chaleco “detenido” y las esposas significan culpabilidad. No obstante, según las leyes y el sentido común, las personas acusadas son inocentes hasta que se demuestre su culpabilidad en un proceso judicial. Las personas no son culpables porque lo señala un titular o una imagen denigrante; son culpables por sentencias firmes y consentidas en la última instancia del Poder Judicial. 

Por intereses, se acusa y veja sin misericordia. Las imágenes recientes de Richard Swing (Ricardo Cisneros) y los otros detenidos sería otra estrategia de distracción y demolición. ¿Acaso para presentarlos como culpables con el fin de desmerecer sus testimonios y pruebas contra otros implicados en las investigaciones? ¿Acaso la policía destinada a los delitos de alta complejidad participa de un plan político? ¿Acaso para ocultar el avance del narcotráfico y de Sendero Luminoso en la Amazonía, el número significativo de personas fallecidas por Covid-19 (por errores en la estrategia sanitaria) y el gasto excesivo realizado durante la pandemia? 

Un misionero rumano establecido en la selva central nos ha contado sobre el ocultamiento, sometimiento y persecución organizados contra la población durante la dictadura comunista en Rumania. Nicolae Ceausescu –derrocado por las multitudes pocas semanas después de la caída del socialismo por el derrumbe del muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989– no entendió los aires de libertad que soplaban fuertemente detrás de la cortina de hierro. Las declaraciones públicas de un pastor evangélico contra el régimen comunista rumano, y la represión en su contra, iniciaron el fin de la barbarie socialista. El dictador ordenó a los militares y policías disparar contra la población que protestaba contra el régimen. Finalmente, en la Navidad de 1989, un tribunal condenó a muerte a Ceausescu por los cargos de genocidio y enriquecimiento ilícito. 

La Securitate, la policía política rumana, la más numerosa y temida de los países del bloque comunista, reclutó más de medio millón de informantes. El aparato estatal de control ciudadano otorgaba privilegios a los hijos por espiar a sus padres, a los alumnos por espiar a sus maestros, a los obreros por espiar a sus jefes, y demás. Los niveles de traición eran insostenibles y deprimentes. Para quienes todavía mantienen la memoria intacta, Rumania era una prisión, un país de un solo relato y sin oposición pública. Nadie estaba libre de ser oído y visto por los comisarios de Ceausescu. Los acusados de cargos contra el Estado eran presentados públicamente con propósitos de escarmiento. El terror ciudadano se extendía. 24 años después del socialismo rumano, la respuesta de la población fue la misma. La gente salió a las calles y enfiló contra Ceausescu con la misma brutalidad con que el presidente comunista se mantuvo en el poder. Cumpliendo la sentencia de muerte, todas las balas de las escopetas del escuadrón de fusilamiento terminaron en los cuerpos inertes de Ceausescu y su esposa. El ensañamiento cerró otro capítulo de la historia rumana. 

Hoy, las tecnologías de comunicación reemplazan a los informantes de la Securitate, Stasi de Alemania oriental, KGB rusa y otras policías políticas del comunismo. Hoy, un artilugio oculto graba conversaciones inmorales e ilegales. El terror es reemplazado por el morbo de la gente, atenta a los contenidos de las grabaciones para regocijarse presumiendo pureza y honestidad. En este juego perverso de grabaciones clandestinas y traiciones se desarrolla la política y la vida peruana. Miedo a conversar libremente porque alguien podría estar grabando nimiedades para distorsionarlas y utilizarlas con fines políticos, de venganza, de despecho, de odio y hasta por placeres demoníacos. Como si Caeusescu estuviera vivo y fuera peruano.

Manuel Gago
04 de octubre del 2020

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