Carlos Adrianzén
Soy latinoamericano; ergo, subdesarrollado
El estancamiento y empobrecimiento generado por la izquierda regional
El fondo puede ser difícil de encontrar, particularmente si estamos a oscuras o intoxicados. Esta afirmación tiene especial valía si buscamos comprender por qué razones D. Acemoglu y J. Robinson, los premios Nobel de Economía 2024, tienen razón explicando el fracaso de todas las naciones de la región.
Técnicamente hablando, hoy en Latinoamérica ni siquiera analizamos nuestra data, parecemos ideológicamente intoxicados. Nos creemos ricos siendo pobres, y a rajatabla. Creemos que hemos aplicado todas las recetas y que todas han fracasado, por razones supuestamente ajenas. Desde Cuba hasta Costa Rica, todavía se repite que todo estaría bien extrayendo, expropiando discrecionalmente y dejando el resto a la coyuntura (vía políticas fiscales y monetarias keynesianas bastardas). Sobre esto se podrían escribir docenas de libros enfocando cómo tenemos más de dos siglos equivocándonos.
Adam Smith tenía razón cuando escribía La riqueza de las naciones, y se refería al absurdo mercantilismo de los virreinatos portugueses y españoles (en el espacio geográfico de la región). Aún hoy el asunto de fondo en la región es institucional. Las reglas no respetan lo que sería un Sistema de Libertad Natural. Se apuesta por oprimir. Venezuela, por ejemplo, entre los cincuentas y sesentas, dibujó la única nación latinoamericana que –entre dictaduras y democracias light– rozó estándares de primer mundo; pero que pronto regresó tozudamente al socialismo-mercantilista. Y con ello, a la pobreza, la corrupción burocrática y el subdesarrollo económico.
Desde el Río Grande hasta el Cabo de Hornos, vaivenes temporales aparte, los latinoamericanos nunca escapamos de la oscura ideología de los opresores prehispánicos, ni del reacomodo virreinal de los criollos de toda la región. No es casual reconocer que es la única región del planeta donde no se ha dado un solo caso de desarrollo económico.
Para complicar esta observación merece destacarse que –en estos más de doscientos años de soledad, en términos de buen juicio económico– abundan los episodios de realismo mágico colombiano. En estos siglos abundan las ilusiones de que esta vez sí funcionarían controles de precios dizque justicieros, emisiones monetarias disque reactivadoras, rigidez cambiaria, o déficit fiscales, dizque estructurales.
La Latinoamérica de hoy: tres ejemplos
Para aterrizar lo anterior nada mejor que enfocar tres casos sugestivos: el Chile que reinventó Pinochet, el Perú que destruyó Velasco y la Nicaragua que gobierna el satanismo de Ortega y Murillo. Y estemos advertidos: desde su aparición, en Latinoamérica lo usual es que todo cambie, para que nada cambie.
Enfocando su actual performance –en la cual viene perdiendo dos puntos porcentuales del producto global en dos décadas– las diferencias nacionales se estrechan. Comparando a los mal llamados exitosos (i.e.: Panamá, Costa Rica, Uruguay o Chile); con los escondidamente estancados (i.e.: México, Brasil o Argentina); o con los extremadamente fracasados (i.e.: Bolivia, Cuba, Nicaragua o Jamaica), descubriremos muchas más similitudes que diferencias. Sus reglas son tales que hasta los Recursos Naturales configuran una maldición.
Hoy por hoy, el sello regional resulta de diferentes matices de opresión política y económica. Y esta se refleja en el incumplimiento de la ley, la corrupción e ineficacia burocráticas y otros planos de una deficiente gobernanza estatal (Ver gráfico I).
Considerando que el producto por persona en dólares constantes resulta un predictor sólido de sus tasas de incidencia de pobreza, su gradual empobrecimiento y estancamiento ya no se puede esconder.
¿Qué pasó aquí?¿No éramos naciones ricas? ¿Cómo es posible que hoy los productos por persona de un chileno, un peruano o un nicaragüense apenas bordeen el 15.9%, 7.3% o 2.5% del similar de una nación rica, como Suiza? ¿Acaso no nos sentíamos los campeones, tanto del manejo ortodoxo cuanto de las revoluciones socialistas? Pues no. Solo hemos sido una manga de naciones llenas de oprimidos de nuestros dictadores y sus enchufados.
Desde los días de los Castro y sus genocidios; de Menem y sus errores; o de Pérez y sus confusiones; se repite: poder que no abusa, no es poder. Se usan desde visiones marxistas estructuralistas huachafosas, hasta las confusiones sobre reformas de mercado de segunda generación (como Caballos de Troya para introducir pócimas neomarxistas o globalistas).
El neomarxismo en la tierra de los mercaderes socialistas
Cuando, gracias al trabajo compilador de A. Kraay et al, el Banco Mundial hace públicos estimados globales de gobernanza para todo el planeta (WGI), la realidad institucional de la región se hace difícil de esconder.
En el Gráfico II queda claro quién es más rico y menos prostituido institucionalmente y… quienes no. Y por qué. En promedios nacionales, un chileno es pobre comparado con un suizo, pero es mucho más rico que un peruano, y un peruano resulta exquisito, comparado con un pauperizado nicaragüense. Y es que en Chile el cumplimiento de la ley o el control de la corrupción de sus burócratas –ya alta– es mucho mayor que los estimados para Perú o la desastrosa Nicaragua.
Las diferencias pues son visibles. Cuando unos son mucho más incumplidores de la ley y más burocráticamente ineficaces que otros, ahorran y captan inversiones a ritmos exiguos. Pero –nótese– todos las naciones de la región caen dentro rangos globalmente deplorables. Ni son democracias ni se desarrollan. Y por supuesto, el declive resulta solo el correlato.
Mucho más que populismo
Sí, estimado lector. El declive regional implica mucho más que las usuales irracionalidades fiscales y monetarias destacadas desde los años setenta a la fecha. Implica un tránsito institucional intermitente hacia el socialismo-mercantilista. O, en buen español, al totalitarismo. Sí, como en Cuba, Corea del Norte, Nicaragua o Venezuela. No es casual que Lula, Sheinbaun, Maduro o Boric admiren el severo fracaso económico cubano. El declive productivo registrado es solo una necesaria precondición.
Ver, por ejemplo, en la tercera figura, las correlaciones de los seis estimados de gobernanza para el caso peruano en el lapso 1996-2023. A Mayor deterioro de cuatro de los seis índices aludidos, la pobreza emerge consistentemente. Necesitan pobres, repite el guerrillero-influencer Gustavo Petro.
¿Es posible salir del hoyo? (estando ciegos o intoxicados ideológicamente)
Es posible, pero también resulta altamente inverosímil. Para los latinoamericanos resulta casi irrelevante que el mismísimo Banco Mundial machaque nuestra consistente miseria institucional por casi tres décadas. Urge pues entender lo que nos pasa y –por supuesto– revertir las cosas.
Esto no será nada fácil. Reconozcámoslo, Marx fracasó, Marcuse ganó. Desmontar los valores neomarxistas de la burocracia, las escuelas y los medios regionales implica una tarea muy impopular. Es una tarea de pronóstico reservado incluso en la Argentina de Milei o en los Estados Unidos de Trump.
Y este es justamente el reto que enfrentan los gobiernos latinoamericanos hoy. ¿Lo entenderán quienes nos gobiernan? ¿Lo entenderán quienes candidatean? ¿Haremos que lo entiendan?
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