Erick Flores

Siria, el Estado y las guerras

La posibilidad de una tercera guerra mundial está siempre presente

Siria, el Estado y las guerras
Erick Flores
17 de abril del 2018

 

El último ataque a Siria por parte del gobierno de los Estados Unidos no ha dejado a nadie indiferente. Se trata de un conflicto de grandes proporciones porque también involucra al gobierno de Rusia, principal aliado del régimen de Bashar al-Ásad. Y desde que Hillary Clinton, en su cargo de secretaria de Estado de los Estados Unidos, propuso financiar a los rebeldes dentro del territorio sirio, con la intención de quitar del medio al gobierno ruso, la tensión entre las potencias no ha dejado de crecer. Todo este asunto se resume en el interés geopolítico que tienen ambos gobiernos en Siria, un territorio privilegiado para propósitos políticos y económicos.

Detalles más, detalles menos, lo cierto es que en esta disputa por controlar más territorio, justos pagan por pecadores. La indignación mundial tiene su base en las miles de víctimas mortales que este conflicto ha dejado desde sus inicios. Al margen de las simpatías y antipatías que pueda generar el régimen sirio, el apoyo del gobierno ruso o la estrategia de intervención por parte del gobierno de los Estados Unidos, creo que todos estaremos de acuerdo en que la actuación de los gobiernos en perjuicio de la sociedad civil es algo que debemos rechazar. En este sentido, tan deleznable es un ataque militar por parte del gobierno de los Estados Unidos en nombre de “la democracia y los derechos humanos”, como los más de cuarenta años que la familia Asad viene gobernando con mano de hierro al pueblo sirio. Aquí no puede haber un doble estándar, si defendemos a la población siria de los misiles del gobierno americano también debemos defenderla del ataque de su propio gobierno.

Pero con todo lo que se ha dicho hasta el momento —desde irresponsables y tendenciosos anuncios sobre una tercera guerra mundial hasta las ideas más ocurrentes sobre las profecías bíblicas que alarman a creyentes— un detalle importante se va quedando fuera de la óptica general. Paradójicamente se trata de una de las ideas más viejas y conocidas en filosofía política, y es el propósito de las guerras en el proceso de conquista y expansión del poder político y del Estado. Si revisamos la historia más reciente vamos a encontrar que las guerras que la humanidad ha tenido que sufrir siempre han nacido de la voluntad de sus gobernantes. Eso forma parte del código genético que comparte cada eslabón que compone la clase política en general. Y esto es, sociológica e históricamente hablando, una realidad incontrovertible.

A final de cuentas, la posibilidad de una tercera guerra mundial podría estar siempre presente en un contexto donde la ambición de la clase política por expandir sus dominios y apropiarse de los recursos que hoy se consideran valiosos no tiene límites. En todo caso, lo que tenemos que ir entendiendo en este escenario es que la guerra es la salud del Estado; ni la sociedad civil en Siria, ni la sociedad civil en los Estados Unidos, ni la sociedad civil en Rusia van a verse beneficiadas de toda esta escalada de jugadas y contrajugadas que vienen haciendo los mandatarios de los países en conflicto. La sociedad civil no tiene interés alguno en el proceso de conquista de territorios y recursos —hoy conocido bajo el nombre de “geopolítica”— que los Estados modernos vienen emprendiendo desde el siglo XVII, época en la que se ubica históricamente su nacimiento.

En la época antigua, el ser humano luchaba con sus semejantes para apoderarse del mejor lugar de caza o para establecer un dominio cerca de un río. El propósito era conseguir una posición de privilegio que le permita incrementar sus expectativas de supervivencia. Hoy en día, la clase política dirigente hace exactamente lo mismo: en la pugna por establecer una hegemonía frente a sus competidores, busca la mejor forma de asegurarse una condición que le permita pararse sobre el resto y así garantizar su supervivencia en medio de privilegios. La única diferencia relevante, salvando las naturales distancias, es que la lucha no llega a ser tan predatoria como en la época antigua. En el ejercicio del poder político no vamos a Trump y Putin matándose a pedradas. Lo que sí vamos a ver es un conflicto diplomático bastante inteligente por parte de ambos, eso que hoy alegremente podemos llamar “relaciones internacionales”.

 

Erick Flores
17 de abril del 2018

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