Sin libertad ni ética no hay ciencia ni futuro

El penoso espectáculo que hemos vivido en las últimas dos semanas, con el enésimo deplorable gabinete de Pedro Castillo, supera cualquier previsión, incluso la más pesimista. Si se tratara de hacer las cosas mal con el insano propósito de reventarlo todo, no se llegaría a tanto. A estas alturas de vivir siete meses de horror con el más impresentable Poder Ejecutivo que podamos imaginar en nuestro Perú, espero que alguna pizca de vergüenza haya en quienes, con su voto o su indiferencia, permitieron que el peor candidato de todos llegara a la más alta magistratura.

Lo que más llama la atención en este desbarajuste caótico de la fallida conformación del gabinete de ministros y la segunda propuesta, tan impresentable como la primera, es la presencia de un excientífico, a quien califico como tal porque en los últimos años lo he visto ir de despropósito en despropósito, hasta llegar a barbaridades como afirmar que una persona miente o no debido a su origen territorial: “un andino no miente”.

Hoy, tan pintoresco personaje renuncia a toda honra y decoro, solo para hacer realidad el sueño del ministerio propio. Una calamidad. Alguna vez fue un científico respetable, hoy se ha convertido en un puppet al servicio del peor de los gobiernos que se tenga memoria en 200 años de historia en estos territorios del sur.

Otros personajes de las izquierdas se han mostrado absolutamente reducidos a escombros cuando han tolerado las peores desgracias encarnadas en funestos e improvisados politicastros encaramados en el poder, solo porque podían recoger las migajas que ellos les arrojaban ¡Qué vergüenza, Verónika! ¡Qué vergüenza!

Hace un tiempo, en redes sociales empezó a circular el hashtag #SinCienciaNoHayFuturo. Fue una campaña interesante en la que muchos participamos de buena fe. Al final, uno de quienes había hecho parte del lanzamiento de pronto apareció como candidato. Logró una curul y, sin duda alguna, gran parte de su éxito al ser elegido congresista tiene que ver con ese lanzamiento mediático, junto al innoble aprovechamiento de circunstancias pandémicas con ofrecimientos “científicos” que nunca llegaron, por lo cual deberá responder algún día. Un tema trillado.

Es que sin ética no hay ciencia ni futuro. Imposible. Hay conocidos defensores de ideas liberticidas, en nombre de un falsario bien común; con ellos adheridos al poder nunca podremos tomar el rumbo correcto para construir un mejor futuro. No hay sustituto para la libertad. Y sin ella, la terrible opción del zoológico humano llega a nosotros lacerante y condenatoria.

¿Qué hacer? Poner en evidencia a los apóstoles del averno, a los adoradores del matadero humano, a la insanía del “patria o muerte” (¿la muerte de quién?) que se responde con el valeroso “patria y vida” de la resistencia libertaria en la cautiva Cuba. No podemos ser tolerantes con quienes ponen en peligro lo que tanto ha costado lograr. Si bien falta mucho por hacer, es inaceptable que se destruya lo avanzado. Debemos abrir espacios para que el bienestar se propague mucho más.

Las evidencias materiales son más que claras. No hay que cambiar de camino, hay que mejorar radicalmente la gestión, incluyendo una lucha menos visceral y más inteligente contra la corrupción. Está en nuestras manos. Sin quebrar el orden constitucional, debemos impedir que los heraldos del totalitarismo logren sus propósitos. Palabra de libertario.