Patricio Krateil

Revisionando el feminismo

Tres mitos refutados por la ciencia

Revisionando el feminismo
Patricio Krateil
12 de marzo del 2025


Tras la reciente manifestación feminista del 8 de marzo, considero necesario analizar los sesgos ideológicos en los que incurre principalmente la izquierda para intentar aclararlos con un enfoque basado en la ciencia. 

Es importante resaltar que no soy biólogo ni médico; sin embargo, como indicaba Antonio Escohotado, en la actualidad tenemos la Biblioteca de Alejandría al alcance de un clic. En este sentido, lo verdaderamente complejo no radica en divulgar lo que cualquier persona puede investigar gracias a la tecnología, sino en reconocer y corregir errores derivados de creencias e ideologías previas.

Primer mito: El cerebro del hombre y la mujer son iguales 

Desde el feminismo supuestamente académico, se nos ha repetido constantemente que no existen diferencias cerebrales significativas entre hombres y mujeres, mucho menos que comportamientos, preferencias o ciertas conductas puedan estar influenciados por rasgos biológicos. Por el contrario, feministas como la teórica izquierdista, Judith Butler han sostenido que el “género” no es un fenómeno "biológico", sino una construcción socio-cultural. En otras palabras, las personas conforman su “género” al ajustarse a las normas sociales que dictan los roles en su determinada cultura. Ahora bien, me pregunto: ¿quién definió la primera norma social de “género”? ¿En qué se basó si no había cultura previa? ¿Por qué no pudo ser la biología la primera fuente de influencia?

Hay que comprender que los rasgos innatos del ser humano están condicionados por sus cromosomas, es un absurdo pretender que el cerebro sea la única parte del cuerpo que no lo esté.

Sin embargo, no solo Butler aborda este tema. Otro ejemplo es Cordelia Fine, psicóloga que argumenta que las investigaciones científicas que afirman diferencias cerebrales innatas entre hombres y mujeres están sesgadas. Un argumento que roza la falacia de generalización apresurada o falsa causa.

Pero, ¿qué nos dice la ciencia al día de hoy respecto al cerebro del hombre y la mujer? 

Por el lado de las neurociencias, podemos encontrarnos al psicólogo británico, Simon Baron-Cohen, quien sostiene que existen diferencias cerebrales innatas entre hombres y mujeres. El inglés asegura que los cerebros masculinos tienden a ser más sistemáticos y analíticos, mientras que los cerebros femeninos se caracterizan por una mayor empatía y habilidades sociales. 

Por si fuera poco, Baron-Cohen sugiere que estas diferencias cerebrales pueden ser responsables de las distintas preferencias y habilidades que comúnmente se observan entre hombres y mujeres. Por ejemplo, los hombres suelen mostrar más interés por actividades que implican sistemas, como la ingeniería, mientras que las mujeres tienden a interesarse más por la comunicación emocional. Es decir, no es el patriarcado el que hace que no haya más mujeres en ciencias, sino las preferencias innatas de los sexos. 

Tanto es así que el neurólogo, concluye que tanto los hombres como las mujeres tienen capacidades valiosas, pero sobre todo complementarias; palabra considerada heteronormativa y patriarcal para el progresismo hegemónico. 

No obstante, para disipar dudas sobre si estas conclusiones son aisladas o no representan a la ciencia académica, acá algunos otros autores que han secundado fuertemente al autor británico.

Por ejemplo, según Kosslyn et al. (2001), los hombres tienen cerebros más grandes, pero las mujeres son más eficientes en tareas sociales y verbales. También, tenemos a Takahashi et al. (2001) donde se encontró que las mujeres tienen mayor densidad de células en áreas relacionadas con la comunicación. Además, Halpern (2000) descubrió que los hombres destacan en habilidades espaciales y matemáticas, mientras que las mujeres sobresalen en memoria y tareas verbales, apoyando la teoría de Baron-Cohen sobre el "cerebro sistemático" de los hombres y el "cerebro empático" de las mujeres.

Segundo mito: La transexualidad es una decisión o un acto de rebelión contra la heteronormatividad impuesto por el patriarcado. No existen rasgos biológicos que determinen dicha condición (transexualidad).

Respecto a este tema, el reconocido neurobiólogo de la Universidad de California, Arturo Álvarez-Buylla, es uno de los principales exponentes de la teoría sobre la sexualización de los gametos y del cerebro, procesos que ocurren en diferentes momentos del desarrollo embrionario. Es decir, los testículos y ovarios no se sexualizan en el mismo momento que el cerebro.

Durante la sexta semana del embarazo, el embrión desarrolla testículos u ovarios según sus cromosomas sexuales (XX o XY). Si está presente un cromosoma Y, se activa el gen SRY, lo que estimula la formación de testículos y la producción de testosterona. Si no hay cromosoma Y, se desarrollan ovarios, los cuales producirán estrógenos, definiendo el desarrollo sexual femenino.

Más adelante, durante el desarrollo fetal, la exposición del cerebro a hormonas sexuales (testosterona y estrógenos) determina diferencias en su estructura y función neuronal. Por ejemplo, en los embriones con testículos, la testosterona viaja al cerebro y se convierte en estradiol dentro de las neuronas, lo que masculiniza el cerebro. En cambio, en embriones sin testículos, la ausencia de testosterona permite que el cerebro siga un desarrollo típicamente femenino.

Esta explicación embriológica contradice la idea de que la identidad de género es una construcción cultural. En algunos casos, la conversión de testosterona en estradiol no ocurre de manera típica, lo que podría influir en variaciones. Cuerpo de hombre y cerebro feminizado. Esto sugiere que la autopercepción sexual, sentirme hombre o mujer no siéndolo biológicamente, no es una elección voluntaria o una reacción contra las normas sociales patriarcales como dicen las feministas, sino que tiene en muchos casos una componente biológica hormonal.

Además de Álvarez-Buylla, Milton Diamond propuso que el cerebro tiene una predisposición biológica a la identificación ya sea masculina o femenina, desafiando de esta forma la noción de que esta es puramente un producto de la socialización y los elementos culturales.

Tercer mito: Los roles de “género” son parte de un discurso patriarcal y son una imposición heteronormativa.

Para ponerse al día. El feminismo típicamente entiende los roles de género como la mujer encargándose del hogar y el hombre siendo proveedor. Mujer hogar, hombre trabajo, entendido de una forma muy simple. El feminismo desea destruir estos roles para así liberar a la mujer de lo que ellas llaman una opresión sistemática del hombre.

Sin embargo, este tipo de roles, que ciertamente han existido a lo largo de la historia, aunque no siempre de manera ética ni jurídicamente válida, no excluye la existencia de factores netamente biológicos. Ello indica que los llamados roles de género no son la consecuencia de una opresión, sino de una suerte de memoria morfológica del cuerpo. 

En todo caso, si la fuerza del hombre contribuyó a la opresión sistemática de la mujer en la antigüedad como se indica el feminismo, esa opresión estuvo vinculada a lo que la mujer le nace hacer naturalmente. No es que se la oprimiera con el fin de que se encargara del hogar, sino que se la oprimió a pesar de que se encargara de él o de tareas relacionadas.

En ese sentido, es importante tomar al psicólogo cognitivo, Steven Pinker, quien es autor de varios libros sobre la mente humana y ha abordado el tema de los roles de “género” desde una perspectiva biológica y evolutiva. 

Pinker critica la idea de que todas las diferencias en los roles son puramente construcciones sociales. Sostiene que hay diferencias promedio entre hombres y mujeres en términos de intereses, temperamento y habilidades, muchas de las cuales están influenciadas por la evolución.

Su insistencia racional y científica en la influencia biológica sobre los roles de género lo ha puesto en desacuerdo con feministas que sostienen que las diferencias son puramente sociales, a punto tal que ha sido víctima de ataques cibernéticos por parte de estas radicales e incluso siendo en algunos casos censurado académicamente por presiones de parte de círculos feministas

Steven Pinker, también confeso psicólogo evolucionista, sostiene que, a lo largo de la historia humana, tanto hombres como mujeres han enfrentado diversas presiones adaptativas que han moldeado sus comportamientos.

Por ejemplo, la tradicional división del trabajo en sociedades primitivas—donde los hombres se dedicaban más a la caza y las mujeres a la recolección y el cuidado de los hijos—ha sido un factor, según Pinker, que ha influido en el desarrollo de habilidades y comportamientos distintos entre el hombre y la mujer.

Estas diferencias evolutivas habrían llevado a que, en promedio, los hombres desarrollaran una mayor propensión hacia actividades que implican riesgo y competencia, mientras que las mujeres podrían haber desarrollado una mayor inclinación hacia la empatía y el cuidado. Una propuesta de roles significativamente complementaria a los cerebros distintos explicada anteriormente de la mano de Simon Baron-Cohen.

De más está mencionar, que estos son datos generales y que sin lugar a dudas existe una exposición a la cultura y sociedad que definitivamente influye. Pero el ser humano no es únicamente cultura, como tampoco es únicamente naturaleza. Si fuera el primero sería un dios autorrealizable a sí mismo y si fuera el segundo una bestia incapaz de pensar y discernir.

No obstante, este tipo de afirmaciones científicas nos ayudan a interpretar que hay una razón detrás del típico e histórico cuidado del hogar y sensibilidad de la mujer y el carácter más empresarial y brusco del hombre.

Por si no bastara con Pinker, una mujer, Louann Brizendine, en sus dos libros The Female Brain (2006) y The Male Brain (2010) concluye que hay diferencias significativas en la estructura y el funcionamiento del cerebro entre hombres y mujeres. Argumenta que la oxitocina, la dopamina y la testosterona influyen en la forma en estos procesan emociones, toman decisiones y manejan el estrés.

Tras analizar la enorme cantidad de literatura científica disponible, se concluye que muchos de los comportamientos, actitudes, preferencias y aptitudes que diferencian al hombre de la mujer, están significativamente influenciados y, en ciertos casos, condicionados por factores biológicos.

En palabras sencillas, no somos un constructo social; somos un producto natural. Esto no implica que no podamos pensar y mejorar, pero sin aceptar que existe una esencia formada, todo esfuerzo desmedido por omitirlo, como pretende el feminismo a rajatablas, será siempre un fracaso. Al final, lo único que lograrán será llenar nuevamente de ideología al mundo, algo que el marxismo ya hizo.

Patricio Krateil
12 de marzo del 2025

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