Miguel Rodriguez Sosa

Revelando más de las oenegés

Sus oscuros trasiegos con los millones de dólares y euros que reciben del exterior

Revelando más de las oenegés
Miguel Rodriguez Sosa
30 de junio del 2024


El registro de la APCI –Agencia Peruana de Cooperación Internacional– al mes de mayo del 2024 comprende poco más de 1,800 oenegés (organismos no gubernamentales de desarrollo, ONGD). En ese número sólo se considera las entidades que necesitan del registro en la APCI para poder operar, lo que debe entenderse en el sentido estricto de “para conseguir recursos económicos”, como lo estipula el artículo 3 numeral 1 de la Ley N° 27692, Ley de Creación de la APCI.

La vasta relación de oenegés en la APCI registra más de 500 “asociaciones”, unos 180 “centros”, similar cantidad de “institutos” y otros cientos de “organismos” de muy diverso ámbito de actividad, incluyendo algunos realmente estrambóticos. Que el registro publicado por la APCI sea en orden alfabético de las entidades y que no discrimine aquellas que anteponen en su nombre la sigla “ONG”, que debería ser genérica, resulta en una extensa y opaca relación que dificulta el examen de lo que tendría que ser un registro por rubro de actividad y no por denominación; así tendríamos el panorama más claro.

En este punto no será excesivo un poco de historia. Las oenegés aparecen en la escena a partir de que en ésta se devela la relación Norte-Sur vinculada al desarrollo, en la segunda mitad del siglo XX, con el impulso inicial a la reconstrucción europea de posguerra que sucedió al Plan Marshall. Es así que se crea la Organización Europea para la Cooperación Económica (OECE), en abril de 1948, y la ONU empezó a auspiciar crecientemente instituciones y programas de cooperación que se inscribieron rápidamente en el espacio de la confrontación capitalismo/comunismo de la guerra fría, que fue trasfondo de la eclosión del concepto de desarrollo con participación de la cooperación internacional en el esquema Norte-Sur. La idea floreció y surgió la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) con sus programas de apoyo al desarrollo.

Lo curioso es que la idea inicial fue tildada de eurocentrista en el decenio de 1960 y la noción de “Sur” fue capturada por el progresismo internacional como sucedáneo de la idea revolucionaria de vertiente marxista-leninista (y castrista en América Latina) que fracasaba en sus propósitos subversivos. En la Conferencia sobre la Cooperación Técnica para el Desarrollo del PNUD, realizada en Buenos Aires en septiembre de 1978, delegaciones de 138 estados adoptaron por consenso el llamado BAPA (Buenos Aires Plan of Action) para constreñir ese eurocentrismo, apropiarse del discurso desarrollista, promover y consolidar la “cooperación para el desarrollo” Norte-Sur a la vez que articulaba la relación Sur-Sur entre los sujetos de esa cooperación.

En con ese marco que aparecen en el Perú las oenegés como entidades orientadas en su actividad a la “promoción del desarrollo”, en el período en que alcanzaba sus límites el desarrollismo neocivilista del belaundismo y se expandía e hiper-centralizaba el desarrollismo tecnoburocrático de Velasco. Las oenegés surgen en nuestro país inicialmente con objetivos asistencialistas diseñados por grupos pequeños de progresistas que habían tenido “experiencia en desarrollo” en el Estado y fueron excluidos de la gestión estatal básicamente a partir de 1973. Su gran fortuna fue descubrir la existencia de suculentas fuentes de financiamiento no estatal europeo, actuante en paralelo al existente entre estados y dirigido a la promoción del desarrollo: el de agencias confesionales como Misereor, otros brazos de entidades cristianas comprometidas con la llamada doctrina social de la iglesia y  fuerzas políticas social-liberales y socialdemócratas que se forjaron inicialmente en el asistencialismo Norte-Sur, pero que pronto derivaron a la novedosa promoción del desarrollo involucrada en acciones en las que la población beneficiada no fuera simplemente objeto sino agente. Para eso se necesitaba los artífices que vinculen a los poseedores de los recursos económicos con los beneficiarios activados como sujetos sociales y es así como rápido se forma una pléyade de “promotores del desarrollo” que naturalmente se organizan en oenegés.

El momento crucial para las oenegés en el Perú como caso singular de esta historia, es aquel en que sus integrantes se definen colectivamente como desarrollistas-progresistas de izquierda alineados con la versión más difusa de la opción preferencial por los pobres propia de la Teología de la Liberación mezclada con la revolución socialista por etapas –originaria de la Nueva Izquierda– y consiguen que la concepción europeísta del desarrollo sea pronto sustituida por la del cambio social como vehículo de ese desarrollo asociado a la noción de justicia social.

Es entonces que las oenegés empiezan a transitar el camino que las distingue en los últimos 40 años de la historia del Perú, vertebrado por su vinculación orgánica a lo que apareció con el nombre de movimientos sociales impulsados a su vez por activistas operando en un doble plano: el de la promoción del desarrollo con cambio y el de la representación política de esos movimientos. El fenómeno cristalizó en la tríada configurada por el movimiento para el cambio social (actor del colectivo social) dinamizado por oenegés promotoras del desarrollo con cambio social (actor inductor de movilización) que a su vez están formadas o dirigidas por activistas (actor de poder político) presentes explícita o subrepticiamente en partidos políticos en el difuso y fluido espectro que va de la izquierda progresista a la izquierda extremista.

Es muy importante señalar que desde las propias oenegés se haya mencionado sin tapujos que, en esta dinámica, ellas no debían aparecer como actores del proceso de movilización sino, más bien camuflarse, “estar detrás”, porque se asume que el participante que debiera figurar, el que se trata de fortalecer mediante la movilización y su visibilización, el protagonista, es el movimiento social; y se asume también que la intervención de los partidos políticos es colateral y que podría ser observada incluso como actuación a contrapelo, porque si bien a los partidos se los considera portadores de roles decisivos de representación su naturaleza vanguardista arriesga disminuir la figuración del movimiento como actor propio de la denominada sociedad civil.

Entonces ha florecido una narrativa en la cual un sector del colectivo social, el movimiento, actúa con la supuesta autonomía que le dictan sus intereses y anhelos propios, con el apoyo de las oenegés que brindan visibilización, cobertura y protección al movimiento en acción, en relación de cooperación y conflicto con partidos políticos acompañantes. Narrativa tan conveniente como falaz porque lo que en la realidad acontece es que el movimiento (un sector de población) es activado y dinamizado por actores políticos (de partidos) que fungen de promotores de causas de cambio para el desarrollo (en oenegés) pero enarbolando plataformas abierta o subrepticiamente políticas. En fin, que el colectivo social pone el cuerpo y la masa, la oenegé el activismo y los dineros, y el partido político la plataforma de objetivos, que es, sintomáticamente, coincidente con los objetivos estratégicos de la oenegé.

Volvamos al presente. En el Congreso de la República hay en giro un proyecto de ley que aborda la situación de las oenegés en relación con la seguridad nacional y el orden interno de la República. Esta propuesta legislativa quiere prescribir que si alguna oenegé hiciera actividades de “activismo político” que, en esencia, están disociadas de su naturaleza de promoción del desarrollo, debería ser enérgicamente sancionada incluso con la deshabilitación de su autorización legal para operar. Con precisión el proyecto de ley postula como infracción “muy grave” cometida por o desde una oenegé “Financiar o destinar los recursos de la cooperación técnica internacional o de las donaciones provenientes del exterior hacia actividades que hayan sido declaradas administrativa o judicialmente como actos que afectan el orden público, la propiedad pública o privada, la seguridad ciudadana, la defensa nacional y el orden interno” (cambio en el Art. 21 de ley de APCI).

Este propósito legislativo ha generado un clamor condenatorio desde el mundillo de las oenegés y –muy significativamente– desde los actores políticos asociados, poniendo meridianamente en claro lo que las oenegés pretenden encubrir y que es, por propia confesión, su actuación subrepticia, disimulada, del “estar detrás” de los movimientos sociales activados generalmente con prácticas de violencia coercitiva (paros y similares) y de violencia activa (vandalismo y similares) como en los casos del denominado movimiento antiminero propagandizado y respaldado por una red de oenegés y, más reciente, en los movimientos agudamente causantes de conflictividad social como contra la producción agro-exportadora y la industria forestal. Es público y notorio el empeño de oenegés dinamizando, impulsando y financiando la organización y actividades de esos movimientos, desarrollando capacidades de vocería, impartiendo cursos de liderazgo “comunitario” y generando estructuras de defensa legal de los involucrados en actos contra el orden público.

No puede ser considerado circunstancial, puramente episódico, singular, que oenegés como Aprodeh (Asociacion Pro Derechos Humanos), a su vez parte de la red CNDH (Coordinadora Nacional de Derechos Humanos) estén siempre presentes en la representación de presuntas víctimas causadas por alteraciones del orden. Ni que oenegés como Grufides (Grupo de Formación e Intervención para el Desarrollo Sostenible) o Cooperaccion (Acción Solidaria para el Desarrollo) se hagan presentes siempre del lado de quienes alteran el orden con violencia en los denominados conflictos socioambientales. Las demandas de fractura social, los reclamos extremistas, las movilizaciones inducidas que se contraponen a proyectos de desarrollo bajo el supuesto de defensa de derechos antecedentes o emergentes, cuentan siempre con la presencia de las oenegés y sus discursos justificadores, sostén logístico y aparatos de defensa legal que, en absolutamente todos los casos, son también espacios de la actuación de fuerzas políticas izquierdistas.

Tamaña ingenuidad sería, pues, no reconocer que estos tres agentes: movimiento, oenegé y partido político, marchan hermanados. Entonces, deberá de concederse plena justificación al proyecto de ley en el Congreso que prescribe reprimir el activismo político y el uso de recursos de la cooperación para el desarrollo, por parte de las oenegés que rechazan identificarse como brazos de fuerzas políticas izquierdistas disruptivas.

Este examen es independiente del que concierne a la actuación de las oenegés de conformidad con su naturaleza. Sería torpemente ingenua la indagación sobre cuáles son los resultados de la promoción del desarrollo (con cambio social) dinamizados o impulsados desde las oenegés. Y eso porque, en primer lugar, nadie sabe en el Perú cuáles sean esos resultados medidos y registrados en efectos y resultados tangibles, no en “impactos” ficticios o evanescentes. ¿O alguien ha medido en nuestro país el aporte de las oenegés al desarrollo social? En segundo lugar, porque –lo afirmo– esa información no existe. Cualquiera que conozca lo mínimo suficiente del mundillo local de las oenegés sabe que en la generalidad (tal vez absoluta) de los casos no generan ni presentan indicadores de logro efectivos que puedan ser sometidos a la auditoría pública, en verdad, ni siquiera a la auditoría del Estado, tampoco a la de las “fuentes cooperantes”.

Si para algo han servido las oenegés en casi medio siglo de nuestra historia, ha sido –y hay hasta novelas al respecto– para proporcionar un cómodo nivel de vida para la usual oligarquía de sus directivos y un mezquino pasar para sus subordinados: han configurado una facción de clase media distintiva con presencia en esferas sociales y económicas, también políticas. Pero hasta en su labor de formadores de opinión no pueden mostrar resultados. Nadie en su sano juicio se cree el cuentazo de que las oenegés representan a la sociedad civil.

Los más suspicaces –creo estar entre ellos– aducen que el griterío condenatorio contra el proyecto de ley que modifica la ley de la APCI en realidad expresa el temor de las oenegés porque se descubra sus oscuros trasiegos con los millones de dólares y euros que reciben del exterior y de los que –bien lo sabemos algunos– no rinden cuentas claras, suscitando sospechas de enriquecimiento ilegal y lavado de activos cuando menos. Desde la APCI se han elevado denuncias del destino desconocido –o no justificado– de unos s/ 3,000 millones que habrían recibido oenegés en años recientes, y desde la Unidad de Inteligencia Financiera de la Superintendencia de Banca y Seguros, con reportes sospechosos (ROS) de operaciones bancarias por centenas de millones en manos de oenegés.

Miguel Rodriguez Sosa
30 de junio del 2024

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