Juan C. Valdivia Cano
Relativismo y relatividad
En el conocimiento no podemos prescindir de las perspectivas
En la virreinal Lima, a fines de los setenta, en un evento consagrado a los cien años del nacimiento de Einstein en la bella casona sanmarquina del Parque Universitario, me atreví a preguntar a Mario Bunge –conferencista invitado y experto epistemólogo– qué le parecía el ensayo de Ortega y Gasset, “El sentido histórico de la teoría de Einstein”, que aparece en uno de sus sustanciosos libros: El tema de nuestro tiempo. Bunge respondió muy escuetamente recorriendo presuroso todo lo ancho de la imponente sala que nos acogía, micro en mano, saco celeste blandiendo como bandera argentina y, poniéndose en mi delante, respondió: “Es correcta, otra pregunta”. Eso fue todo. Para mí fue suficiente. No estaba seguro de haber entendido al maestro y tuve el descaro de dudar de él: ¿habrá entendido bien a Einstein?
Ortega me parece el gran filósofo del siglo XX, y lo prefiero por varias razones a Heidegger a quien muchos consideran en ese puesto eminente. El maestro español tiene todo lo que el filósofo alemán; pero además una minuciosa, clara y sencilla prosa de la que su abstracto colega carece. No solo habla del “ser” en abstracto, se ocupa de todos los seres y cosas imaginables en concreto, enrumbadas hacia una espléndida universalidad. Desde la humilde bicicleta, revelador signo cultural holandés y piedra de toque para entender lo humano… sin ser demasiado humano; hasta el descubrimiento de la Antártida para el sentido de la aventura, el concepto de elegancia y el papel de la paradoja en la actitud del genio. O el significado de la obra de Einstein que abordamos ahora en este artículo.
La prosa de Ortega está hecha amablemente para el lector y la otra parece a la medida del hitleriano ego del ex rector de la Universidad de Friburgo durante el régimen nazi. Ortega siempre fue un antinazi, uno de los grandes liberales europeos, para empezar. Se puede decir que mientras Heidegger habla del ser en su abstruso e inextricable alemán, el maestro español lo pone en acto en vivo y en directo. Aunque no como lo merece, Ortega es conocido internacionalmente, sobre todo en los países iberoamericanos; pero menos que Heidegger, a pesar de su jugosa, profunda, límpida y agradable obra, aquella que inventó la “cortesía con el lector”.
Sospecho que ese ninguneo se debe al hecho de ser un filósofo hispano probablemente. Tener apellido francés, germano o anglosajón da más status en filosofía, y no solo en filosofía. Lo confirma Mario Vargas Llosa en La llamada de la tribu recordando al maestro Ortega : “Si hubiera sido inglés sería otro Bertrand Rusell, como él un gran pensador y al mismo tiempo un notable divulgador. Pero era solo un español, cuando la cultura de Cervantes, Quevedo y Góngora andaba por los sótanos (la imagen es suya) de las grandes culturas modernas” (p.98). Pero voy al grano.
Si don José Ortega y Mario Bunge tienen razón, en mi opinión eso significa lo siguiente: la idea principal del filósofo Ortega en su artículo sobre la Relatividad es diferenciarla del relativismo moderno que viene del Renacimiento, (con el antecedente de Protágoras en la Grecia antigua), que se confunden e identifican en la cultura popular y aún en el mundo intelectual, donde muchos consideran una sinonimia entre ambas: es uno de los más importantes equívocos en el pensamiento de nuestro tiempo creer que relativismo y la Teoría de la Relatividad son lo mismo y da lo mismo. Y esta confusión tiene consecuencias globales.
La Relatividad es probablemente lo contrario del relativismo y su superación a la vez, lo que implica la superación del absolutismo pre-einsteniano y a la vez su enriquecimiento. Ocurre que el relativismo moderno, desde Galileo, parte de la idea de que el tiempo y el espacio son absolutos, eternos e ilimitados. “Con relación a” ese tiempo y a ese espacio considerados, sentidos y vividos como absolutos (y solo en relación con ellos, nada más) nuestros puntos de vista humanos serían relativos en el sentido de limitados en el espacio y en el tiempo y de ahí nuestras –supuestas– imperfectas, erróneas, parciales, equívocas, subjetivas, relativas, opiniones humanas, siempre en sentido peyorativo.
Basta pensar en el lugar que ocupa nuestro pequeño cuerpo en comparación con el espacio supuestamente infinito. Y con el tiempo eterno en relación con nuestro destino inevitablemente mortal, para sentir el cosquilleo angustioso de nuestras –supuestas– limitaciones en comparación con esos “absolutos”, si lo fueran. “Relativo a” significa exactamente lo mismo que “en relación con”, por si acaso. Los puntos de vista se consideran peyorativamente relativos solo porque creemos en ese carácter absoluto de la pareja cuasi divina espacio-tiempo con los cuales los comparamos.
Pero llegó Einstein con el siglo XX y, a partir de su teoría, el tiempo y el espacio ya no son más considerados absolutos sino relativos a (“en relación con”) nuestro punto de vista. Se volteó la tortilla. Por eso ahora entendemos que la sensación de lentitud o rapidez del tiempo (en una de sus versiones) depende de nosotros, depende del sujeto, de su estado de ánimo, de la circunstancia que vive y de cómo la vive y que el tiempo no nos es externo. Borges lo ha dicho como nadie (“ese río que nos devora, ese tigre que nos desgarra… ese fuego que nos consume”). Hay visitas, decía Alfredo Bryce por su parte, que aunque estén solo unos pocos minutos en casa parecen siglos.
Todo depende del sujeto, el tiempo está en relación con él, no él en relación con el tiempo, que ahora pasa a ser lo relativo. Emancipación de los tiranos absolutos. Pero el absoluto no desaparece sino que se enriquece con nuestra humana relatividad ahora sin sentido peyorativo. Cortazar cuenta en Rayuela que “Oliveira tendía a admitir que su grupo sanguíneo, el hecho de haber pasado la infancia rodeada de unos tíos majestuosos, unos amores contrariados en la adolescencia y una docilidad para la astenia, podían ser factores de primer orden en su cosmovisión: era de clase media, era porteño, era colegio nacional y esas cosas no se arreglan así no más”
Esas cosas, al parecer, pesaron tal vez más que sus padres en su destino de escritor. Hay relatividad, pero no relativismo. No es la calle, es la manera como se presenta ante nosotros, es su representación en nuestra mente y en nuestro cuerpo lo que cuenta. Hablamos a partir de nuestras representaciones, no de la realidad objetiva. Por eso el mundo es representación (Arthur Schopenhauer). Fenómeno, no “cosa en sí”. “Todo objeto, sostenía Schopenhauer, no sólo según su existencia objetiva en general, sino también según el modo (lo formal) de esta existencia, está condicionado por el sujeto cognoscente y que por tanto es solo un fenómeno y no la cosa en sí :”…nada puede ser más torpe que tomar sin el menor reparo, al modo de todos los materialistas, lo objetivo como algo absolutamente dado, para deducirlo todo de él, sin tener en cuenta lo subjetivo, aquello por lo que, o, mejor dicho, en donde únicamente existe lo objetivo”.
No puede ser de otro modo, lo único objetivo es lo subjetivo: ver en perspectiva es lo único que tenemos, es lo único que podemos tener, es lo único que hay. Y no se refiere solo a la perspectiva espacial, obviamente, sino también a la manera de ver y de sentir el mundo y la vida, como Oliveira. Lo que vemos en perspectiva es la única posibilidad, no podemos verla sin perspectiva. Y las perspectivas están condicionadas y son subjetivas sin sentido peyorativo. Es la única “realidad”. Y no hay absolutos espacio temporales con los cuales compararlas. Luego, no solo no hay motivo para acomplejarse porque no hay justificación, sino que no hay posibilidad de hacerlo: desaparecieron los referentes absolutos de tiempo y espacio que hacían posible el relativismo, pero no desaparece lo absoluto sino solo en su sentido pre einsteniano.
Por eso el maestro Ortega y el peruano Mariano Ibérico en la misma época consideran “el nuevo absoluto”. Una nueva fuerza que depende de usted (sin dejar de lado las circunstancias y el azar) Incluso puede crear las circunstancias, recrearse a sí mismo, inventarse. Lo contrario de los relativistas que sufren de complejo de inferioridad porque para ellos la palabra “relativo” supone una carencia, una limitación, un error, un defecto o deficiencia cognitiva o perceptiva, porque viven comparando su punto de vista humano con el tiempo y el espacio que creen absolutos. Solo a ellos se les puede llamar relativistas.
Y así cualquier congénere y todos salimos perdiendo antes de entrar a la cancha. Por el “efecto de verdad” de los absolutismos… aunque no sean “verdad”. ¿Cómo no estar acomplejado con esas comparaciones? La relatividad libera porque es la victoria contra el nihilismo (nada tiene sentido, todo da igual) porque lo es contra el corrosivo relativismo que hace estragos en el mundo. Recupera el absoluto al arrebatárselo al tiempo y al espacio clásicos y no reniega de lo relativo, lo reconoce y lo acepta, lo integra en lo absoluto.
“Supongamos que, por una u otras razones, señala el maestro Ortega, alguien cree forzoso negar la existencia de esos inasequibles absolutos el espacio, el tiempo… En el mismo instante, las determinaciones concretas, que antes parecían relativas en el mal sentido de la palabra, libres de la comparación con lo absoluto, se convierten en las únicas que expresan la realidad. No habrá ya una realidad absoluta (inasequible) y otra relativa en comparación con aquella. Habrá una sola realidad, y esta será lo que la física positiva aproximadamente describe. Ahora bien: esa realidad es la que el observador percibe desde el lugar que ocupa; por tanto, una realidad relativa. Pero como esta realidad relativa, en el supuesto que hemos tomado, es la única que hay, resulta, a la vez que relativa, la realidad verdadera, o, lo que es igual, la realidad absoluta”.
El mundo cambia cuando cambia la concepción del mundo y ésta cambia cuando cambia la concepción física del mundo de los grandes físicos, como Galileo, como Newton, como Einstein. Mucha gente cree con convicción que Einstein era un relativista, incluso el creador del relativismo, cuando éste ya tenía siglos de existencia (de Protágoras a Galileo, etc.). ¿Cuál hubiera sido el aporte del grande Einstein si solo hubiera sido un mero y simple relativista más? “¿Cómo la teoría de Einstein, que, según oímos, transforma todo el edificio clásico de la mecánica, destaca en su nombre propio, como su mayor característica, la relatividad?”, pregunta el maestro.
Una vez más, no es que nuestros puntos de vista no sean relativos a, en el sentido de estar relacionados y hasta condicionados por una familia, una época, un país, una educación, etc., sino en el sentido de que eso no tiene nada de malo, imperfecto, falso, parcial, subjetivo (cuando se usa peyorativamente el término). Es lo único que hay, es lo único que tenemos. Nuestros puntos de vista son ahora, en cierta manera, como el libro del juez filósofo Mariano Ibérico (peruano profundo si los hubo): El nuevo absoluto” (comentado en Amauta de José Carlos Mariátegui). El nuevo absoluto engloba o comprende también y mantiene lo relativo no peyorativo (de lo cual carece el absoluto pre einsteniano).
Muchos atribuyen “relativismo”, “escepticismo”, “subjetivismo” a sus interlocutores o contrincantes, probablemente porque están pensando sólo en su sentido negativo, peyorativo y tal vez no consideran otra acepción. Y esto da lugar a malentendidos más que a discrepancias reales. El razonamiento equívoco parece ser: si eres relativista no crees en absolutos; si eres absolutista, no crees en la relatividad de los puntos de vista . Queda claro que el punto de vista, el hecho de ver el mundo desde una perspectiva determinada y determinable no es per se negativo. Nuestros complejos de inferioridad relativistas sólo podrían justificarse si existieran esas referencias para compararnos con ellas, pero no existen, podemos estar tranquilos.
Sabemos ahora –gracias a Einstein– que en el conocimiento de la realidad no podemos prescindir de las perspectivas porque son inevitables e insoslayables. Albert Einstein: ese judío maravilloso que fumaba ricos y clandestinos puros en el baño, mal oculto de su primera mujer; ese que dictaba clase con el mismo pantalón con bolsas en las rodillas con el que se había quedado dormido la noche anterior; que daba conciertos de violín mucho mejor que cualquier concertista aplicado; que creía en “el Dios de Spinoza” y que es creador de la Teoría de la Relatividad). Su perspectiva no es solo nueva sino una perspectiva superior; no es sólo una nueva visión de la realidad sino una visión revolucionaria, sin prejuicios y sin complejos.
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