Carlos Adrianzén

¿Por qué hemos caído tanto?

La megarrecesión peruana es la peor del mundo

¿Por qué hemos caído tanto?
Carlos Adrianzén
21 de septiembre del 2020


Vivimos una de las peores recesiones de nuestra historia republicana. Para este año, las proyecciones de contracción de los niveles de actividad económica están entre el -14% y el -21%. Para el próximo año, uno electoral, las expectativas fluctúan entre la apuesta gubernamental (una exuberante recuperación de 10%) versus –considerando ya las cifras del primer semestre de este año- una recesión contenida (del -4% al -6%). Así las cosas, la interrogante más pesada de estos tiempos es ¿qué nos ha pasado? Puntualmente: ¿por qué razones hemos caído… tanto?

En este ámbito, el primer gráfico resulta meridiano. Solamente considerando el impacto –con cifras anualizadas a junio pasado– esta tendencia implicaría una caída de dos dígitos para este año. Es un derrumbe generalizado. Afecta tanto a los sectores primarios (agro, minería y pesca), cuanto a los no primarios (el resto de la economía). Nótese: una caída de tal magnitud usualmente no dibuja un rebote inmediato. Afecta el PBI potencial, la tasa de informalidad y –lo que es mucho peor– deprime severamente la inversión privada, neta de depreciación. 

Algunos creen que esta repentina recesión es el corolario inevitable de la pandemia proveniente de la China. Lamentablemente para estos puntos de vista, la data global reciente refuta esta creencia. Muchos otros países que también han sido duramente impactados por el Covid-19 no han caído tanto como el Perú (ver gráfico II). Y lo que resulta peor para la lógica de estos creyentes, en el caso peruano la recesión retroalimentaría la tasa de infección. A mayor recesión, menor recaudación tributaria y –dadas las obtusas prioridades del régimen– menor atención pública para el combate al coronavirus.

Dentro de este mismo grupo existen voceros menos lúcidos. Los que achacan a nuestra gente más pobre, usando razonamientos oscuros y adjetivos deleznables, que el círculo vicioso entre la infección y la recesión se explicaría por la cultura del peruano y su informalidad. Aquí no solamente la lógica (la gente sale para sobrevivir económicamente), sino también las cifras, refutan esta idea. Analizando las cifras sobre informalidad laboral a lo largo del planeta, descubrimos que el Perú –a pesar de nuestra abultada tasa de informalidad– no es el campeón mundial (ver gráfico III). Solo lo es de contracción económica y tasa de contagio. Lo realmente penoso de esta pose, dizque progresista, es que los asesores presidenciales han hecho que el gobernante de turno se refiera despectivamente al comportamiento de los segmentos demográficos más necesitados, culpándolos del fracaso del desempeño de la burocracia local frente al Covid-19. Una aberración.

Paralelamente, algunos amiguitos de izquierda han vendido la hipótesis de que –además– habríamos caído tanto por esa culpa, recurrente en sus prédicas: un evento o shock exterior negativo. Aquí, nuevamente, la data los deja mal parados. Si los altos términos de intercambio no son aprovechados por los exportadores locales es porque existe algo localmente que los traba. Con precios internacionales altos, las consideraciones sobre un shock externo carecen de mayor fundamento (ver gráfico IV).

El último de los intentos para dorar la píldora de la inocencia gubernamental vizcarrista es referirse al ruido político de la plaza. Esta vez asociando la recesión con las rencillas de esta administración con todos los legislativos del momento. Obsecuentes o no. La data tampoco reforzaría esta creencia. De hecho, escandaletes y conatos de vacancia presidencial de lado, los tuvimos con Toledo, García, Humala y Kuczynski. De hecho, solo pocos esperan predictibilidad institucional en el Perú de estos tiempos. El gráfico V confirma que nuestro índice atajo de riesgo país es –con todos los escándalos usuales– uno de los más atractivos de Latinoamérica. Dado el panorama político regional, es poco decir, en verdad.

Pero entonces ¿qué fuerzas nos hunden hoy? Pues nos hunden los errores garrafales de la política económica de este Gobierno. Aterrorizados todos en medio de la pandemia, eso de tomar masivamente recursos de los privados –vía el galopante financiamiento del déficit fiscal– para cubrir gastos burocráticos no priorizados (no involucrados en la salud pública, ni en la separación espacial) e implantar protocolos irracionales (que deprimen demandas y elevan costos drásticamente en todos los sectores no proscritos) enerva un tremendamente contractivo shock burocrático. Este shock, en medio de las desatenciones de salud pública, nos ha colocado rápidamente en la peor recesión de nuestra historia republicana. Peor, para algunos, que la dibujable cliométricamente para la Guerra del Pacífico. 

Ahora… si sabemos por qué y cómo nos hemos caído, entonces sabemos cómo salir (repriorizando gastos y desmontando regulaciones irracionales). Eso sí, dada la profundidad del hoyo, hacerlo no resultará tan fácil como fue caer.

Carlos Adrianzén
21 de septiembre del 2020

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