Manuel Gago
Pobreza y asistencialismo desde Ollanta Humala
Si caen las inversiones, cae el empleo productivo
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Una vez más, viendo el incremento de la pobreza nacional, queda demostrado que los asistencialismos –bandera electoral de socialistas e izquierdistas– no sirven absolutamente para nada. Los gastos estatales destinados supuestamente a mejorar la vida de los pobres son un engaño, una farsa disfrazada de bondad, un aprovechamiento político desvergonzado; no otra cosa que una oportunidad política y lucrativa para progresistas, según ellos, expertos en cuestiones sociales.
Los millonarios presupuestos estatales generan clientelismos y, a su vez –lo peor– ociosidad y desapego en los beneficiados. Desgano y espíritu pedigüeño es, a toda vista, la constante en esos pobladores. Diversas investigaciones confirman que 7 de cada 10 personas que salieron de la pobreza lo hicieron por cuenta propia, por su espíritu emprendedor. Las clases medias rurales surgieron en el interior gracias a la minería y agroexportaciones. El malvado clientelismo es recurrente en los gobiernos carentes de autoridades con agallas e imaginación suficientes para resolver los problemas sustantivos.
Los comunistas son campeones demonizando al mercado y al capital, generadores de riqueza y bienestar. Lamentablemente, sus relatos sentimentaloides tienen acogida en amplios sectores de la población. Por ejemplo, los ataques a la industria alimentaria buscan el retroceso de las inversiones y la eliminación de mejores posibilidades alimenticias para los pobres. Una norma orientada a privilegiar a ciertos ganaderos enganchados con el poder impide el uso de leche en polvo. Leche deshidratada enriquecida con vitaminas, proteínas y hierro, tan necesarios para desarrollar la capacidad cognitiva desde la niñez. ¡Malvados! No solo quieren gente pobre y desocupada, sino además enferma.
Perú logró la grandiosa hazaña de reducir la pobreza de 60% a 20% gracias al Capítulo Económico de la Constitución de 1993. La apertura de los mercados, las inversiones y la confianza generada hicieron que las cifras económicas fueran saludables hasta el segundo gobierno de Alan García. Las cifras y estadísticas publicadas dan testimonio de lo ocurrido.
No obstante todo lo conseguido con esfuerzo y sacrificio, el crecimiento de la pobreza asomó desde el gobierno de Ollanta Humala. Bastaron los estribillos “agua sí, minería no” y “gas barato” para que la estupidez nacional, con su voto, derrumbara todo lo avanzado. Para Humala, el asistencialismo fue la “niña de sus ojos”. Un analgésico social que no eliminaba la enfermedad. Con Pedro Pablo Kuczynski el enfriamiento económico tomó cuerpo.
Entre bambalinas, desde Valentín Paniagua, la progresía acentuó la guerra política y manipulación de la justicia, dañando gravemente el avance económico. El ideal del comunista es una sociedad eternamente dependiente del Estado. Rostros tristes y melancólicos en lugar de prósperos y felices por propia cuenta y riesgo.
Las dádivas no resuelven la situación de pobreza de la gente; por el contrario, contribuyen a esa pereza, desánimo y clientelismo político. Diversos estudios demuestran que esos millonarios presupuestos, en su totalidad, no llegan al usuario final, los pobres. En el camino se atomiza un 70% de las transferencias; gastados en empleados, conferencias, publicidad, comunicaciones, oficinas y viáticos disfrutados por quienes viven como ricos en nombre de los desamparados. Así de simple.
Con Humala el incremento de la pobreza estaba cantado. El deterioro de la economía se agudizó con Pedro Castillo y Perú Libre, de la mano del senderismo. Con Dina Boluarte –no olvidar, también de Perú Libre– el gobierno continúa a la deriva, sin ruta, sin intentos serios por resolver la principal urgencia: la inseguridad ciudadana.
No se haga al sueco: si usted votó por ellos es también responsable de ese deterioro.
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