Miguel Rodriguez Sosa
Pobreza de la razón binaria
Una debilidad de juicio extrema: solo pensar entre dos alternativas genéricas
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El pensamiento inculto ama la simpleza y prefiere la dicotomía: ¿para qué detenerse en los matices, en las distintas texturas y en las aristas romas o afiladas de la reflexión, el análisis y la crítica pensando la realidad? Es el caso de los individuos extremadamente simples en el razonamiento que distinguen «bueno / malo» básicamente porque les gusta o les disgusta ese algo al que se refieren y, con algunas lecturas que suelen ser de catecismo o de manual, sobre la materia de las ideas políticas distinguen, por ejemplo, sólo «izquierda / derecha». La misma matriz binaria de un chip; no el razonamiento que debería producir la sinapsis de neuronas activas y saludables.
Claro que en el campo de las ideas políticas hay versiones más elaboradas, aunque siempre binarias, como la de «progresista / conservador» y otras como «racionalista / intuitivista» que, como expresiones muy incultas de la razón binaria, omiten (mayormente desconocen) los entresijos de toda dicotomía.
En mis tiempos juveniles a los que no pintaban como «progresistas» se les decía «reaccionarios», así, sin matices. De entonces hasta aquí y ahora las mismas una y otra adjetivación se han sustantivado. Había y sigue habiendo los que dividen a las personas entre «las de izquierdas» y «las de derechas»; y ya con ánimo beligerante las que distinguen y contraponen a «rojos» y «fachos». Tales denominaciones cargadas de descalificación se vuelven populares en tiempos de crispación política, y son tentadoras. Yo recurro a veces a uno de esos extremos del denuesto que son propios de la dicotomía que cuestiono.
La realidad de los hechos de los hombres, bien considerada, abomina de la razón binaria aplicada a las conductas, opciones y posiciones de seres humanos en sus circunstancias. Porque, pensado con profundidad y razonamiento el escenario de la actualidad social y política, encontramos que hay izquierdistas conservadores (patriarcalistas y homofóbicos, por ejemplo) e izquierdistas progresistas (adherentes al «enfoque de género» y al igualitarismo de la diversidad, por ejemplo). Hay izquierdistas nacionalistas y los hay globalistas. Hay los autoritarios y los democráticos. En lo que se puede mencionar como el bando contrario (y eso también es una simplificación), hay derechistas conservadores e incluso los llamados «ultramontanos», los hay liberales, neoliberales y hasta ultraliberales, e incluso anarcoliberales.
Y claro que en un locus intermedio hay los que dicen preferir algún matiz de «centrismo» apartado de los polos de la dicotomía, y que además la rechazan; quienes no se pronuncian o no se quieren ubicados en algún lado del espectro, pero no porque su posición sea sostenida por un juicio distinto sino por la pura cobardía moral. Esos a los que se refiere el Libro de las Revelaciones (3:16): «Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca».
Volviendo al asunto de la razón binaria, eso de contraponer derechas e izquierdas –lo más corriente– puede llegar a ser de una estulticia sublevante, que puedo deplorar en personas que se supone están dotados de las señas de la ilustración. Sería largo esculcar las variaciones cromáticas que la razón binaria ignora pero que existen, son reales y fructíferas acogiendo el pensamiento complejo, la multiversidad y la cuántica. Por ahora y para empezar cabe señalar que los desafíos de la modernidad inconclusa y también el asalto de los irracionalismos posmodernos, maquillados como racionalismos ultraístas en vena del discurso falaz ese de la «deconstrucción del saber para avanzar en la descolonialidad del saber y del poder», deberán enfrentar la razón superior que permite identificar posiciones por encima del binarismo ramplón y distinguir una gama de matices.
Por ejemplo, el conservadurismo en el ámbito social (defensa de la familia natural) asociado al conservadurismo en el ámbito político (adhesión leal a la autoridad atribuida) y al liberalismo en el ámbito económico (confianza en el libre mercado con intervención subsidiaria del Estado). Que es distinto del conservadurismo social asociado a la vertiente representativa o «convencionalista» del liberalismo político y social con la regulación estatal acotada en lo económico.
O el liberalismo social (basado en la idea de historicidad de las instituciones como creaciones culturales), asociado al liberalismo político (democracia homologada según estándares supranacionales) y al liberalismo económico.
Y está el liberalismo social asociado a la vertiente «delegativa» del progresismo político y al afán redistributivo o al estatismo moderado en lo económico.
Siguen otros y desde luego hay semitonos entre estas posiciones capitales, que son distintos de esa postura del palurdo cerril que enarbola directa o soterradamente las tesis binarias, planas y homogeneizantes del rasero social, político y económico, con base en la virtud falaz de la idea de la «justicia social» edificada para justificar el poder de la «clase» marxista leninista o el poder del «pueblo» en el ideario fascista, que son hoy en día las más claras manifestaciones de la miseria de la razón binaria.
Leo estos párrafos y me visita la duda acerca de si la razón es ciertamente la facultad propia y exclusivamente humana de pensar y hacer juicios. Porque, aunque no sea meridianamente claro que optar sea elegir (si así fuera la opción nace del juicio) hay los que –humanos ellos– optan con una debilidad de juicio tan extrema que solo pueden hacerlo entre dos alternativas genéricas. Así, suelen considerarse «de izquierda» en contraposición a los «de derecha» y viceversa.
Habitan en un mundo binario donde la acción de distinguir presenta características que son propias de otras entidades vivas distintas de los humanos. De las bacterias, por ejemplo, que poseen una capacidad elemental de distinguir «propio / ajeno» y por ende tienden a asociarse con «propio» y a combatir «ajeno» en forma terminante. Esa condición bacteriana –lo resaltó el eminente pensador Edgar Morin– se denomina «capacidad de cómputo», no es pensamiento, y se presenta en la escherichia coli, que prolifera en la parte final de nuestro tracto digestivo.
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Una versión anterior de este texto, del 2021, en mi libro Vana prédica (2023).
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