Carlos Rivera

Platón y el Chinito del Ande

Entre las lecturas filosóficas y el baile zapateado

Platón y el Chinito del Ande
Carlos Rivera
20 de abril del 2023


A las cinco y media de la madrugada me dispongo a abordar el auto que me traerá a Arequipa luego de haber estado un par de días en la hermosa tierra de Espinar. Este cholo marrón, chusco neoliberal y cosmopolita carga la gratitud de los jóvenes que me recibieron y soportaron mis insanos discursos políticos. Mi amigo espinarense me despide y yo prometo volver. Cierro la puerta y ya estamos completos para el viaje. Abro mi mochila y quiero dar lectura a unos libros de Platón. El tiempo es perfecto, el asiento confortante y el golpe de luz mañanero preciso para avanzar en su lectura. Voy picando la idea de “su” república y sus conceptos de la política.

El chofer, de unos 28 años, curtido manejador, hace algún acomodo de su asiento mientras busca en el equipo del carro una música especial para amortiguar la penuria de la carretera. La señora que está a su lado pega su cara a la ventana aferrada —tal vez— a un sentimiento de melancolía propio de las fiestas navideñas. A mi costado, un señor mayor y atrás dos chicas. Mientras paso revista a la filosofía de Platón y su desprecio por la masa, el auto estalla con este solemne representante del folclor peruano, El Chinito del Ande (Felipe Pauccara Cruz). La canción no incomoda a los pasajeros más bien genera muecas de aceptación. ¿Un cantante podrá distraerme de la lectura del mejor discípulo de Sócrates? Sigo leyendo y nada me perturba. Soy capaz de concentrarme hasta en un concierto de thrash metal. De pronto, el encuentro de dos mundos en un viaje sui generis: desde los tiempos de la polis griega antigua hasta la encantadora ciudad guerrera de los K'anas.

El compás del Chinito es arriesgadamente seductor, sus letras hablan del amor sin crepúsculos o metáforas de la vida descifrando en clave de poesía los sentimientos del corazón. El Chinito no se va con alegorías del romanticismo (ni becqueriano ni de Goethe o Carlos Augusto Salaverry) y sus cabronadas del crepúsculo y la teta del gato. Suena la canción “Yo nací solo para ti”. La raigambre sentimental es totalizante sin claudicaciones enfermizas: “Si tú me dejas cariño veneno voy a tomar./Si tú me dejas cariño seguro voy a morir”. La resolución es precisa y los instrumentos permiten esas pulsaciones de morriña y fiesta. Sobresale la voz llorona (desde el puro bobo) del Chinito. El carro parece un concierto.

Voy riendo y mis pies quieren acompasar la flamígera nota del cantante pero de pronto me abstraigo del tiempo y de todo con unos claros argumentos del filósofo cuando nos habla de la virtud y la ética en la convivencia para ser buenos gobernantes y —según Platón— deberían ser almas que comprendan todo: las ciencias, las artes y la filosofía. Primero cultivar el conocimiento, después tentar dirigir la vida de cualquier pueblo con “la idea del bien”. Acompaño estos juicios con los mensajes de Política y Ética para Amador de Fernando Savater o la tesis de las élites gobernantes de Basadre.

Mientras intento entrar en un análisis comparado de la lectura y los ejemplos actuales de nuestra realidad política (generación bicentenario vs viejos lesbianos) me sacuden unos gritos. Ahora el Chinito del Ande está en concierto donde las gentes corean sus canciones y el animador va gritando: “Cintura, cintura, cintura…” o “Zapateadito, zapateadito, zapateadito...” y el público en fastuoso éxtasis le grita como su artista incondicional. Anuncia el tema “Siempre te besaré” con una letra arrebatada: “Yo te besaré cuando raye la luz de la aurora. Yo te besaré cuando llegue la noche triste y fría.” Parece un desviado tributo a los versos cursis de Amado Nervo. El Chinito se siente triunfante mientras uno de mis dedos deja marcado el libro que intentaré retomar al pasar la distracción. El repertorio continúa y la cosa me empieza a gustar. Mis ancestros cusqueños y puneños juegan en pared.

Platón aguarda en su esquina dispuesto a repeler la injuria. El fundador de la dialéctica y la academia quiere su revancha con “El Banquete” que no es solamente un cónclave de opíparos platillos sino la consumación de máximas de la naturaleza del hombre acerca del amor (en todo su esplendor y diversidad) en un bizarro y delicioso encuentro entre un filósofo (Sócrates), un aristócrata y un poeta. Sus diálogos de amores y los mensajes en doble sentido todo con el explícito camino de encontrar la verdad y llegar a la sabiduría a través de la esencia del amor y cantidades de vino para sosegar las confesiones. La belleza de la verdad y la belleza del conocimiento. El misterio de conocernos y revelarnos. “Solo en la contemplación de la belleza misma adquiere valor el vivir humano.”

Ya vamos un par de horas de camino. El Chinito del Ande parece noqueado por la sabiduría del griego. Alguna nota fiestera empieza a dibujarse como cuando una tribuna espera que su estrella cante la canción deseada. Parece una melodía larga (“Mi Chilala” dura 7 minutos, “Shine On You Crazy Diamond” de Pink Floyd dura casi 12) y el animador manda saludos a compadres y ahijados anunciando, en el mismo concierto, nuevas presentaciones. Los conciertos no solo alegran los espíritus sino que son espacios de marketing. Las palabras mantienen el interés de los fiesteros. Se anuncian el tema “Solito, solito, solo” y luego de varios minutos de antesala viene lo esperado y el Chinito latiguea: “porque no hay amor sincero/tu amor es una carga eres una interesada/es mejor quedarme solooo.” La letra penetra mi desdichada condición amorosa y el Chinito ha ganando la batalla. A la altura de Pampa Cañahuas el carro se detiene por las reparaciones de la pista. Aprovechamos para salir y estirar las piernas. Quiero unas cervezas y zapatear hasta morir de amor y vivir en las hojas de alguna asombrosa ficción que alguien escribirá conmovido por mi reclamo metafísico. Zapateadito, zapateadito, zapateadito…

Carlos Rivera
20 de abril del 2023

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