Carlos Adrianzén

Petroperú para rato

El mito de la tecnocracia estatal eficiente

Petroperú para rato
Carlos Adrianzén
04 de septiembre del 2024


El ente estatal llamado Petróleos del Perú (i.e.: Petroperú) tiene muchos abogados. Y existen razones para que los tenga. Tiene decenas de inmuebles, discotecas, sedes sociales para cada estación, con piscinas inmensas; oferta sueldos y consultorías millonarias y les da extraordinarios beneficios a sus trabajadores. Y a los gobernantes de turno...

Para estos –y sus mercaderes asociados– resulta un jugador político clave. Una entidad estratégica en planos laborales selectos, en términos del acomodo local de los precios de los combustibles y también, para realizar salvatajes, reestructuraciones u operaciones estructuradas, a gusto del régimen. Ha sido, en los setentas, ochentas y noventas un ente de escala enorme y probadamente resiliente. 

Frente a esto, la mayoría de los peruanos y los medios, han comprado irreflexivamente el ideal de su carácter estratégico (para protegernos de alguna inesperada y traumática elevación de los precios de los combustibles). Lamentablemente, tanto los populares embalses como los terribles desembalses de los precios de los combustibles no se detuvieron con su aparición; desde los días de la genocida dictadura militar de 1968.

Buscando la lógica

Pero veamos las cosas con una mínima perspectiva. Y, sobre todo, no seamos cándidos. Los beneficios asociados de mantener este botín burocrático, para quienes gobiernan y legislan, resultaron y resultan hoy inmensos. 

Para algunos –por su supuesto carácter estratégico– sus beneficios para el gobernante justifican cualquier costo a pagar. Y esto es así, justamente, porque sus costos financieros, económicos y medioambientales no los pagan nunca los burócratas de turno.

No hay que ser muy listo para anticipar que candidatos marxistas –digamos César Luna, Verónika Mendoza u Ollanta Humala– inflarían el botín al estilo Velasquista. Para ellos que los costos a pagar por el pueblo peruano para mantener se justifican con creces. Tanto porque los trabajadores son unos alienados –léase, que han perdido su humanidad– cuanto porque, para ellos, los beneficios que produce la existencia de Petroperú son mucho mayores que cualquier costo financiero, económico y medioambiental.

Y esto ha pasado con toda la centroizquierda local, transversalmente. Con los fujimoristas, los toledistas, los apristas, los humalistas, los pepecausas, y por supuesto con los vizcarristas y los filosenderistas. 

Para ponderar lo que implica –para todos ellos– que sus beneficios sean mucho mayores que sus costes, resulta crucial enfocar estos últimos.

El mito de la tecnocracia estatal eficiente

Mucha gente, pecando de ilusa, creyó que, con el fujimorismo, el fantasma de los escandalosos déficit y corrupción de las empresas estatales, ya era parte del pasado. Las mal llamadas firmas estatales serían manejadas por técnicos de izquierda. 

La primera figura de estas líneas aclara que esto no pasó. Con el retorno de la izquierda, en los días del chavistoide Humala Tasso, el desorden regresó y aceleradamente. El déficit y la corrupción del aludido ente se hizo evidente (ver Figura Uno).

Los recursos asignados, las licencias monopólicas, y las continuas reestructuraciones reactivaron a esta monstruosidad burocrática. En poco tiempo registraron ingresos corrientes anuales que fluctuaban alrededor de los 5,792 millones de dólares del 2015 entre 2013 y 2023. El ente no hubiera vendido un dólar sin la asignación política de recursos de los contribuyentes. Hoy se habla de la virtual desaparición de su patrimonio y de un déficit (resultado económico) acumulado de 5,393 millones de dólares del 2015. 

No se habla de cuántos miles de millones de dólares –si el manejo de Petroperú hubiera sido técnico– hubieran implicado un margen deseable. Pensando en una empresa petrolera bien manejada; ni de los impuestos y transferencias de capital que no existieran por su desmanejo. Pero la Figura II cierra este círculo.

El rol de un botín estatal apreciado y la ilusión de modernizar una refinería sin clientes –al estilo de Evito Morales– esconden tanto la descapitalización de su infraestructura (casi todo el gasto de capital se derrochó en Talara); cuanto un patrón irresponsable de toma una deuda cada vez más cara y más difícil de servir. 

Y así pasamos de una reestructuración-salvadora –por última vez– hacia otra restructuración–salvadora –también– por última vez. Varias veces. Y lo que es peor. Esperando la próxima Reestructuración-salvadora-por última-vez. Una larga cola de dizque especialistas en el manejo de empresas públicas fracasa. Uno tras otro. Y hoy se quedan calladitos.

La última Figura (III) resume lo actuado desde los tiempos de Humala hasta la fecha. Hoy todo ha cambiado para que nada haya cambiado. En resumen, todos los ingresos se gastan; dejándonos nuevas deudas y siempre al final, derivados caros a todos los peruanos. Se repite el Velascato, el régimen del APRA-IU. Un calco vergonzante del siglo pasado. Pero nadie se turba. Tener un Botín poderoso no tiene precio para los gobiernos de izquierda.

Epílogo

¿Tenemos pues Petroperú para rato? El ente será reestructurado a un costo altísimo para que siga la farra como los casos de Pdvsa o Petrobras. ¿Seguirá siendo –para beneplácito de doña Dina– una entidad estratégica en ciertos planos laborales selectos, o en términos del acomodo local de los precios de los combustibles, o también para realizar salvatajes, reestructuraciones u operaciones estructuradas a gusto del régimen? Con Piscinas, sueldos millonarios, precios demagógicos de la gasolina y cada vez más costosos salvatajes. ¿Y todos seremos felices?

Los intereses en juego son muy poderosos. Pero hay salida y esta implica que llegó el momento de liquidar. Ordenadamente, pero sin miramientos.

Carlos Adrianzén
04 de septiembre del 2024

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