Carlos Adrianzén

No llores por ti, Perú

El saqueo de los fondos previsionales

No llores por ti, Perú
Carlos Adrianzén
13 de marzo del 2024


Existen pocas cosas más tergiversadas que la historiografía peruana. En nuestra nación, y en Latinoamérica en general, no pocas veces los ineptos son presentados como estadistas, los héroes como traidores, los golfos como libertadores; los ladrones como justicieros; los fracasos económicos como cambios estructurales y hasta los estrepitosos desastres bélicos como triunfos, llenos de gloria. Pero existe un detalle sugestivo: las desgracias originadas desde el gobierno son recurrentemente ignoradas; o en la jerga neo –
marxista de estos tiempos–, borradas o canceladas. En la narrativa oficial son tomadas como el paisaje de estas benditas tierras; y –parafraseando mañosamente a Marx– hasta como precondiciones para que actúe la partera de la pobreza (la violencia). 

George Orwell tenía razón. En la distópica novela 1984, el autor nos recordaba que quienes escriben las crónicas, controlan el futuro. Y quienes financian lo que se publica acerca de lo que habría sucedido, controlan nuestras visiones del pasado. Dentro de este marco encaja perfectamente el tema que nos ocupa hoy. El último robo previsional. Actualmente, en curso.

Con la consolidación de una economía socialista-mercantilista, desde la posguerra a la fecha, el Estado peruano se ha consolidado como un gran ladrón de jubilaciones. Y la minoría de ciudadanos capaces de ahorrar para su jubilación, como una suerte de candelejones –desinteresados respecto al uso de su propiedad–. 

En el Perú post-velasquista, el robo previsional de los tiempos del IPSS (Instituto Peruano de Seguridad Social) configura un ejemplo. Según declaraciones públicas del difunto Ministro de Economía y Finanzas, don Javier Silva-Ruete, al final de este episodio se habrían esquilmado unos 30 mil millones de dólares de 1990. La receta entonces fue simple: licuado inflacionario y desmanejo institucional. En español, un escamoteo sin investigaciones, ni responsables. Nadie dijo nada. Nadie fue preso. 

Incluso se rentabilizó políticamente la lastimera figura de trabajadores que aportaron recursos toda su vida laboral para recibir una jubilación… que nunca les llegó. Solo les llegó la pauperización y la impunidad. Eso sí, vale recordar como la presteza de un congresista de centro-izquierda rentabilizó electoralmente eslogan: “pobrecitos los viejitos”. Al menos él tuvo ingresos.

Frente a esta desgracia impune, a inicios de los años noventa, el recién llegado gobierno fujimorista calcó a los chilenos. Copió las AFPs. Un sistema de cuentas de propiedad privada que le quitaba al Estado Ladrón la gestión de las jubilaciones de los trabajadores. Nada de esquemas de reparto. Cada trabajador formal resultaría, en teoría, el dueño de su jubilación. A diferencia de lo que sucedió en Chile, el Estado minimizó el reconocimiento de la deuda previsional con bonos de reconocimiento… que pocos recibieron. 

Luego, con el avance de los noventas, llegaron los cleptócratas previsionales. Desde los días de la presidencia del encarcelado Toledo, hasta la fecha (incluidos protagónicamente sus respectivos Congresos). Esta vez se erosionaron los fondos por dos canales. Primero vía regulaciones socialistas (dizque para desarrollar mercados locales), imponiendo límites a la diversificación del riesgo global (concentración del riesgo en una economía desmanejada). Y luego, usando los fondos de los trabajadores como subsidios directos en los tiempos del covid.

Humala, Sagasti, Castillo y Boluarte –de la mano con bandas de congresistas de izquierda– actuaron como si fueran los dueños de esos recursos. Toda una flagrante expropiación indirecta. Al entregar a ciertos privados –como si fueran subsidios– fondos que solo debieron ser entregados al final de su vida laboral, descalzaron el sistema. Lo debilitaron aceleradamente. Eso sí, sabiendo que los nuevos aportantes (que eran ingresados compulsivamente a un ritmo tres veces mayor al crecimiento de la población) eran ignorantes e indiferentes. Que básicamente, ellos aportan para alargar la rentabilidad política de este aquelarre en proceso (ver figura A).

Los dueños de tu plata

Así las cosas, los constantes retiros de Fondos, el estancamiento de la economía (por el cambio de rumbo hacia la izquierda) y dado el carácter compulsivo de los aportes, dibujarían un esquema similar al de los previos latrocinios previsionales. En el lapso 2017-2023, mientras ingresan en términos netos unos 2.7 millones de nuevos aportantes, el fondo promedio se reduce en 57.0% en términos reales (Ver Figura B). A la fecha, millones han visto comprimida en 72.5% su jubilación en dólares en comparación a su tendencia pre crisis Lehman Brothers. Y se han quedado callados. 

Sobornándote con la tuya

Y nótese, han sido sobornados. Por un lado, les han enseñado odiar su plata (dizque solo a las AFPs); por otro, nadie protesta por la reducción del valor real de sus jubilaciones. Incluso votaron y previsiblemente votarán por Humalas, PPKs, Sagastis, Castillos o Luna Gálvez. Bajo cinco sucesivos gobiernos de izquierda, el crecimiento de los fondos y su rentabilidad se deterioraron gradualmente. Una suerte de tránsito discreto, desde el purgatorio al infierno (Ver Figura C). 

Sin que te des cuenta…

Nótese que todo este latrocinio se dio y se da con la apariencia de un manejo técnico. Alguna quejita por ahí de la Asociación de AFPs acompañada del silencio cómplice de multilaterales, el MEF, la SBS, la SNV y el BCRP. Bajo este cuadro, se registró el alejamiento de la tendencia en unos 35 billones de dólares del 2015, en el saldo de ahorros previsionales –en comparación a su tendencia pre-crisis 2008–. A fines del año pasado, esta merma equivalía al 16.1% del PBI. Pero esto fue todo. Con menores ahorros la performance futura de la economía se verá alterada (ver Figura D).

Y sin que se den cuenta…

Vale la pena señalar lo obviado. Esta merma previsional nos empobreció a todos. Con la contracción del buffer de financiamiento de mediano y largo plazo (ergo, la reducción del ritmo de crecimiento), no resultan sorprendentes pues, ni el enervamiento de la pobreza; ni la reducción de la ratio de inversión bruta fija; ni tampoco la contracción del PBI potencial (Ver Figura E). Resulta importante ponderar que esta cuita no solo afecta a la minoría que puede ahorrar para comprarse al final una jubilación. Deja sin empleos e ingresos a otros millones.

Cerrando el círculo

Pero, estimado lector, no crea que soy tan romántico como para esperar que; (1) los trabajadores que aportan montos significativos; (2) los que aportan montos marginales, o (3) los que no aportan (pero cuyos empleos dependen de la escala de los ahorros previsionales); comprenderán que el Estado otra vez los dañó y que entienden que no habrá un camino de vuelta inmediato o fácil. De la mano con los más de dos millones de aportantes que ya retiraron sus aportes mal barateados –y se quedaron sin ahorro previsional alguno–, se quedarán callados. 

Y es que el grueso de nuestra fuerza laboral, consciente o inconscientemente, ya respira valores neomarxistas. En el Perú de hoy se espera todo del Estado. Mientras tanto se tolera el incumplimiento de la ley, la corrupción burocrática y la ineficacia de la regulación financiera peruana (SBS, MEF, BCRP et al). Previsiblemente culparán, como un robot de los años setentas, a las administradoras privadas. Sin un ápice de reflexión.


Eso sí bienquistos aportantes menores de 65 años el saqueo ya sucedió. Ni siquiera esperen que lo cuantificado en estas líneas sea registrado en la futura historiografía. Todavía la izquierda limeña escribe una cronología tergiversada. Como en el caso del robo previsional en el IPSS (y otros sistemas estatales de reparto), serán cancelados. Borrados. Salvo un milagro, aquí tampoco habrá presos, ni mucho menos, compensaciones. Solo quedarán –pauperizados y envejecidos– los cómplices pasivos: ustedes.

Carlos Adrianzén
13 de marzo del 2024

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