Miguel A. Rodriguez Mackay
No a la diplomacia secreta
Sobre la reunión de Pedro Castillo y Nicolás Maduro

A propósito del desnudado reciente encuentro entre el presidente del Perú, Pedro Castillo Terrones y el dictador de Venezuela, Nicolás Maduro Moros, en el marco de la 76° Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, en Nueva York, mi maestro el embajador Gonzalo Fernández Puyó, dignísimo presidente de la Sociedad Peruana de Derecho Internacional desde 1991 hasta su fallecimiento en 2010, en su magistral obra “Compendio y práctica del Derecho Diplomático y Consular”, publicada por la Academia Diplomática del Perú, el centro de formación y de perfeccionamiento del ministerio de Relaciones Exteriores del Perú, dijo que “en el momento actual…hace mucho más difícil una diplomacia secreta, cuya base, repito, la constituían en la antigüedad los dobleces, las intrigas, las falsedades…el concepto de la relación internacional ha variado, se ha intensificado y profundizado la información periodística, avanzado singularmente la tecnología en las comunicaciones y la diplomacia de hoy que es más abierta a la interrelación de los pueblos, fortalece ese criterio y se enfrenta a la realidad” (p.38). Es verdad que en medio de un contexto esencialmente del multilateralismo, como el de la ONU, la oportunidad para establecer vinculaciones o conexiones en función del interés nacional, debe ser de máximo aprovechamiento por el jefe de Estado que dirige la política exterior del país, conforme la Constitución Política (Artículo 118 inciso 11), pero también lo es que existe en las relaciones internacionales, principios y reglas básicas innegociables que definen a la denominada moral internacional de los Estados, generalmente materializada en las personas del referido jefe de Estado y del ministro de Relaciones Exteriores, que constituyen los órganos centrales de las referidas relaciones internacionales.
Creo que el presidente debe aprovechar al máximo la oportunidad de los encuentros entre mandatarios que concurren a las sesiones del mayor foro político del planeta, cuando menos una vez al año, y también es cierto que suelan agendarse reuniones entre dignatarios y hasta lo es que puedan surgir inesperados encuentros bilaterales que no hayan sido planeados con anticipación. Lo que no suele pasar porque no constituye una práctica al más alto nivel de la diplomacia y de la política internacional que es mucho más amplia que la propia diplomacia, es que se produzcan los denominados encuentros incompatibles, aquellos que se ubican en la marginalidad del sistema internacional porque coluden con los grandes principios que imperan en el ámbito de la sociedad internacional donde los actores suelen pegarse al cumplimiento del derecho internacional y de la ya mencionada política internacional. Esto último es clave por los efectos, muchas veces de impacto que produce en los países, cuando los encuentros no son vistos con los ojos que se espera por parte de la comunidad internacional siempre atenta, sobre todo de aquellas naciones que esperan de las otras para las que el mantenimiento de las mejores relaciones políticas y diplomáticas se vuelve indispensable como es el caso del Perú, que ha venido construyendo en las últimas décadas su mejor vinculación con los países claves o relevantes del mundo, sí, aquellos Estados que son centrales para la proyección internacional del Perú como sostenía el ilustre Víctor Andrés Belaunde, que para nuestro brillo internacional llegara a ocupar el cargo de presidente de la Asamblea General de las Naciones, exactamente el cónclave político-diplomático del período 1959-1960, como el de ahora al que ha asistido nuestro presidente de la República, Pedro Castillo. Pregunto, entonces, ¿Podría ser rentable en ese objetivo reunirse con un presidente de facto como Nicolás Maduro que ha sido imputado ante la Corte Penal Internacional por la comisión del delito de lesa humanidad y sobre quien gran parte de Estados democráticos del globo no le han reconocido ninguna investidura política ni jurídica?. Es evidente que una vinculación o relacionamiento con Maduro jamás sumará a los objetivos de la política exterior del Perú y esa realidad de hacerla saber con todas sus letras al presidente del Perú, es una responsabilidad directa del ministro de Relaciones Exteriores. El país nunca supo de la agenda secreta del presidente Castillo en Nueva York, preparada por la cancillería de Óscar Maurtua que jamás convocó a ninguna conferencia de prensa como se estila ante un viaje de esta magnitud, más aún si era el primero que realizaba el mandatario. El ministro no puede argumentar de qué hace lo que le pide el mandatario así a secas porque un profesional debe hacer saber al jefe de Estado de los límites que existen en las relaciones internacionales porque una vez traspasados, el Estado queda en una completa situación de vulnerabilidad internacional.
Luego de este encuentro debemos prepararnos para las consecuencias que podría pasarle al Perú en su relacionamiento internacional donde podríamos ser marginados y no estoy exagerando sino, al contrario, actuando con el realismo político que las circunstancias exigen. La moral internacional de un Estado es indispensable para muchos objetivos que el país tenga en mente en función de los intereses nacionales. Un gobierno de izquierda no es incompatible con el respeto incólume de los principios básicos y hasta mínimos que se imponen para la sociedad internacional y que están consagrados en la Carta de las Naciones Unidas que el Perú, como Estado fundacional de la ONU, firmó en 1945 en la persona de su mayor internacionalista del siglo XX: Alberto Ulloa Sotomayor, también presidente de la centenaria Sociedad Peruana de Derecho Internacional como mi maestro Fernández Puyó. ¿Hacia a dónde llevarán a nuestra histórica y prestigiosa diplomacia de Torre Tagle?. Como Francisco de Paula González Vigil (1792-1875) en el Congreso peruano del inicio de nuestra vida republicana, desde esta columna, llamando a no practicar la ya proscrita diplomacia secreta, diré como él: “¡Yo acuso, yo debo acusar!”.
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