Carlos Adrianzén

Ni mendigos ricos, ni venas abiertas

Somos pobres porque operamos bajo instituciones opresoras

Ni mendigos ricos, ni venas abiertas
Carlos Adrianzén
18 de octubre del 2023


Todos tienen su cuarto de hora. Si John Maynard Keynes tuvo alguna vez la razón, la tuvo cuando nos recordó que el mundo está gobernado por poco más que las ideas de los economistas y sucedáneos. Y que, los que se creen exentos de cualquier influencia, solo suelen ser esclavos de las ideas de alguno de ellos. En el caso peruano, dos ideas a modo de metáforas han sellado nuestra idiosincrasia económica. Ellas serían el objeto central de esta discusión. 

La primera nos refiere a la trillada ficción según la cual el Perú sería un mendigo sentado en un banco de oro. Afirmación, a todas luces despectiva hacia los peruanos, y que por años fue atribuida erróneamente al italiano Antonio Raimondi. En ella se nos vendía la idea de que éramos una nación de menores o alienados, en el sentido marxista del vocablo y que, por lo tanto, podíamos ser pobres, aunque estuviéramos sentados en un banco de oro. Para evitarlo, era necesario que un súper personaje –léase opresor– nos gobernase. 

Entendamos además que la difusión de esta alegoría no habría sido casualidad. Reflejaba y refleja una militante estrategia ideológica. No les importó mucho que –para beneplácito de los descendientes de Raimondi– se probase que el sabio jamás habría afirmado tal barbaridad. Pero, la politiquería limeña necesita sus mentiras oficiales. 

No les bastaba que se nos machaque que todos eran felicísimos en el opresor y atrasado incanato; o que el golpista Velasco era en realidad un justiciero. Un fan de la justicia social. Sí, de ese vocablo con aserciones gelatinosas. Insistían, tácita y porfiadamente, en que los peruanos éramos una suerte de silentes mendigos, sentados en un banco valiosísimo. Y que necesitábamos un dictador ya. Sí, como en el golpe socialista de 1968, o con Vizcarra o Castillo.

Pero téngalo bien claro, nunca fuimos nada parecido a un pordiosero sentado en un banco de oro. Fuimos pobres entonces, y lo somos hoy, porque operamos bajo instituciones opresoras; ergo, corruptas. Sentados en un banco de heces, podría decirse solo si usted lo prefiere. Urge, pues, cambiar el banco.

Rescatado el decoro del sabio, vayamos a otra mentira idiosincrática muy peruana. Ergo, de origen importado o copiado. Enfoquemos al gaucho Eduardo Galeano en su idea nuclear. Según esta, la suerte de Latinoamérica implica el despojo de nuestros recursos naturales. 

Esta vez, la creencia sí proviene del autor, aunque para creerla es menester no cavilar. No entender que los recursos naturales pueden configurar una maldición, para una sociedad con instituciones extractivas –a lo Acemoglu y Robinson–. Ayudaría no comprender ni una sola línea de lo que enseña la riqueza de las naciones. Que las instituciones de un sistema de libertad natural son las que han desarrollado a EE.UU. o Reino Unido. E incluso, el no tener en cuenta que los acervos de recursos naturales pueden ser exiguos, en aras a enriquecer un país –como en los casos de Bolivia o Nicaragua– y hasta acaso, configurar solo una creencia o mito.

Pero aquí también ayuda mirarse al espejo de las cifras disponibles. Analizarlas y compararlas. Así las cosas, los datos nos descubren rápidamente (ver Figura Uno). Un cotejo directo con Australia, una nación desarrollada, cada vez más lejana a nosotros (ver subgrafo de la izquierda). Esto nos expone a reconocer que tener las venas cerradas, parafraseando el aludido panfleto de Galeano, es una pésima idea. 

Abiertos ellos y cerrados nosotros, Australia registraba el año pasado un producto por persona más de nueve veces mayor. Ellos, a lo largo de las últimas décadas, han tenido claro que captar inversiones en cualquier sector no implica un despojo, cuando hay instituciones capitalistas. El despojo se da cuando se cierra la economía –las alegóricas venas–, la institucionalidad se hace socialista–mercantilista mientras la corrupción burocrática explosiona. 

Se captan pocas inversiones, y extraen recortadas rentas –e impuestos– de sus yacimientos. Por persona, el 2021 el Perú extrae solo ocho centavos por cada dólar extraído por Australia, de sus recursos naturales. Un observador, un tanto fresco, diría que las naciones que siguen las torpezas ideológicas del charrúa sí parecerían mendigos sentados en un banco de oro; pero por la masiva intervención estatal que vende. Claro, cierran sus venas y –usando la misma alegoría– la circulación se complica.

En la región, lo exiguo de las rentas extraídas –ver Figura Dos–, contrasta cuan torpe puede resultar dejarse encandilar por la pegadiza retórica de Galeano. Dicho sea de paso, es uno de los catecismos emblemáticos del marxismo latinoamericano. Una visión que se comprende mejor revisando las contrapuestas lecciones del libro de Edward Prescott, premio Nobel del 2004. En Barreras para ser ricos nos recuerdan que las barreras al desarrollo económico las ponemos nosotros mismos.

Dejando de lado la tan popular pero patética victimización regional, es bueno ir al fondo. Los países rara vez se hacen sostenidamente ricos por sus recursos naturales. Lo son, la mayor parte de las veces, por sus instituciones: cuando incluyen y no oprimen a sus ciudadanos.  Ergo, son desarrollados económicamente cuando –como podemos apreciar en los cuatro subgrafos de la Figura Tres– su prostitución institucional es muy reducida. Léase: cuando los valores normalizados de sus estimados de corrupción burocrática, cumplimiento de la ley, violencia, et al son positivos y cercanos a 2. 

Lo contrario sucede cuando los gobiernos reducen libertades, quiebran su institucionalidad; y se jactan de una prédica romántica a lo Galeano. En esta dirección basta con revisar la evidencia empírica de Venezuela, Argentina, Brasil, México o Perú.

Este afán de “cerrar las venas” o bloquear inversiones del exterior –graficado en la figura descrita por el ex presidente García Pérez sobre una burocracia ideologizada trabadora de inversiones (ver Figura Cuatro)– no nos permite ilusionarnos con acciones aisladas. 

Aunque el valor normalizado de la calidad regulatoria peruana, estimada por el Banco Mundial, últimamente se ubique en rangos positivos, pero cercanos a cero, esto no bastaría para contrapesar universos de masiva intervención estatal (i.e.: corrupción burocrática, incumplimiento de las leyes o violencia tolerada por ideología). 

No basta con construir un puñado de islas de excelencia en Lima. Recordemos, las reguladoras se toman gremial o políticamente y que una burocracia ideologizada es muy tóxica, económicamente hablando.

En el cierre, aquí los invito a que, de una vez por todas, quebremos las creencias aludidas. El longevo arraigo popular de las ficciones del mendigo alienado y de las venas abiertas nos debe llevar a la reflexión. El que resulten tan fáciles de descubrir y ridiculizar, sugiere lo pobre de nuestra discusión económica y la alta pasividad de muchos de nuestros políticos.

Ya es momento de superar tajantemente estas confusiones, de dejar de perder el tiempo. Ni somos ricos, ni somos mendigos. Y ponderar que, con eso de la arcaica teoría de el centro y la periferia (ergo, eso de cerrarnos al mercado y al exterior), desde los años cincuenta, unos pocos se han enriquecido –mercaderes y burócratas– mientras millones han caído y siguen cayendo en la más desgarradora pobreza.

Carlos Adrianzén
18 de octubre del 2023

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