Carlos Rivera

Memorias de la mezquindad

A propósito de los 89 años de Mario Vargas Llosa

Memorias de la mezquindad
Carlos Rivera
31 de marzo del 2025

 

“Escribir no es un pasatiempo, un deporte.
Es una servidumbre que hace de sus víctimas unos esclavos” (MVLL).

 

A comienzos del 2009 me refugié en la tierra de José María Arguedas, Apurímac viviendo una nueva vida lejos de Arequipa. Me fui con amargura y solo por un par de días a cumplir con una capacitación, pero acabé casi un año entre Abancay, Andahuaylas y otras provincias. Viví rodeado de su verde paisaje, sus ricas comidas, la exuberancia de su folclore (con danzantes de tijeras en muchas de sus fiestas) y bellezas de sus mujeres. Pero mi resentimiento era descomunal. Llegaba a mi ciudad cada mes y me quedada dos días para llenarme de su aire, los calores de mi madre y mi familia que eran lo único que me importaban.

Una periodista prestigiosa y un poeta con trayectoria y buen juicio crítico me habían recomendado con brutal franqueza dedicarme a otros oficios donde yo podía encajar con mayor soltura: la mecánica o la contabilidad. Yo no servía para la escritura y quien más que dos figuras, a las que yo admiraba, que me bajaran de mis nubes diletantes de querer ser un periodista y escritor con ínfulas de trascendencia. “Tú no sirves para esto, no es lo tuyo, Carlos” me resuena la frase de mi querido amigo poeta dicha al pie de uno de los arcos del portal de San Agustín de la Plaza Mayor. Dolido en mi vanidad hice añicos los papeles de un texto que tenía entre manos y los boté en un tacho de basura.

Por eso cuando me propusieron quedarme en Apurímac con un contrato de mayor tiempo no lo pensé más y acepté con resignación mi nueva vida. Tal vez tenían razón. Y como dijo mi ex novia era momento de ser pragmático y hacerme de un capital para montar un negocio y olvidarme por un largo tiempo de la literatura. Pero el destino tiene siempre sus travesuras intrigantes, juega con nosotros y pone a prueba nuestras pasiones. 

Era lunes 6 de diciembre del 2010. Me había encontrado con viejos amigos de mi barrio y nos pusimos a beber cervezas en una esquina. Avanzaba la noche y con ella la madrugada, recordamos anécdotas y como toda digna borrachera hablamos de viejos amores que nos marcaron para siempre. El sol poco a poco nos mostraba sus luces y debíamos asegurarnos con una media caja de cerveza para continuar con el aquelarre. Y cuando regresamos a nuestro espacio aparece Luis, un amigo que se iba a cumplir con sus trabajos de pintura. Le invité un trago pidiéndole que se acoplara a la “mancha”. Sus deberes no se lo permitían y en una sorna no muy común en él, me lanzó lo siguiente:

–Estarás contento, Mario ha ganado el Nobel…

Mis dos amigos de comparsa con sus ojos achinados, sus rostros agotados y moviéndose de un lugar a otro oyeron con desdén las palabras de mi amigo. Poco sabían de mi admiración a Mario Vargas Llosa así es que aquello poco debía importarles. Me acerqué con furor a Luis, lo tomé de las manos como si fuera a pegarle y lo que pretendía era decirle que no se puede jugar con esas cosas. ¿Mario? ¿El Nobel de Literatura...? repetí poseído aquellas palabras que había esperado por mucho tiempo. Reviví aquellos días cuando descubrí sus obras, mis odios, mis revanchas y amores contra él.

Tenía 34 años y aún no había publicado nada, todos mis proyectos de verme antes de los 22 con una novela, un libro de cuentos y un poemario se habían ido al diablo por mis inseguridades y pobreza (y desde luego, el resentimiento). Mi pasión por Mario la compartí con César Augusto Álvarez Téllez, otro apasionado vargasllosiano. Éramos dos locos recortando fotos de cada noticia sobre el escritor. En mi casa, a pesar de las miserias, nunca faltó la revista Caretas o los diarios capitalinos de alcance nacional y donde aparecía Vargas Llosa luego iban derechito a un folder que poco a poco iba engordando. Le supliqué a Luis que no me jugara esa cruel broma pero me juró por su madrecita que era verdad. ¿Cómo desconfiar de alguien que pone la sagrada estampa de su madre ante cualquier duda? Pero debí cerciorarme del asunto y con la poca ecuanimidad que me poesía marqué el número de un amigo de Lima y le hice un preámbulo más o menos así:

–Ramiro, buen día… disculpa que te moleste a estas horas, disculpa mi estado y mi vulgaridad pero por dios te pido solo la verdad, amigo, por favor te lo suplico. Dime, ¿es cierto que Mario Vargas Llosa ha ganado el Nobel de Literatura?

–Es cierto, Carlos, lo anunciaron en Radio Programas y está en toda la prensa, es verdad. Para que te mentiría. 

–Gracias, hermano. Le mandas saludos a Patricia y nuevamente disculpas por molestarte.

Colgué el celular y abracé a mi amigo con todas mis fuerzas y me puse a llorar de felicidad. Ni en mis afiebrados delirios por el fútbol alcancé tal conmoción. Mis ebrios amigos se despertaron y se sorprendieron de mi alharaca llorona y pensaron que me había pasado una tragedia, pero les expliqué el asunto del Nobel. Yo quería beberme la vida y fuimos por más cervezas. Cambiamos de lugar para continuar la “fiesta” eligiendo una banqueta de la plaza Las Américas. De tanto en tanto se me caían las lágrimas y era consolado por mis camaradas. Fui llevado a mi casa por mis amigos y en el camino balbuceaba cosas literarias como algunos versos de Martín Adán. Mi hermana salió a recibirme y yo seguía llorando de felicidad y trataba de explicarle la importancia de Mario en mi vida. Me recostaron en la cama, pero no paraba de llorar. Entre los nubarrones del cansancio, el licor en mi cuerpo y la alegría, recordé aquella crónica que hice en el año 2005 para el diario Arequipa al día: “Encuentros y desencuentros con el escribidor” y mis libritos de Mario Vargas Llosa que tenía encima de cama.

El 8 de diciembre me levanté muy temprano y compré todos los diarios que pude (los populares y serios) para tener el recuerdo de la cobertura histórica de la noticia. El 10 de diciembre vi la ceremonia por televisión donde el rey Carlos Gustavo de Suecia y la Academia le entregaron el Premio Nobel de Literatura de ese año. Me invadía un temblor en las piernas al ver a mi modelo literario ser galardonado en tan solemne ceremonia. 

Al día siguiente viajé a Abancay y renuncié a mi trabajo. Debía regresar a mi tierra y forjar mi rebelde camino literario. Contra viento y marea estaba decidido a retomar la escritura, los libros pendientes, los perfiles y crónicas dejadas a medias. Me poseía una fuerza sobrenatural capaz de todo y Mario era el culpable. Nacía mi guerra del fin del mundo.

Viernes 28 de marzo de 2025. Mario Vargas Llosa cumple 89 años y la biblioteca arequipeña que alberga sus libros y lleva su nombre anunció en conferencia de prensa los actos celebratorios por la fecha. El subgerente de Cultura, Alfredo Herrera no subrayó ningún evento sobre la vida y obra del Nobel. ¿no pudieron?, ¿no quisieron? ¿o se les pasó la fecha y había que parchar el asunto con un mero formalismo que ocultara la desidia? El gobernador Rohel Sánchez se despachó una paporreta para el aburrimiento. Solo el poeta y asesor del Gobierno Regional, José Gabriel Valdivia compartió una revisión crítica de la tesis de Mario dedicada al poeta nicaragüense, Rubén Darío. Pero esa amenidad no puede ser una actividad, es solo un acto de protocolo. La Lima que tanto criticamos por su centralismo tuvo ingeniosas y amenas actividades que abarcaban desde entrevistas a expertos(dramaturgos, novelistas, políticos etc.) en importantes medios de comunicación, los diarios anuncian especiales sobre su vida; una editorial sacó un folletín en honor al cumpleaños de Mario ¿Y nosotros? 

En Arequipa muchos no quieren a Mario, aborrecen su éxito universal y lo minimizan por su postura política. Sus escritores y poetas en su mayoría lo detestan. Un cuentista sentimental, quien fuera unos pocos años su más ferviente admirador, me confesó que si lo tuviera cara a cara lo escupiría sin ningún rubor por su postura fascista. Su gigante humanidad no está a la altura de nuestros ilustres burócratas de calamina o son poca cosa ante el ego de nuestros colosales artistas modernos. Ni las universidades, centros culturales, librerías o las asociaciones de escritores anunciaron una pizca de respeto a nuestro laureado escritor y además, paisano. Mario, se ha convertido en un paradigma andante por el mundo, un quijote que dijo lo que pensaba y escribió como Dios y trabajaba con disciplina de obrero. “Un explorador de las abundancias” como diría Carlos Granes. 

Y a pesar de no haber vivido más de un año en esta tierra le regaló sus 30 mil libros. Ya no escribe. Los años le pesan en el cuerpo y la piel. Junto a su hijo Álvaro (celoso guardián de su memoria y su legado) viene de tanto en tanto al Perú (o Lima) y comparte unas fotografías de su padre en los lugares que inspiraron sus obras(Jirón Huatica, Cinco Esquinas o el Colegio Militar “Leoncio Prado). 

¿Por qué está mezquindad contra un hombre que fue tan generoso con su tierra?

En plena efervescencia de la campaña electoral del año 2021 el Centro de Estudios Filosóficos Dialecticum compartió una carta pública dirigida al gobernador regional de ese entonces Arq. Elmer Cáceres Llica y con una prosa heredera de un rocambolesco estilo plagado de redundancias batallando contra la claridad y la estética, exigían a la primera autoridad política regional: 

“Saber que nuestra Biblioteca Regional lleva el nombre de alguien que apoya a una candidata que representa lo peor de la vida política de nuestro país, significa un insulto a la dignidad del pueblo arequipeño y del pueblo peruano en general. Es por estas razones que reclamamos que se retire el nombre Mario Vargas Llosa y pase a llamarse Biblioteca Regional de Arequipa. Es necesario que los intelectuales del mundo sepan el rol que juegan en la historia de los pueblos, y no se puede permitir que su actitud deleznable, sea pasada por alto por las autoridades que nos representan, si usted señor Gobernador Regional, está del lado de los intereses del pueblo, de la clase trabajadora, debe tomar cartas en el asunto y atender nuestro pedido.”

A los integrantes de este grupo de pensamiento, de seres (mayorcitos y con excelsos bigotes) que han bebido de las fuentes filosóficas y sus corrientes y no les interesaba conocer las formas administrativas de la gestión y nacimiento de la Biblioteca, no les importaba saber de toda la repercusión que trae este centro cultural por el simple hecho de ser el lugar que conserva sus libros. La postura política de apoyar a la candidata Keiko Fujimori era suficiente argumento “moral” para desacreditarlo y deshacernos de su “nombre” y castigarlo por no pensar como las mayorías. Los que dicen pensar por el pueblo no pensaron cómo entender una entidad en toda su dimensión legal y cultural. 

Algunos más osados anunciaron quemar públicamente sus libros y el reconocido historiador Hélard Fuentes Pastor escribió un artículo donde proponía dividir el espacio cultural en dos: una para los libros del Nobel que conservara su nombre y la otra que podría denominarse en honor a alguna de nuestras representantes de la literatura arequipeña como María Nieves y Bustamante o Carmela Núñez Ureta ejercitando una especie de balance de géneros y equidad cultural. Al igual que el grupo Dialecticum solo que matizado de una falsa perspectiva de corrección política con camuflaje descentralista. 

Volviendo a la mañana de este viernes le cuento a mi amigo Rey Paolo Pino (camarada de los libros, la política y la cultura) que no estoy preparado para soportar la noticia cuando Mario deje este mundo. Sé que lloraré a mares, me encerraré en mi casa por varios días y no conversaré con nadie. Tendré un dolor en el pecho como cuando se va un familiar. Un vacío en el alma que poco a poco llenaré con las portentosas evocaciones de su gran mensaje de profeta literario, de su inmenso talento de fabulador. A Mario le debo la pasión, la estoica firmeza de creer quien soy.

Carlos Rivera
31 de marzo del 2025

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