Darío Enríquez

Los traumas de una sociedad que no tiene norte

Cuando el odio sistemático nos lleva a normalizar el espanto

Los traumas de una sociedad que no tiene norte
Darío Enríquez
14 de noviembre del 2018

 

¿Te acuerdas de Zavalita? Quizás escuchaste de él, pero es difícil que lo hayas leído: nunca apareció en la portada de alguno de esos diarios que repasas con la vista rápida y ligera, mientras pasas junto al quiosco del lugar. Alguna vez apareció en TV, pero en canales y programas aburridos. Tranca. No te culpo. Te cuento: nadie tiene aún respuesta certera a la pregunta que lanzó Zavalita en el bar La Catedral. Un personaje en el que se encarnaron las preocupaciones y veleidades juveniles del hasta hoy único nobel “español de origen peruano” (así lo llaman en la Madre Patria, a veces madrastra, a veces abuelita chocha): “¿En qué momento se jodió el Perú?”

Debes saber que, en rigor, el “enjodimiento”, la “jodienda” o el “enjodidamiento” no es un momento, sino un proceso. Tal vez ni lo sospeches, pero la “crisis” (véase las comillas) que vivimos en el Perú no es nueva, es el eterno retorno de lo idéntico. No te preocupes, no vamos a hablar del “Loco Freddy”. Volvamos al tema, el “enjodidamiento” en el Perú incluso se ha superado como proceso, para convertirse en una forma de vida. Y dicen que la vida no es sino una forma de morir. Para eso estamos.

Tú disfrutas hoy los beneficios materiales de la gran revolución que se llevó adelante en los noventa, con las reformas liberales ¿Te has dado cuenta de que han implantado en tu cerebelo un odio inusitado e irracional (valga la redundancia) contra esas reformas y contra ese proceso de liberalización de la economía? Sabemos que lo bueno, lo malo, lo feo y lo horroroso del Perú de hoy se explica abrumadoramente por esas reformas. Pero no se puede reconocer exitosa quienes tanto odias, y entonces terminas odiando las obras de aquellos. Aunque tú, tu familia y tus amigos tengan hoy una perspectiva muy superior al páramo irrespirable que nos legaron en 1990 quienes dirigieron al país en los sesenta, setenta y ochenta.

Solo una sociedad que no tiene norte, pero sí un odio sistemático (enraizado por quienes prefieren destruir para servirse de la carroña), puede llevarnos a normalizar el espanto. En eso estamos. Tome nota, señor, señora, señorita. Mario Vargas Llosa acaba de lanzar un mensaje que ha dejado expuestos a los falsos indignados que más bien lo aplauden. ¿Eres tú uno de ellos? Nos dice nuestro laureado escritor, antaño promotor de dictaduras y satrapías socialistas, hoy liberal converso, que el robo de US$ 30,000 millones por parte de la mafia socialista del Foro de Sao Paulo, el reo en cárcel Lula da Silva y las empresas mercantilistas Odebrecht (incluidos sus compinches locales, como Graña y Montero), no es relevante, sino que debemos preservar la “democracia” y que la extinción de su némesis será la mejor noticia. “Roba pero es demócrata”, la nueva creación vargasllosiana pulveriza y sepulta en la intrascendencia a aquella otra frase acuñada por un periodista “a medida” para satanizar al rival de su madrina política, también corrompida por Odebrecht: “Roba pero hace obra”.

¿Qué te parece? ¿Seguirás diciendo como las misses en entrevista “cultural” que al escritor que más admiras es Vargas Llosa y que su obra religiosa “Conversación en la Catedral” es la que más te gusta? No te preocupes. No es ninguna afrenta no haber leído a Vargas Llosa. Otros se ufanan de haber leído a Sócrates. Siempre hay alguien peor. Eso sí, te la pierdes, porque como escritor MVLL es extraordinario. Pero te pido que tomes nota lo que en España dicen de él: “A Vargas Llosa hay que leerlo, pero no lo escuches”. Un extraordinario escritor y un mediocre político. Después de todo, basta recordar que MVLL apoyó a Lula da Silva. Y que lo preconizaba como “izquierda ejemplar” para nuestra América, hasta hace muy poco.

Tenemos una tarea pendiente. Tú y yo, todos. Mientras no se castigue a los megacorruptos que se auparon a la democracia en los últimos 18 años, no habrá descanso. Mientras no se haga justicia y se permita que esos sinvergüenzas luzcan impunes su poder desde el control de los medios de comunicación, no habrá paz. Mientras tengan un ejército de ujieres del vil oficio a su servicio manipulador, seguiremos siendo el Reino del Espanto. Disculpa, Alvarito, pero hoy se aplica mucho mejor aquella falsificación perpetrada por ti años atrás, renovada en forma reiterada con tu despreciable apoyo a los megacorruptos Toledo, Ollanta y Nadine. Tomo prestada la frase de un verdadero grande, del más grande entre todos, Jorge Luis Borges, y se la dedico a mi Perú: “No nos une el amor, sino el espanto. ¡Será por eso que te quiero tanto!”.

 

Darío Enríquez
14 de noviembre del 2018

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