Lo que de verdad importa

Confieso haber experimentado una sensación de “plancha quemada” tras el programa de Rey con Barba y Tudela. No debió sorprenderme, dado que conozco personalmente la seriedad e integridad de los tres. Como muchos, me había acostumbrado inconscientemente al morbo que la prensa amarilla nos vende a diario para distraernos de lo que de verdad importa. No es posible que la corrección y la decencia periodística sean tan escasos que su ejercicio nos sorprenda.

Mientras una ONG financiada por un ricachón expulsado de varios países (por su evidente mala leche) y ciertos medios impuestíferos filtran, omiten, dosifican y combinan audios con la clara intención política de demoler honras de adversarios, en el camino a cargarse la institucionalidad democrática, el mundo sigue girando. Y con su podredumbre de plácemes, porque a muchos les han quitado la mirada de encima.

Para recuperar la tranquilidad, en las calles y en casa, los peruanos esperamos medidas inteligentes y sostenidas. Necesitamos más que eventuales operativos policiales de captura, bien publicitados, y expedientes que se deshacen en manos del fiscal o del juez por insubsistencia o por “engrase” . Algo inteligente como la implementación legal de la doctrina del castillo, exitosa en muchos estados para reducir la criminalidad, caería sin duda muy bien a la gente de bien, hastiada de tantos años con la zurda privilegiando el bienestar de los delincuentes.

Un poco de responsabilidad y demostración de que algo enseñó la historia tampoco vendría mal mal. Hablando con un honesto refugiado venezolano, a quien conozco hace varios meses, me comentó que en ninguna de las fronteras que atravesó en su migración hacia Perú le revisaron antecedentes ni equipaje. Solo verificaron la autenticidad de su pasaporte. Por qué sorprendernos de que se cuelen delincuentes y presos recién liberados por el Gobierno (como hizo Cuba cuando los marielitos) de Maduro. Esos y otros rufianes los puede mandar Venezuela con armas en la maleta. Una negligencia inaudita.

Además de esperar mejor nivel de seguridad, función primigenia y principal por la que aceptamos la existencia del Estado, los funcionarios (por designación o por elección) no debieran perder de vista que toca al Gobierno de turno estimular o por lo menos no lastrar el crecimiento económico formal. Es la única forma sostenible de generar más y mejores oportunidades de trabajo para la gente honesta, y de paso más recaudación para construir infraestructura que a su vez impulse mayor crecimiento.

Lo dicho en el párrafo anterior pasa por una base más amplia de recaudación, lo que implica hacer más atractiva la formalidad y no permitir que funcionarios con creatividad digna de mejor causa, hagan palidecer a Milan Kundera, negándose a cumplir la ley por consigna ideológica u ofrecimiento de prebenda oenegera o de la organismos internacionales que también juegan.

La lógica detrás de la recaudación tributaria es que se produzca inversión y gasto público eficientes, destinados a proveer de servicios básicos a la población. Y no a simplemente ampliar coberturas en el papel, que en la realidad son imposibles, ni mantener burócratas convencidos de que son la razón de ser del Estado.

Solo cuando la mayoría de la población aporte en proporción a sus ingresos se sentirá obligada a ser más consciente en su voto. Hoy, al no ser su dinero (impuestos directos) el que se roba o malgasta, votan sin mayor análisis y se quejan luego del resultado de su propia elección, culpando a otros. Mientras eso continúe, va a ser muy difícil construir fortaleza institucional.

Es hora de acabar con bravatas de patio de escuela primaria. La racionalidad en las decisiones, poniendo el bienestar de la patria por delante, es la marca de un verdadero estadista.