Dante Bobadilla
Liberales en el debate sobre el aborto
Personas deben ser capaces de tomar sus propias decisiones

La inminente despenalización del aborto en Argentina ha encendido los debates entre conservadores y progresistas, y también entre liberales y conservadores, revelando las profundas diferencias que separan a estos sectores. Revisemos este asunto.
Para un liberal, la causa fundamental es la libertad del individuo. Defendemos al ciudadano frente al abuso del poder proveniente del Estado en general –el enemigo principal– así como del gobierno o el poder político en particular, pero también de todos los sectores colectivistas que buscan usar el poder político para imponerle a la sociedad sus ideologías, creencias, moral, diseño social, valores o dogmas de fe. No es potestad del Estado intervenir en la vida privada de las personas para forzarlas o impedirles adoptar una decisión personal.
El conservador típico se sustenta en la religión. Su pensamiento está comprometido con mitos de fe, y por tanto defiende los dogmas y causas de su iglesia como prioridad. Luego viene la propiedad privada y –en cuanto se ajuste a sus dogmas– la libertad. Sus principios son “Dios, familia y patria” y esas son sus prioridades. Utilizan la etiqueta “pro vida”, pero en realidad la única vida que les interesa es la que está en el útero de la mujer. Sus fundamentos ideológicos reposan básicamente en la Biblia y en los dictados de su Iglesia.
El furibundo rechazo conservador al aborto proviene, obviamente, de prejuicios bíblicos según los cuales el rol de la mujer es procrear y cumplir el mandato divino de “creced y multiplicaos”. En añadidura, la Iglesia le ha negado a la mujer todos los medios para ejercer el control de su capacidad reproductiva. No se trata solo del aborto. Es una postura intransigente y sistemática de la Iglesia para llevar a la mujer hacia la maternidad, aunque esto se disfrace muy bien como amor por el no nacido. Hay que diferenciar entre el eslogan de campaña y la real motivación de trasfondo religioso. Para un liberal el aborto no es un tema relevante ni político, pues compete al ámbito estrictamente privado de las personas, no al Estado ni a la Iglesia, y menos a un colectivo que cree estar en una cruzada.
Cualquiera puede tener una postura contra del aborto como parte de su libertad individual. Pero eso debería quedar en el ámbito de la vida personal y de pareja. El problema es cuando se pretende imponer ese criterio a los demás usando al Estado como aliado. Para justificar su guerra santa contra el aborto, los conservadores han recurrido a toda clase de argucias, desde la sensiblería más cursi por el “no nacido”, hasta la manipulación aventurera de la ciencia y los derechos. Los derechos fueron creados para defender a las personas del abuso del poder, no para abusar de la mujer imponiéndole un dogma de fe en alianza con el Estado. Los derechos protegen a las personas del poder del Estado, no se utilizan ni se invocan para que el Estado se meta en la vida privada de las personas para obligar a una mujer a parir.
Los conservadores pretenden establecer que los derechos empiezan en la concepción. Es decir, un glomérulo ya tendría derechos. Esa es una manera muy extremista de forzar las cosas. Apelar a la biología para sostener que un glomérulo es ya una “persona con derechos” es una exageración extravagante. Peor aún, pretender que los supuestos “derechos del concebido” están por encima de los de la mujer, y que –además– el Estado puede determinar lo que le conviene al producto de la concepción, sin importar lo que opine la mujer que lo contiene. Todo eso es sumamente aberrante, por decir lo menos.
Los conservadores afirman que el concebido no es parte de la mujer, y que ella no tiene ningún poder de decisión sobre algo que está en su cuerpo y que depende totalmente de ella. Lo que pretenden prácticamente es expropiarle el útero a la mujer para concederle ciudadanía al concebido y darle la “protección del Estado”. Toda esta ensalada conceptual y maniqueísmo forzado conducen a la idolatría del concebido y al desprecio por la mujer. Es una maniobra retórica y desesperada para imponer las concepciones religiosas que promueven el machismo cultural y los viejos prejuicios medievales sobre el rol de la mujer y su sexualidad.
Los liberales no estamos ni a favor ni en contra del aborto. Estamos a favor de la libertad de las personas y de su capacidad para tomar sus propias decisiones en base a sus propios criterios, realidades y valores. No podemos apoyar que el Estado o la Iglesia tengan el poder para tomar decisiones por todos, ni para imponer sus doctrinas y valores a la sociedad, sean estos conservadores o progresistas. Los conservadores son libres de hacer campañas de promoción de sus creencias y valores, pero no pueden utilizar al Estado para imponerlos a la sociedad. Incluso han llegado al extremo de querer pasar por encima de la opinión médica para prohibir los abortos terapéuticos. Se trata pues de una postura extremista que solo ha tenido eco en los países menos desarrollados, y siempre con resultados contraproducentes.
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