Darío Enríquez

Las malas ideas y la historia falsificada

Crónica de un fracaso anunciado

Las malas ideas y la historia falsificada
Darío Enríquez
03 de agosto del 2021


No pasaron ni 24 horas luego de la toma de mando y tuvimos una buena noticia: se acabó el debate. La mala noticia es que se confirmaron los mayores temores respecto del rumbo que iba a trazar el nuevo gobierno en el Perú. Estamos frente al peor escenario. Quienes creyeron que Castillo se moderaría o deslindaría de posiciones extremas simplemente se condujeron con una absoluta ingenuidad, cuando no una ambición pequeña e inmoral en espera de las migajas que caen desde la mesa del poder. 

Se puede entender –en casos lamentablemente numerosos– que la gente reaccione frente a una vida plena de dificultades, padecimientos y contrariedades, todo ello exacerbado por la pandemia. Entonces hay un voto de “protesta”. Pero no es fácil descifrar lo que ha sucedido con quienes tienen tanto que perder frente a estas políticas colectivistas autoritarias que, desde una hibridación del más rancio marxismo-leninismo-maoísmo, son propuestas por el nuevo gobierno y su prontuariado gabinete. Se vienen tiempos muy difíciles para nuestro país.

Ciertos personajes que apoyaron a Castillo, pese a conocer todas sus propuestas, le piden hoy un deslinde ¿Se puede ser más ingenuo e irresponsable? Demasiado tarde. Se les explicó de mil formas, pero no aceptaron lógica ni razón alguna. Muchos de esos personajes, con abyectas y obscuras expectativas, desplegaron su ambición por el dinero estatal fácil: se inclinaron hacia el poder, eligieron la quincena y escupieron a la historia. Hoy quienes ostentan ese poder escupen a esos personajes y les niegan la quincena. Cosechan lo que sembraron. El problema es que, por el contexto extremo, todo el país sufre las consecuencias.

Observamos dos pilares sobre los que se sostiene ideológicamente la praxis de este híbrido que dirigen Pedro Castillo, Vladimir Cerrón y Antauro Humala (pronto será indultado): uno cultural y otro economicista. En lo cultural, refiriendo nuestros orígenes, comenzaremos diciéndolo en una frase corta: somos andinos y somos hispanos. Gran parte de peruanos lo somos genéticamente y prácticamente todos lo somos culturalmente, desde nuestra pertenencia a esa cultura mestiza que nos identifica y define, incluyendo otras vertientes étnicas que también participan en forma notoria de ese crisol que llamamos Perú : otros orígenes europeos, africanos, árabes, semitas y asiáticos.  Todas las sangres.

Desde la afiebrada revolución colectivista autoritaria (tiránica, si fuera necesario en su momento) que proponen Castillo, Cerrón y Antauro, se ha optado por las peores ideas. Un Estado actor, operador, interventor y sancionador se propone ser protagonista en todos los aspectos del discurrir de nuestra sociedad. También han optado por falsificar la historia para acompañar su accionar liberticida con relatos que lo justifiquen. Las ideas tienen consecuencias y las malas ideas tienen consecuencias funestas. Lo sabemos porque ya lo hemos vivido en la terrible experiencia militar-estatista entre 1968 y 1990. Nos llevó al fondo del abismo y al borde de la inviabilidad como país. Aún seguimos pagando las consecuencias de tanta felonía, corrupción e ineptitud.

Aunque podamos observar matices y diferencias de forma, en el fondo lo que funciona en el mundo es definir un ambiente-de-negocios que propicie la inversión y la generación de empleo. Todo ello sostenible en tanto se acceda al mayor grado posible de libertades económicas y su correlato en libertades políticas y civiles. No se logra ese necesario y urgente ambiente-de-negocios quebrando la confianza sistémica con absurdas propuestas como la revisión unilateral de contratos-ley, sustentada en la fuerza represiva del Estado. Tampoco atentados contra la propiedad, invocando un delirante ”interés general, que el Pueblo decida”. Esa erosión de la confianza sistémica es el factor fundamental que explica por qué no hemos tenido suficientes inversiones productivas y de largo plazo en el Perú.

En cada esquina hay un desquiciado gritando “expropiación, nacionalización, confiscación” y siempre hay un grupo que le aplaude con el consabido “Pueblo, pueblo, pueblo”. Pues bien, esos desquiciados este año han llegado al poder en el Perú y amenazan con permanecer en él con la ley o sin ella. Muy complicado. Se espanta la buena inversión, atrayendo a su vez a mafias internacionales y a capitales obscuros con la expectativa de hacer pingües negociados. En suma, se abren las puertas a quienes destruyen nuestro incipiente mercado de valores y nuestra economía emergente que no logra reducir como debiera ese 70% de informalidad.

Veamos ahora como Castillo, Cerrón y Antauro falsifican la historia. En verdad, no es que ellos sean los perpetradores, sino que son “usuarios” de quienes han dedicado gran parte de sus vidas a traficar con hechos históricos para amoldarlos a sus (falsos) relatos. No voy a referir interpretaciones, que pueden ser diversas, variadas y divergentes. Solo mencionaré ciertos hechos. Es cierto e innegable que el período histórico que llaman Conquista -previo al establecimiento del Virreinato del Perú- estuvo saturado de violencia, abusos e injusticias. También debemos anotar que eso sucedía en forma similar cuando los Incas conquistaban. Debe verse en su contexto, en su espacio-tiempo histórico. No es casualidad que etnias locales como Cañaris, Chachapoyas, Wankas y otros apoyaran a los españoles, luchando contra los Incas.

Hay hechos que apuntan a que el bienestar general de la población mejoró sustantivamente durante el virreinato. Hubo una gran revolución tecnológica en el campo. Tecnologías disruptivas. Como lo que se habla hoy sobre la revolución de la información y la transformación digital. El trabajo agrícola era durísimo, los antiguos peruanos lo hacían literalmente con sus manos. Los débiles instrumentos de labranza, hechos de madera o cobre, aportaban muy poco. Con los europeos llegó el hierro y la rueda (que no se conocían en el Tahuantinsuyo), junto con la fuerza animal en tiro, carga y labranza (caballos, burros y bueyes). Todo esto supuso un enorme cambio en la forma de producir e incluso en las relaciones sociales. Ese cambio redundó, sin duda, en mejores condiciones de vida. También se dotó de alfabeto y escritura a las lenguas aborígenes que eran ágrafas. Son hechos.

Es esencial también diferenciar “Colonia” de “Virreinato”. Es evidente que nuestro estatus era muy diferente al de las colonias inglesas en Norteamérica o al Congo Belga, por ejemplo. Diferencias enormes y sustanciales que nos hablan de que no podemos ni debemos usar el término “Colonia”. Nuestro pensamiento crítico queda seriamente cuestionado si es que no percibimos esta diferencia. El relato que nos quieren vender los falsificadores de la historia se cae solo teniendo en cuenta tanto la farsa del “coloniaje” como la gran revolución tecnológica agrícola que mencionamos líneas arriba.

En este momento, es evidente que debemos enfrentar una batalla cultural ya en curso. Nuestras raíces históricas se retuercen y falsifican. Las malas ideas imperan. Las emociones se imponen a la razón. Nos dirigimos al desquiciamiento de nuestra sociedad. Aún podemos convocar coexistencia pacífica, acuerdos libres y viabilidad social sin recurrir ni a la exacerbación de conflictos ni a la agudización de las contradicciones. Depende de nosotros mismos.

Darío Enríquez
03 de agosto del 2021

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