Heriberto Bustos
La verdad, la democracia y la lucha contra la mentira
Una tarea colectiva que demanda un compromiso ético renovado

En los últimos años, hemos sido testigos de cómo influyentes personajes públicos recurren a declaraciones falsas para encubrir errores, manipular, aparentar, persuadir o desviar la atención de situaciones que comprometen sus objetivos. Este fenómeno, por su gravedad e impacto, no solo debilita la confianza entre los ciudadanos, sino que también afecta la cohesión social y la funcionalidad de nuestras instituciones. Más preocupante aún, está profundamente vinculado con prácticas ilegales, el narcotráfico y la creciente inseguridad, erosionando los pilares mismos de la democracia.
La democracia, como sistema, no puede prosperar sin la verdad. Su ejercicio está intrínsecamente ligado a la libertad de pensamiento, y su consolidación depende en gran medida de la educación. Educar no es simplemente transmitir conocimientos; es fomentar y practicar la libertad para pensar y actuar en consonancia con la verdad. Sin embargo, la educación no es responsabilidad exclusiva de las escuelas. También recae en las familias y en la colectividad. Así, todos compartimos la tarea de trazar una línea clara que distinga la verdad de la falsedad, fortaleciendo los valores que sustentan una sociedad justa y democrática.
En una era saturada de información, discernir la verdad se ha convertido en un desafío crucial. Es imperativo recordar que para estar bien informados, debemos evitar caer en el sesgo de escuchar únicamente a quienes confirman nuestras creencias o leer solo los medios que preferimos. La apertura a diversas fuentes de información y el espíritu crítico son esenciales. Contrastar lo que vemos, leemos y escuchamos nos permite analizar con mayor profundidad la validez de las noticias.
Como lo afirmó Juan Pablo II, “La libertad de buscar y decir la verdad es un elemento esencial de la comunicación humana, no solo en relación con los hechos y la información, sino especialmente sobre la naturaleza y destino de la persona humana, respecto a la sociedad y el bien común”. Esta libertad nos compromete a buscar activamente la verdad como un bien colectivo y a rechazar la mentira como una amenaza al tejido social.
El impacto de la mentira en nuestras sociedades contemporáneas ya había sido señalado con claridad por Pablo Neruda en su poema Sepan lo Sepan:
¡Ay, la mentira que vivimos,
fue el pan nuestro de cada día!
Señores del siglo veintiuno,
es necesario que se sepa
lo que nosotros no supimos,
que no coma nadie más
el alimento mentiroso
que en nuestro tiempo nos nutría…
Estas líneas resuenan con fuerza en la actualidad, instándonos a no aceptar más "el alimento mentiroso" que nutre la desconfianza y la corrupción. La mentira persiste porque la verdad a menudo es vista como peligrosa, una amenaza para quienes pretenden conservar el poder a toda costa. Por ello, la confrontación con la falsedad no es solo una tarea individual, sino una misión colectiva que demanda un compromiso ético renovado.
No basta con identificar a quienes mienten ni señalar dónde y cuándo lo hacen. La solución pasa por evitar que la mentira se arraigue, lo cual requiere un retorno a los valores fundamentales y una activa participación ciudadana en la vida política del país. En este contexto, la ética debe ser el eje que guíe nuestras acciones y decisiones. Aunque en tiempos recientes nos hemos alejado de los ideales de una ciudadanía democrática, contaminados por el accionar de quienes traicionaron el bien común, hoy enfrentamos un llamado urgente a actuar con justicia, fundamentos ideológicos sólidos y un compromiso que roce lo místico.
La lucha contra la mentira y otros males que aquejan a nuestra sociedad no es únicamente un desafío práctico, sino también una batalla ideológica. Luis de la Puente Uceda lo expresó con claridad: “Hagamos de la política una pedagogía y un apostolado; elevemos la conciencia de los ciudadanos con el ejemplo y la prédica esclarecedoras”. Este llamado sigue vigente y nos invita a replantear la política como un espacio de transformación ética y social.
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