Raúl Mendoza Cánepa

La prosperidad y la franqueza

La prosperidad y la franqueza
Raúl Mendoza Cánepa
03 de octubre del 2016

La sinceridad tiene un inestimable valor económico

No cabe duda de que el estatismo, el control social, incluso el derecho privado, son consecuencia de nuestra propensión a mentir. Esta se minimiza, se dice que la mentira socialmente cooperativa impide que se desencadene la guerra generalizada, base del Leviatán de Hobbes y del imperio estatal. Prefiero creer como Gandhi en la fuerza del satyagraha y en su convicción acerca del valor esencial de la verdad per se. El mahatma repudiaba las medias verdades y tocaba el extremo de la autenticidad brutal. Ser uno mismo, decir lo que se piensa, torna innecesaria la violencia. La verdad no se impone más que por la fuerza de la propia verdad. Gandhi descubrió la sabiduría de la verdad en una lectura, cuando hacía un viaje en tren siendo un joven abogado: Unto this last, de John Ruskin. Fue también el origen de su transformación.

Sin embargo, la sinceridad nos espanta. La mentira es siempre más cómoda y los mentirosos más simpáticos. Nadie quiere al lado a alguien que le esté “diciendo las cosas”. Un viajante amigo señalaba, a contrapelo, que en América Latina el fenómeno de la cómoda mentira es más tangible, pero por serlo nos obliga a cuidarnos frente al otro. Tan buena no es, como ven. De allí las barreras, las cautelas, las licencias, la paranoia, la levedad de las relaciones, la violencia y, por cierto, el incremento de los costos de transacción. A más mentiras más desconfianza y menos acuerdos plenos, más caro es contratar, más peligroso relacionarse y tomar decisiones. Recientemente Richard Webb escribió en El Comercio: “...pero el requisito principal no consiste en mejorar las normas, sino en reducir el elevado nivel de desconfianza que nos caracteriza como sociedad. Una cultura de desconfianza genera un exagerado celo en la aplicación de las normas, multiplicación de firmas y demoras burocráticas”. Sí, pero ¿cómo dejar de ser mentirosos y ser más confiables?

El Perú es un país en el que la credibilidad es frágil. La criollada es el sello de nuestra historia, desde la elusión a las leyes de indias por las autoridades virreinales (“se acata, pero no se cumple”) hasta las promesas incumplidas de los políticos modernos y sus malversaciones. Son muy pocos los que creen en las instituciones. Nadie está fuera del círculo de la sospecha. La mentira cruza la precariedad de la familia, la sesgada publicidad, las malas prácticas burocráticas, la apropiación de los recursos públicos, la sobonería, la tergiversación periodística y la coima, que se tolera y hasta se legitima moralmente si nos aligera el trámite. Le tememos a la franqueza, eludimos a los sinceros, nos rodeamos de séquitos acríticos, calzamos más con el “chicheñó” de Palma que con el funcionario “que la ve clara y nos lo dice”. La “verdad” llega a ser una transgresión, un anticuerpo.

Bernardo Kliksberg, del BID, mencionaba hace algunos años el ejemplo de Noruega. Allí la mentira no existe. La confianza entre las personas es alta porque la falsedad es rara avis, las cosas se dicen, no se esconden. Según Klinsberg, la causa se encuentra en los valores predominantes y en el rigor social. Una persona corrupta o mentirosa sería excluida por su familia, por sus vecinos… ¡Imagínelo en tiempos de redes sociales! La mentira y la corrupción son un estigma.

En el mercado, los costos de transar por la inseguridad que genera el engaño se elevan cuando es necesario garantizar la parcialidad de jueces corruptos o funcionarios venales para que hagan lo que deben hacer ¿Habrá inversionista capaz de depositar su confianza en el sistema y poner en marcha su capital sin asegurarse antes frente a posibles incumplimientos contractuales que deberán ser vistos por jueces corruptos? ¿Se puede contratar con certeza si se cierne siempre el cálculo oculto de la contraparte? Si los costos de transacción son tan altos debido a la mentira, ¿no es mejor para el inversionista tantear terrenos más seguros?

En Conquests and cultures, Thomas Sowell nos da algunas claves de la prosperidad; pero también de la miseria, al ubicar la deshonestidad y la mentira como factores de atraso. La sinceridad tiene un inestimable valor económico y social, al margen de los costos colaterales que, como lastre individual, puedan conllevar y debiéramos asumir.

 

Raúl Mendoza Cánepa

 
Raúl Mendoza Cánepa
03 de octubre del 2016

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