Alan Salinas
La posverdad
¿Ha muerto la razón?

Se difunde por estos tiempos, con gran acierto, que estamos transitando un episodio bastante crítico para la humanidad, como es el de la posverdad. ¿Cómo se define esto? De acuerdo al Oxford English Dictionary, es la situación en la que “los hechos objetivos son menos determinantes que la apelación a la emoción o las creencias personales en el modelaje de la opinión pública”.
Esta posverdad tiene su base filosófica en el posmodernismo, el cual sostiene que todo es relativo; vale decir, que todos tienen una verdad, lo que puede llevar incluso al extremo del cinismo. Esta premisa filosófica, con el devenir de la globalización y la masificación de las tecnologías de la información y comunicación, se ha extendido y logrado generar un sentido común entre la gente de que cualquiera tiene su verdad; así se tenga que cuestionar, sin pruebas, lo que sostienen los expertos y sus años de investigación. Hasta esas investigaciones podrían ser deslegitimadas mediante lo emocional y la diatriba.
Es a través de las redes sociales y la prensa escrita y audiovisual que lo emocional y las creencias personales se difunden sin ningún tipo de regulación. En este panorama crítico, las noticias falsas (o fake news) cobran relevancia, teniendo tanta (o más) difusión como una verdad objetiva. Ante tal situación, las instituciones políticas, culturales y sociales —el día a día— se ven cuestionadas sin ningún tipo de solución. Las mantienen en jaque constantemente y alteran su fin superior. Con tal de desprestigiar al experto y a las instituciones que lo representan, vale todo tipo de argumentación cínica.
Tiempo atrás Nietzsche sostuvo que “Dios ha muerto”, para alarmarnos porque la razón había entrado al escenario público. Pues, con la posverdad, se sostendría que “la razón ha muerto”. Así graficaríamos todo este panorama sombrío que estamos viviendo actualmente. No es nada alentador —claro está— porque socava los cimientos de la democracia (léase tolerancia, convivencia cívica, autoridad), poniendo como contraparte el goce en extremo, el libertinaje, la indisciplina y los impulsos autoritarios.
Los hijos de la libertad necesitan —como sostuvo el sociólogo polaco Zygmunt Bauman— entrar en un proceso de regulación de los excesos de la cultura occidental, ya que actualmente el mercado está socavando la parte humanista de los valores occidentales. ¿Cómo iniciamos dicho proceso? Pues Alemania y Francia ya han comenzado a poner en la agenda pública la necesidad de regular a los medios de comunicación por lo expuesto líneas arriba. No es nada fácil, por supuesto, porque entra en tensión con un principio fundamental de la democracia: la libertad de expresión.
Pero entendamos algo: el proceso comunicativo está actualmente en un estado de naturaleza hegeliano en el que todo vale. Así se llegue a difamar, está permitido. Necesitamos afirmar, para ello, el legado de Hobbes o el de un leviatán que lo regule, que lo encauce en reglas, en las que la contraparte no se vea afectada sin razón alguna.
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