Carlos Adrianzén

La oportunidad

Recesión debe tomarse como una oportunidad de darnos cuenta qué nos pasó

La oportunidad
Carlos Adrianzén
24 de octubre del 2023


Toda recesión implica una oportunidad. Pero antes de enfocar las razones detrás del título de estas líneas, los invito a un necesario preámbulo. Esto, buscando no caer en otra torre de Babel y olvidar de qué estamos hablando.

El vocablo recesión envuelve algo simple. Implica exactamente una caída en los niveles de actividad económica en un país. Usualmente los economistas consideramos que caímos en una cuando el Producto Bruto Interno (PBI) se comprime en términos reales por un par de trimestres consecutivos o cuando cae anualmente. 

Más allá de esto, aparece el dinero y las interpretaciones políticas. Existen docenas de glosas a gusto del gobierno o la ideología de turno. Definiciones solo tomadas en serio por sus interesados. Existe sin embargo una definición más poderosa. Aquí me refiero a la tesis de J.R. Hicks, un economista difunto, uno de los padres de la macroeconomía reciente. Para él, caemos en recesión cuando la Inversión privada, neta de la depreciación, se desploma en términos reales. Específicamente, cuando la economía da señales de inicio de un proceso de derrumbe. Como verán, es lúcida hasta la médula. Sin embargo, al revelar temprano el proceso de caída, resulta impopular entre los burócratas responsables de que esta no se dé.

Una recesión es en todo tiempo y lugar una desgracia económica. Daña empresas y personas, empobrece y destruye capitales. En mayor medida, cuando es longeva y/o pronunciada. Referido todo esto, vayamos al punto: por qué razones toda recesión implica una oportunidad de mejora.

En primer lugar, implica la oportunidad de darnos cuenta qué nos pasó. ¿Por qué razones caímos en ella? ¿Por qué razones nunca caímos en ella, y nos quieren hacer creer que esas son las causas?

Aquí nada mejor que un ejemplo concreto. Me refiero a la recesión de toda moda. La que acaba de aceptar –a regañadientes– la burocracia de los tiempos de la segunda presidente mujer en la historia de nuestro país. En ella, podemos apreciar las últimas recesiones peruanas a lo largo del periodo 2016–2023 (ver Figura Uno) En ellas prevalece un cambio ideológico gradual en el manejo nacional. Discreto, pero significativo, se da un cambio de rumbo hacia la izquierda. Léase, hacia muchas menores libertades económicas y políticas. Primero, ante el abandono de las reformas de mercado con Alejandro Toledo, la economía nacional ya es vulnerable a la crisis financiera. 

Caemos y nos recuperamos a la sazón de la evolución de nuestros precios de exportación). Posteriormente, los retrocesos institucionales se profundizan (con un persistente incremento de la escala estatal, los controles, las trabas, la permisividad a la violencia ideológica, abandono del orden público, incumplimiento de la ley, de la corrupción burocrática, etc.). 

El gráfico muerde. No da pie a ilusiones, respecto al cumplimiento de un modelo liberal que a todas luces se abandona. Lo cual posibilita una constante reducción del ritmo de crecimiento económico nacional, desde un 10% anual el 2008, a un mediocre 3%, ad portas de la aparición de la pandemia originada en un laboratorio chino. Por aquellos días el negacionismo local proliferaba. 

Casi todos repetían y vendían, con entusiasmos dignos de mejores causas, que en el Perú existían cuerdas separadas entre –los cada vez más evidentes– retrocesos económicos y políticos. 

Lo que sucedió con la llegada al poder –con fondeo regional– de los izquierdistas (desde Humala a Boluarte– es la inflación estatal y su corrupción. La malísima gerencia de la pandemia –económica y epidemiológica– explicó innecesariamente una de las recesiones más destructivas de la historia nacional. Aplicar una cuarentena espartana solo implicaba una justificación para un incremento absurdo de la opresión estatal. Es decir, La cuna de la recesión de estas semanas.

Insisto, toda recesión implica la oportunidad de darnos cuenta cuántas veces nos ha pasado y si tenemos algunos puntos débiles que resolver… en aras a no volver a caer. Y también que las hay enormes –mega recesiones– y diminutas –mini recesiones–.

La Figura Dos nos muestra la magnitud del deterioro nacional con los gobiernos de semi– izquierda, izquierda tibia y finalmente, la izquierda radical (con Sagasti y Sendero Luminoso), a modo de un globo que se desinfla. 

Aquí, el punto a resolver implica el cambio de rumbo ideológico. Un tránsito hacia ideas asociadas empíricamente a mayores pobreza, estancamiento, inestabilidad y corrupción burocrática. Esto se hace nítido con la elección del candidato –y la masa congresal– grotescamente financiados por Hugo Chávez y Lula da Silva. 

Lo que sucede después de los accidentes del 2016 y 2018, en los tiempos del covid-19, ya configura una megarrecesión. Esto, con la usual compresión del PBI potencial, la explosión del número de pobres en las calles (en alrededor de tres millones adicionales), así como el continuo incumplimiento de la meta inflacionaria.

Todo esto implica otra oportunidad impopular. Reconocer que el camino de salida estaría frente a nosotros. Específicamente requiere el camino opuesto al que transitamos hace poco (ver Figura Tres). Frente a ella está la última justificación oficial de la izquierda frente a su fracaso en el gobierno. No fueron ellos. Ni la gente de Ollanta Humala, Susana Villarán o Verónika Mendoza, ni Vizcarra, ni Sagasti, ni Castillo, ni Boluarte serían hoy de izquierda. 

Ahora nos cuentan que en sus gobiernos no ha habido suficiente opresión, perdón, socialismo–mercantilista al estilo chavista. Lamentablemente para ellos, cualquier comparación del ritmo de crecimiento económico reciente de las naciones de izquierda en la región los deja en el más estrepitoso ridículo.

Y finalmente, toda esta discusión, implica la razón principal por la que un país –como el Perú– con un historial económico sellado por el fracaso, las recesiones deben ser evitadas y alejadas como la gran prioridad nacional. 

No implican solo corto plazo. Empobrecen consistentemente. Destruyen. Políticamente, justifican y posibilitan a gobiernos opresores de izquierda; quienes –por sus desastrosos resultados– desprecian las estadísticas. 

El antídoto aquí implica soñar el Perú. No permitirnos ninguna recesión. 

Las cifras peruanas muestran que esto implica una tarea factible. Priorizar un alto crecimiento por habitante (7% al año) por varias décadas consecutivas. No justificar ninguna recesión. Ni culpando al exterior, ni a un virus chino. 

En simple, todo debe estar alineado a un ritmo de crecimiento alto –y su inevitable correlato–: la consistente reducción de la pobreza nacional.

Carlos Adrianzén
24 de octubre del 2023

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