Carlos Adrianzén
La lógica del estancamiento actual
La inercia generada por el Gobierno de Ollanta Humala
Los tiempos cambiaron. Cada vez resultan más lejanos esos días de robusto crecimiento económico de la década pasada, cuando el promedio de crecimiento anual del quinquenio 2004-2008 alcanzaba el 7.5% y la reducción de la incidencia de pobreza, así como la evidencia del resurgimiento de la clase media, permitía a más de un observador sostener que estábamos ante otro caso de milagro económico en Sudamérica. Desdichadamente para nosotros los peruanos, tanto el congelamiento de las acciones afiladas de reforma de mercado con Toledo Manrique y García Pérez cuanto su gradual desmantelamiento y retroceso con Humala Tasso y sus sucesores, desinfló consistentemente esta fase de auge.
La llegada al Gobierno del candidato de la izquierda local, hoy sabemos con financiamiento bolivariano y canales brasileños, trajo algo más que un matiz ideológico.
El crecimiento alto —ese gran reductor de la pobreza a nivel nacional—, impulsado por el círculo virtuoso de las inversiones privadas y las exportaciones, perdió gradualmente su fuerza. Tal como cándidamente declaró Humala en alguna oportunidad, el crecimiento no le servía. Como en cualquier otro régimen de izquierda latinoamericana (esa mezcla de socialismo con mercantilismo), la burocracia debía ser el centro de todo bajo una nueva perspectiva: (menos) crecimiento con redistribución (búsqueda de equidad). Ideológicamente hablando, solo caminaban un discreto retorno de la década perdida, los ochenta.
Nótese que la labor de la burocracia no implicaba ninguna reforma de mercado significativa, sino elevar impuestos y regulaciones, redistribuir recursos a nombre de la inclusión social —a la brasileña— y sustituir inversiones privadas por públicas. El bloqueo a los proyectos mineros de Conga en Cajamarca o Tía María en Arequipa, hoy sabemos, tuvo mucha simpatía en los ámbitos estatales. Los proyectos mineros se detenían sin respetar el orden público ni la ley, mientras el Ejecutivo estaba paralizado.
No faltaron tampoco los intentos de dirigir la economía desde un escritorio. Me refiero a los también ilusos afanes por embarcarse en un proceso de diversificación productiva desde el Ministerio de la Producción. Asimismo, los megaproyectos estatales —tan ilusos técnicamente como en los aciagos días de la dictadura socialista setentera— reaparecían nuevamente en los elefantiásicos proyectos de la nueva refinería de Talara o el Gaseoducto Sur-Peruano. Así las cosas, y casi sin que nadie lo destaque, el Gobierno, en los hechos, había abandonado cualquier afán serio para desarrollar reformas adicionales de mercado, aunque participaba activamente en las actividades del foro APEC. Y hasta hacia sus esbozos iniciales para ingresar a la OECD, al estilo colombiano.
Retóricas afuera, cualquier observador minucioso descubriría que el Perú había implementado un silente retorno al socialismo mercantilista de los años ochenta. Con ello, los otrora significativos influjos de inversiones extranjeras, directas y de portafolio, se comprimieron. Humala fue tremendamente exitoso como gobernante de izquierda sudamericano: redujo a su mínima expresión los flujos de inversión privada e infló el tamaño de los estatal y de la corrupción burocrática, que históricamente lo acompaña. Lo penoso acá fue descubrir la visible incapacidad del gringo Pedro Pablo Kuczynski y el moqueguano Martín Vizcarra para quebrar esta inercia, destrabar los negocios y reconducir al país hacia nuevas reformas de mercado.
Sin embargo, es menester destacar que de los buenos tiempos prehumalistas hoy nos quedan dos rezagos destacables. Uno de enorme valor y otro accesorio. El primero es que la tasa de inflación anual se ubica consistentemente dentro de su meta (alrededor del 1.5% anual a junio pasado). Hoy por hoy no parece noticia a destacar, pero el mantenimiento de un destacado récord de estabilidad nominal, así como la vigencia de algunas reformas laterales en el ámbito bancario o previsional privado, ha sido y es aún una carta de presentación relevante y positiva para cualquier análisis del riesgo país sobre la economía peruana.
El segundo rezago nos recuerda que el saldo acumulado de divisas en el Banco Central de Reserva —su posición de cambio y sus saldo de reservas internacionales netas— alcanzan para cubrir, en promedio móvil y respectivamente, 17 u 11 meses de importaciones de mercancías. Este detalle significa mucho para regímenes temerosos del libre mercado o la flotación cambiaria y que —a pesar de su rigidez laboral—- apuestan abiertamente por aplicar un régimen de tipo de cambio fijo, al que llaman régimen de flotación sucia o administrada.
Más allá de ello, nos queda la lógica de los tiempos de menor crecimiento económico desarrollada por los colaboradores humalistas. Lógica económica que previsiblemente asegura un estancamiento o un crecimiento magro, como el reciente; inclusive con extraordinarios precios internacionales.
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