Darío Enríquez

¿La libertad es inherente al ser humano?

Matices de un valor fundamental y que debiera ser absoluto

¿La libertad es inherente al ser humano?
Darío Enríquez
14 de septiembre del 2021


El filósofo existencialista Jean-Paul Sartre decía repetidamente que “el hombre está condenado a ser libre”; y con ello nos quería decir que la libertad es un atributo inherente al ser humano. En tanto condena, no es difícil colegir que, en algunos casos y circunstancias, la libertad puede resultar una carga o un impedimento para el logro de ciertos objetivos. El ejercicio de la libertad lleva a la consiguiente responsabilidad, y si hay algo que el ser humano trata de evadir es asumir la responsabilidad por las consecuencias de sus actos.

Las reflexiones sobre la libertad abren un amplísimo abanico de matices e interpretaciones. Según comenta Marco Aurelio Denegri, desde la etología y la evolución se define el hombre como un animal jerárquico. El mando y la sumisión son naturales para él, mientras el sentido de igualdad es antinatural y debe ser construido culturalmente, muchas veces con enorme esfuerzo y dificultades. Agrega el doctor Denegri que si nos remitimos, por ejemplo, a las relaciones de mando y sumisión en el feudalismo, él está convencido de que fue el siervo quien buscó al señor para someterse a él, cediendo gran parte de su libertad a cambio de protección y seguridad. No habría sido al revés, como comúnmente se cree.

En la línea de proponer paradojas o deslizar contradicciones (como cuando se discute la imposibilidad de una deidad omnipotente que tenga la capacidad de crear una piedra tan pesada que él mismo no pueda levantar) se dice que la libertad nos podría habilitar para esclavizarnos por voluntad propia, anulando de ese modo la libertad, haciendo uso autodestructivo de esa misma libertad. Lo cierto es que todo atributo humano tiene límites, en especial cuando se ejerce en un medio social (consustancial a nosotros en tanto humanos). Por eso el ejercicio de la libertad –tal como lo define el doctor Alberto Benegas Lynch– implica el “respeto irrestricto al proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión y el respeto a los derechos fundamentales: derecho a la vida, derecho a la libertad y derecho a la propiedad privada”.

La libertad de un individuo puede llevarlo a atentar contra su propia vida; aunque se abre toda una discusión respecto al derecho que tenemos a autoeliminarnos haciendo uso de nuestra libertad. Lo cierto es que sucede, y poco podemos hacer salvo tratar de convencer al inminente suicida para que abandone esa idea.

En las relaciones interpersonales también apreciamos limitaciones –en principio– contra la libertad de unos individuos por acción de otros; sin embargo, se trataría de un sometimiento voluntario, como el siervo frente al señor feudal. Se ve con claridad también en la política, con las diversas formas de clientelismo y los populismos de última generación, desgracia que azota en especial a nuestros países abatidos por el asalto de la izquierda elitista (a quienes llaman chairos o caviares); y de esa otra izquierda que invoca al socialismo del siglo XXI, pero proviene de las más oscuras cavernas del siglo XIX. Poco que hacer frente a la necedad “libre” de nuestras masas.

En las cuestiones de pareja, podemos encontrar –con frecuencia más allá de lo tolerable– que una parte somete su libertad a otra a cambio de seguridad, protección o cierto bienestar material. Empero, cada pareja puede y debe resolver su convivencia en común acuerdo. Aunque haya algunos casos en que tal vez se ejercite violencia física inminente o real, que tuerza la voluntad libre del sometido, en muchos otros casos se trata de un acuerdo libre que reportaría ventajas a ambos en planos por lo general diferentes, convergentes o complementarios. Todo bien en esta última versión. El enamoramiento en tanto renuncia a parte de la libertad individual, a favor del vínculo material y afectivo en la pareja, agrega un elemento central. Ciertamente, el principio de no-agresión debe aparecer en todos estos casos como el contexto en el cual estas prácticas sociales se mantienen dentro de la esfera de acuerdo libres legítimos.

Incluso si se tratara de enfrentar errores, la libertad puede ubicarse por encima de los esfuerzos por evitarlos. En otras palabras, la libertad de equivocarse procede. En Capitalismo y libertad, Milton Friedman reflexiona sobre los individuos y la preeminencia de la libertad, incluso si se tratase de impedir o evadir un supuesto error:

Aquellos que creemos en la libertad, debemos creer también en la libertad de los individuos a equivocarse. Si cualquier persona conscientemente prefiere vivir al día, o usar sus recursos para gozar del presente, exponiéndose deliberadamente a una vejez indigente, con qué derecho vamos nosotros a oponernos y a evitar que lo haga. Podemos discutir con él, tratar de persuadirlo que está equivocado, pero ¿tendremos acaso derecho a hacer uso de la fuerza para evitar que él haga lo que le plazca? ¿No existe la posibilidad que él esté en lo cierto y nosotros seamos los equivocados? La humildad es la virtud característica del verdadero partidario de la libertad; la arrogancia es típica del paternalista.

Darío Enríquez
14 de septiembre del 2021

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