Darío Enríquez

La izquierda intelectual repite sus horrores

La izquierda intelectual repite sus horrores
Darío Enríquez
30 de agosto del 2017

Hildebrandt reaparece en televisión y persiste en sus taras

Aunque la figura de José Carlos Mariátegui se mantuvo más de dos décadas en el olvido, luego de su prematura muerte, a mediados de la década de los cincuenta empezó a ser rescatada poco a poco, en el Perú y América, por izquierdistas vergonzantes que veían cómo el mundo paradisíaco del socialismo soviético y su recargado sucedáneo el maoísmo ponían en evidencia su esencia totalitaria y genocida. Nace así el mito del mariateguismo como socialismo nativo —“ni calco ni copia, sino creación heroica”— que el malogrado intelectual moqueguano propuso desde su torre de marfil intelectual y difundió en su revista Amauta.

No se puede negar ni la inteligencia ni la cultura de José Carlos Mariátegui. Para un mundo como el de los años veinte, era más que notable la información que manejaba sobre la dinámica cultural y política de la Europa del glamour y de los años maravillosos de la posguerra (que pronto serían los de la entreguerra). También es bastante probable —porque manejaba muy buena información internacional— que haya conocido los horrores del estalinismo, aunque al parecer no le preocupaban porque sus objetivos socialistas justificaban toda violencia. Pero su enfoque sobre los problemas nacionales tuvo el grave defecto de no anticipar el desborde popular del mundo andino que ya mostraba sus primeros indicios en ese entonces.

Mariátegui perpetró sus reflexiones sin contar con fuentes confiables, sino con información de segunda o tercera mano, cuando no proveniente de la fértil imaginación y extrapolación de casos puntuales, por parte de algunos intelectuales que jugaban a convertir en realidad sus más recónditas fantasías. No hizo un solo trabajo de campo, ni él mismo ni por encargo directo a algún colaborador suyo. Un defecto de origen para cualquier investigación en ciencias sociales, que habría sufrido una severa reprimenda de cualquier autoridad universitaria con mínimo rigor.

Pero la justificación de métodos violentos para imponer la utopía socialista en el Perú, algo que forma parte innegable de la propuesta mariateguista, ha sido fuente de inspiración para muchos movimientos extremos, incluyendo amplios sectores intelectuales que cayeron rendidos a los encantos ideológicos del mal llamado “Amauta”. No en vano uno de los lemas más importantes del genocida Abimael Guzmán es “por el luminoso sendero de Mariátegui”. Tampoco debe pasar desapercibido que intelectuales como César Hildebrandt hayan sucumbido a la dictadura velasquista, a la cual no solo apoyó servilmente, sino que sigue justificando.

Todo esto, por el bien del Perú, quedó atrás en el siglo XX. El experimento mariateguista-velasquista, iniciado con el golpe de Estado del 3 de octubre de 1968, se cerró el 5 de abril de 1992, con el autogolpe que liquidó ese nefasto período de nuestra historia. Desde entonces, el Perú tomó rumbo hacia la modernidad, logrando un crecimiento inédito en nuestra historia, con una reducción de la pobreza impresionante que asombró al mundo. Pero César Hildebrandt ha vuelto a sus vergonzantes orígenes mariateguistas. Pretende dejar atrás aquel momento de lucidez política —aunque al mismo tiempo de ridícula militancia— en que apareció aplaudiendo el programa “neoliberal” de Mario Vargas Llosa en 1990, con vincha y banderita incluidas. No nos olvidamos de su papelón derramando lágrimas mediáticas por la derrota de su episódico líder en manos “de ese japonés”. En su reciente aparición televisiva, el medio hermano de doña Martha ha clamado al cielo por la necesidad de tener a un “nuevo Mariátegui para el siglo XXI”.

Lo paradójico de todo esto es que César Hildebrandt, a quien tanto le gusta jugar a ser “el diferente”, termina pareciéndose a esa enorme legión de intelectuales de izquierda y filoizquierdista que jodieron al Perú. Sigue cayendo en aquel lugar común que evalúa drásticamente a la “derecha” (véase las comillas) por las distorsiones de sus políticas y las contradicciones aparentes que emergen en condiciones de economía de mercado, mientras adula a la “izquierda” y su socialismo por sus buenas intenciones, aunque sus resultados sean nefastos por doquier. Aunque el estatismo al mango destruya sociedades y lleve a la miseria a millones. Para César Hildebrandt lo que necesitamos es el bálsamo de las buenas intenciones de un nuevo socialismo mariateguista. Desgracias de la humanidad como el nazismo, el estalinismo, el maoísmo y el chavismo siempre han encontrado la complicidad funcional de muchos intelectuales. El mariateguismo no podía ser la excepción. El culto e inteligente doctor Abimael Guzmán, puesto en acción, se convierte en el monstruoso genocida Gonzalo al servicio del “luminoso sendero de Mariátegui”. La izquierda intelectual ignora la historia, no aprende de ella y repite sus horrores.

Darío Enríquez

 

Darío Enríquez
30 de agosto del 2017

NOTICIAS RELACIONADAS >

Sunedu y la calidad de la educación universitaria

Columnas

Sunedu y la calidad de la educación universitaria

En el debate serio sobre la educación superior hay consenso &nd...

11 de abril
Fue una guerra civil, no de Independencia

Columnas

Fue una guerra civil, no de Independencia

Veamos hoy algo de historia. En verdad tenemos algunos hechos largamen...

05 de abril
¿De qué violencia hablamos y a quién defendemos?

Columnas

¿De qué violencia hablamos y a quién defendemos?

En principio, queremos compartir con nuestros amables lectores que est...

28 de marzo

COMENTARIOS