Carlos Adrianzén

La importancia de la minería peruana

Los recursos naturales deben servir para consolidar la institucionalidad

La importancia de la minería peruana
Carlos Adrianzén
26 de noviembre del 2025

 

Todavía existe gente que hoy cree que el Perú es un país rico. Dada la ilusa educación económica inoculada a la mayor parte de los peruanos por generaciones, siempre será fácil que nos engañen. Que nos cuenten que somos muy ricos porque tendríamos ingentes recursos naturales (lo cual no es tan cierto) y que, por ello, resultaría relativamente sencillo y rápido mejorar extrayendo y distribuyendo nuestros recursos naturales.

 

Extractivistas como cancha

En los próximos días (en medio de una polarizada campaña electoral), si usted escucha con el debido cuidado lo que ofrecen el grueso de los candidatos, descubrirá una manga interminable de propuestas socialistas y mercantilistas. Todas creyentes acérrimas de la visión extractivista. Esa visión que cree en acomodar las instituciones para la rapiña política y económica a los intereses del dictador, sus burócratas y sus mercaderes, siempre a espaldas del crecimiento.

Desdichadamente, la conexión entre dotación de “recursos naturales” (en adelante RR. NN.) y la riqueza de un país no es ni simple, ni automática. Para que Venezuela haya rozado indicadores de desarrollo económico en los años sesenta del siglo pasado, sus reservas de hidrocarburos solo fueron parte menor de la foto. La Venezuela de Leoni y compañía tenía una institucionalidad que permitía la inversión.

Con la influencia de los socialcristianos y socialdemócratas primero, y bajo el control cubano en la dictadura chavista, la perdieron. Lógica y gradualmente se empobrecieron. Nótese, con –grosso modo– las mismas reservas petroleras. Paralelamente, cualquier análisis cuidadoso de nuestra propia historia y sus fracasos nos abofetearía bajo las mismas líneas. 

Más allá de episódicos y cortos periodos de tiempo, nunca hemos sido un país rico (léase, registrado un flujo sostenido de ingresos netos altos). Como se lo he repetido innumerables veces en esta columna, el Perú en la actualidad registra apenas el 8% del producto por persona del similar de un estadounidense. 

Somos pues –como usted lo puede descubrir revisando nuestras cifras o caminando por nuestras calles en la mayor parte del Perú– un país pobre. Y meridianamente lo somos por una buena razón. Y esta no es nuestra dotación de RR. NN. En español sencillo, somos pobres debido a nuestra sucia y desordenada institucionalidad. 

Aquí la corrupción burocrática y el incumplimiento masivo resultan planos históricos recurrentes. Esto ha sido así antes y después de que naciéramos como República. En los diversos regímenes socialistas y/o mercantilistas que nos gobiernan desde que los españoles nos abandonaron. Aquí el saqueo, perdón, la extracción desaforada resultaría la regla.

 

El Banco de Oro

Para quienes creen aún y a rajatabla que somos ricos –sin serlos, ni haberlo sido nunca–, la metáfora de un mendigo atontado y sentado en un banco de oro es algo indubitable. Y por supuesto, cómodo. Bastaría con robar a los exitosos; perdón, redistribuir. Y tampoco resulta curioso que la noción de riqueza no se dibuje sobre la imagen de un trabajador peruano enriquecido por su esfuerzo o visión, sino de un objeto hecho de un metal precioso.

Bajo estas visiones, la minería peruana es el símbolo de nuestros RR. NN. De ese camino fácil hacia la riqueza que debemos superar. Y es que, sin menoscabar un ápice el orgullo que debemos tener respecto al avance y brillo de nuestra minería (y también de la pesquería, agro, manufactura o servicios nacionales), ella simboliza nuestro acervo de recursos por excelencia.

Pero justamente por esto termina siendo un sector denostado y atacado políticamente (por los saqueadores). La izquierda nos ha enseñado a protestar por sus utilidades. No solo se le sobrerregula y/o se sobrecarga tributariamente, se le abandona a expensas de intereses privados, los santos y los non-sanctos. Ni siquiera se le garantiza el orden público.

Como resultado de esto, la inversión minera en el Perú o refleja una resiliencia supina; o no se da. La primera figura (I) es clara. Nuestro vecino del sur, gracias a su mejor gobernanza estatal, triplica las rentas por persona que extrae de sus RR. NN. Una sociedad, a todas luces, bastante más inclusiva que los últimos regímenes de izquierda peruana en el poder: Humala, Sagasti, PPK, Vizcarra, Castillo, et al.

Sí, estimado lector, aunque desde la burocracia depriman a la minería formal –y hacen todo lo posible por estancarla– viven de ella y cierran el círculo de la vieja maldición de los recursos naturales. Aquí también se observa la curva que describe el bloqueo del enriquecimiento (ver figura II).

Con una institucionalidad marxistoide, primero se eleva el ingreso ante mayores rentas por RR. NN y se traban sus inversiones. Pero luego, cuando estas decaen, se crece por otras causas y menos .

 

El abuso como la causa básica

Para aproximar el tema por un mejor camino, vayamos por lo simple. Somos un país pobre que se empobrece año tras año (ver figura III). Aunque, de cuando en cuando otras industrias, como la pesquera o la agroexportación, ingresan en la escena, ellas son enfocadas y tratadas igual que la minería: como solo otra fuente extractivista. Nunca se trata de incluir, se trata de saquear desde la burocracia.

En este aquelarre nos diferenciamos de Australia. Allá se usan los recursos naturales para consolidar una institucionalidad de acumulación y crecimiento. Aquí, en cambio, cada año nos alejamos de naciones como Singapur o Japón que –no teniendo materias primas en abundancia– construyen instituciones mucho más cercanas al libre mercado. Naciones inclusivas, que no abusan. Toda una maldición. ¿No les parece?

 

Epílogo

La importancia de la minería nacional –o la de cualquier otro sector productivo– no se fundamenta en nuestra dependencia de los recursos tributarios, no tributarios y divisas que les extraemos, año tras año. Su importancia es mucho mayor. La minería nacional legal resulta un sector emblemático para todas las otras decisiones de inversión privada en el país. Trabarla implica una política torpe y hasta suicida.

Con una minería castigada el resto de la economía nacional crece esporádicamente o se estanca. Se postergan otras inversiones y se abarata el tipo de cambio real. Con ello, la rentabilidad de las ofertas transables (para la exportación o sustitución de importaciones) se reduce. Caemos –por varios planos– en la maldición aludida.

Tenemos pues gobiernos o caudillos que buscan solo mantenerse en el poder, extrayendo y saqueando, en medio de una economía fallida. Y por supuesto, enriqueciéndose ellos y sus mercaderes. Para estos grupos, la minería no es una fuente de recursos para el desarrollo nacional, es un botín.

Carlos Adrianzén
26 de noviembre del 2025

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