Carlos Adrianzén
La estructura tomada
La ilusa creencia sobre el fin del terrorismo peruano
Nunca he escrito sobre terrorismo. Me cuesta creer por qué razones. Su relevancia económica es enorme. Su daño acumulado, incluso el registrado post noventas, es un enigma proscrito. No se estudia, no se muestra. Pero notémoslo; su objetivo siempre implica destruir recursos e instituciones, para tomar el poder (vía el terror). Es decir, para alcanzar el poder bajo un esquema totalitario. El terrorismo siempre es enemigo de lo democrático, de la libertad de la gente y su progreso.
Como reflexionaba P. J. Proudhon hace mucho tiempo –en su indeseada propaganda al capitalismo–, la propiedad privada puede ser el robo establecido (bajo la perspectiva de un opresor envidioso), pero la falta de ésta es lo peor. La Opresión, el totalitarismo. Y con ello –y aunque su palabrero profesor de Economía Política lo haya omitido en sus estentóreas clases– el atraso, la pobreza y la corrupción estatal solo resultan algunas de sus nefastas consecuencias económicas. De hecho, el totalitarismo terrorista es sinónimo de longevos genocidios y mucha pobreza.
Nótese además que, para estos regímenes, los conflictos bélicos constituyen muchas veces la esencia misma de su supervivencia política. No es casual que los guerrilleros, cuando usan vestimentas democráticas, siempre trabajan para convertirse en dictadores corruptos.
Pero una pregunta queda flotando en esta aproximación. ¿Qué sucede económicamente cuando el terrorismo busca ese poder totalitario (con o sin escala en apariencias democráticas o seudo democráticas)?
La violencia, la partera de la pobreza
Para responder esta pregunta con data local los invito a visitar la página en la Internet del Instituto de Estadística e Informática, en su acápite sobre Seguridad Ciudadana. Buscando otras cosas, descubrí que esta valiosa institución burocrática nos ofrece cifras sobre la hedionda y sangrienta huella de los grupos que, desde 1990, tienen un registro oficial de cerca de seis mil inocentes civiles y héroes de la Fuerzas del Orden. Todos ellos asesinados por agrupaciones terroristas. Asesinos –nótese– bañados por su ambición por llegar al poder opresor. Es decir, enriquecerse.
Algo muy, pero muy distinto a lo que algunos despistados nos venden cuando se refieren a su supuesta mística. Algo así como la motivación de los colaboradores de Hitler, Castro, Mao, Velasco, Stalin o Kim Il Sung. Algo que la primera figura de estas líneas nos recuerda –usando las aludidas e incompletas cifras oficiales– algo casi obvio: que la violencia terrorista destruye la economía (ver Figura Uno).
Que no solo aplican reglas genocidas (matando directamente); sino que matan también recesando la economía, el comercio y la inversión (indirectamente).
En los años con data registrada, queda claro; a más terrorismo mucha mayor incidencia de pobreza monetaria (y no monetaria). Todo esto dentro de una espiral recesiva variopinta. Los gobiernos que llegan por este camino, son efímeros. O mutan, o se desinflan. Si usted ve alguno que viene durando más de lo esperado, recuérdelo: o ya ha mutado o va a desaparecer pronto.
El terrorismo no es romántico, nunca
Todos tenemos algún amigo o conocido que aboga o cree que necesitamos un patroncito con poder absoluto. Que cree –y/o aspira a medrar– al lado de algún dictadorzuelo genocida. Y que asume –declarándolo o sin hacerlo– que usted, su familia, sus vecinos o sus compatriotas solo son tontos a los que hay que guiar. Que respetar sus propiedades y libertades es una pérdida de tiempo. Que con migajas se quedarán contentos. Con la Salud, la Educación o la Seguridad que se merecen. Los terroristas, de la mano con Karl Marx, también creen eso. Para ellos la libertad sería la sumisa conciencia de sus necesidades. Y aunque los terroristas son entrenados para dibujar una visión nacionalista del futuro, solo saben oprimir. Y lo hacen desaprensivamente. Si, como en Cuba, Venezuela, Corea del Norte etc.
Después de todo, para ellos, somos unos alienados. Hemos perdido nuestra humanidad, trabajando en algún mercado para proveer a nuestras familias.
Pero –recuérdelo– los terroristas no solo no son románticos porque nos quitan libertades. En términos de resultados económicos resultan un fraude. Traen hambre. Aquí la data peruana es clara.
El crecimiento económico de largo plazo se comprime visiblemente con los asesinatos terroristas. A mayores crímenes, mayor daño, menor crecimiento económico de largo plazo. (ver Figura Dos).
No importa si lo notamos o no. La data torturada confiesa. Mientras más asesinan civiles o miembros de las fuerzas del orden (muertes directas), menos crecemos y otros miles fallecen paralelamente por pobreza o algunas desatenciones básicas (indirectamente). Esta es la otra factura que nos hacen pagar cuando ellos. vía el terrorismo– buscan al poder.
La ilusa creencia sobre el fin del terrorismo peruano
No hace mucho tiempo atrás, una agrupación terrorista con ideas maoístas (Sendero Luminoso, que sirvió de referente para el título de un famoso libro de Hernando de Soto) rodeó Lima. Ya saboreaban su inminente llegada al poder a finales de los años ochenta.
Muchos destacados –solo localmente– intelectuales limeños cantaban con vehemencia desusada esas empalagosas cancioncitas de la llamada nueva trova cubana. Pero tanto los civiles como las fuerzas del orden peruanas se cansaron de ser matados.
Muchos terroristas fueron presos, otros regresaron a dictar, hacer de congresistas, funcionarios de alguna multilateral u oenegé o de taxistas.
Pero las cifras dieron pie para cierto optimismo. Entre los lapsos 1990-2000 y el 2001-2023 el numero de asesinados por terrorismo se redujo siete veces.
Algunos creyeron que se había derrotado al terrorismo (ver Figura Tres).
Pero el poder absoluto, en una nación con las instituciones dañadas, registraría una altísima rentabilidad de alcanzar el poder vía el terror. Implican un tesoro inconmensurable para cualquier dictadorzuelo de izquierda.
¿Comienzan a ganar la guerra?
Es cierto. En las últimas dos décadas, el terrorismo registra mucho menos civiles y policías y militares asesinados. Sin embargo, las cifras del INEI contrastan que los afanes de alcanzar el poder vía el Terror –o de enriqueciéndose alcanzando el poder vía el terror– persisten significativos. Tal vez enfocados en un par de valles; pero, nótese, esta vez son mucho más destructivos relativamente (ver Figura Cuatro).
De hecho, los ratios de letalidad comparada (entre los dos subperiodos de la Figura Cuatro) –para civiles y para fuerzas del orden– han subido al doble respecto a los primeros y casi ocho veces, en relación a los segundos.
Algo gravísimo.
El corolario que no queremos ver
La mayoría no desea ver lo que estaría pasando. Ven en el VRAE lo que otros vieron en Ayacucho en los ochentas. Algo focalizado. No ven el daño acumulado a la economía de esa región, ni a los patrones de inversión en el país. No ven que esta vez sería diferente.
La explicación de este sugestivo salto en la letalidad relativa de estos tiempos la da el título de este artículo (y los estimados de gobernanza estatal peruana publicadas por el Banco Mundial tan recurrentemente citados en esta columna). La burocracia y la prensa post humalistas han sido capturados. Dado su sesgo ideológico, castigan a unos y encubren a otros. Mientras persista este status quo, el daño económico solo podrá ser mayor.
¿Nos llegaremos a cansar de esto?
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