Miguel A. Rodriguez Mackay

La derrota en Afganistán

Un gran error geopolítico de Estados Unidos

La derrota en Afganistán
Miguel A. Rodriguez Mackay
19 de agosto del 2021


No será fácil para el país más poderoso del planeta, hecho a la medida del denominado Destino Manifiesto –que fue la base de la construcción de lo que los teóricos estadounidenses llaman la “grandeza americana”– aceptar que luego de permanecer durante 20 años en Afganistán, derrocando al régimen de los Talibán, se retiraron dejando el país otra vez en manos de este temido grupo insurgente. Un grupo conocido en la sociedad internacional por aplicar un severísimo
modus vivendi determinado por una visión radical del Islam.

Estados Unidos retiró a sus cerca de 2,500 soldados que quedaban en Afganistán.  Pero pudo mantenerlos para la disuasión social interna, lo que no hubiera significado mayor desmedro para el hegemón del mundo.  Ha sido un error. Es verdad que la decisión ya estaba tomada, y para Washington la permanencia, a estas alturas del partido, en que ya no podía controlar el país, no tenía ningún sentido.

En verdad, EE.UU. se retira de Afganistán porque jamás fue capaz de acompañar a su pueblo y a sus autoridades en un proceso de cambio estructural hacia la modernidad, sin tener que renunciar a sus bases culturales e históricas. Más allá de que se trata de una nación compleja por su diversidad interna.

EE.UU. siempre supo de la complejidad de la naturaleza social interna de Afganistán. Cuando apoyaron a los rebeldes en la pretensión de conseguir la salida de la entonces Unión Soviética del país, lo que se consiguió a fines de los años ochenta, Washington sabía acerca de las dificultades en el frente interno de este país asiático de casi 40 millones de habitantes, dominado por sociedades rurales y urbanas en pugnas permanentes. 

Nadie podría discutir que EE.UU. cruzara el Atlántico e ingresara en Afganistán luego de identificar que el régimen Talibán estaba coludido con Al Qaeda, el grupo terrorista que llevó adelante el ataque en Nueva York (Torres Gemelas) y en Washington (El Pentágono). Llegaron hasta este país y lograron ese justificado cometido, y permanecieron por veinte años, en actitud disuasiva. Pero toda esta estrategia estadounidense ha sido como echar arena en un saco con hueco, sin nunca poderlo llenar.

Es un fracaso retirarse para que la vida interna en Afganistán en un santiamén vuelva a las prácticas draconianas del pasado. Los importantes avances en derechos humanos, y particularmente en el caso de la revalorización de las mujeres, han quedado frustrados y está cantado que será retrotraído. Es probable que la vuelta al ensañamiento en tiempo real será imputada a EE.UU. por solamente haberse retirado.

Fue un fracaso porque la sociedad afgana en esos largos veinte años debió contar con el acompañamiento estadounidense para construir o fortalecer las instituciones que darían el soporte nacional para que en el futuro el país pudiera determinarse a no andar por sí mismo. Las diversas administraciones, sean republicanas o demócratas, estuvieron concentradas en la captura de Osama Bin Laden –lo que se hizo en 2011, en Islamabad (Paquistán)– y en sostener una presencia coactiva (uso de la fuerza) y coercitiva (práctica de la amenaza), principalmente. Ese largo tiempo no coadyuvó para que el país tuviera gobiernos estables y sólidos, porque más parecieron títeres de Washington; como pasó a los que siguieron en Irak, una vez conseguida el derrocamiento del régimen suní de Sadam Hussein.

La estampida humana que hemos visto en los últimos días  por querer salir del país de cualquier manera, desnuda que la población afgana solamente se sentía segura con la presencia de las tropas estadounidenses. Y esa realidad que Washington la sabía perfectamente, debió ser sopesada a la hora de tomar la decisión de dejar el país. Cuando una nación adquiere la condición de hegemón en el sistema internacional tiene responsabilidades que cumplir. Por alguna razón tiene más poder que los demás.

La Carta de las Naciones Unidas consagra como deber fundamental de los países miembros, el mantenimiento de la paz. Desde el realismo político internacional, los llamados a mantenerla son precisamente los Estados poderosos de la ONU; entre ellos, inobjetablemente Estados Unidos.

Lo más complicado para Washington será tener que llevar sobre sus hombros las imputaciones políticas de la comunidad internacional por lo que en adelante veremos en el Afganistán en manos del régimen Talibán. Y junto a ello, tener que configurar nuevas estrategias en la seguridad nacional, habida cuenta de que la población estadounidense, impactada por los ataques del 11 de septiembre de 2001, se sentía más segura mientras sus tropas se mantenían en el país en posición de disuasión.

Biden no tendrá nada que celebrar el próximo 11 de septiembre, en que más bien habrá una avalancha de críticas, que Donald Trump, con decididas aspiraciones de volver a la Casa Blanca en 2024, buscará capitalizarlas al máximo. Seguramente Trump acusará a Biden, entre otras cosas, de dejar Afganistán como se ha hecho, en perfecto plato servido para China y Rusia, en mejores y más idóneas condiciones geopolíticas que EE. UU. Esta última realidad será muy valorada hacia adelante en el frente interno estadounidense.

Miguel A. Rodriguez Mackay
19 de agosto del 2021

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