Jose Antonio Torres
José Mujica no llegó a ser un converso
Fue un referente de la izquierda latinoamericana en tiempos del Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla

La figura del ex presidente uruguayo, fallecido a los 89 años, ha concitado, sin lugar a dudas, la atención de las grandes cadenas internacionales. José Mujica militó en el movimiento guerrillero tupamaro durante las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado; un movimiento que tomó el camino de las armas, perpetró acciones terroristas, secuestró, exigió rescates, asaltó e incluso asesinó a quienes consideraban que representaban el injusto orden establecido.
En los años sesenta, América Latina estaba influenciada por el marxismo pro soviético adscrito al Kremlin, existiendo la convicción de que la revolución debía alcanzarse a través de la lucha armada.
El Movimiento de Liberación Nacional –tupamaros– se sintió cercano al movimiento Montonero de Argentina, a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), al ELN de Colombia, al movimiento guerrillero peruano de 1965 y a otros grupos latinoamericanos alzados en armas. Los tupamaros tuvieron su campo de acción en la ciudad, a diferencia de las guerrillas colombianas que desarrollaron sus acciones en el campo. Años después el M-19 se desplazó a las zonas urbanas de Colombia, llegando a tomar por asalto el Palacio de Justicia en 1985.
Si Sendero Luminoso declaró la guerra al Perú, cuando el país retornaba a la democracia, por su parte el movimiento tupamaro insurgió contra el sistema democrático en un país en el que, desde décadas atrás, se habían sentado las bases sociales de un Estado democrático. En 1973 se estableció una dictadura en Uruguay que quebró el orden constitucional. José Mujica como militante tupamaro, fue privado de su libertad más de una década, siendo protagonista de una "fuga" del penal que llamaría la atención de la prensa internacional. Su vida marcada por la violencia, la carcelería y su posterior liberación, cuando retorna la democracia en 1985, han sido narradas como si se tratara de hechos extraordinarios, singulares y únicos ocurridos en Sudamérica.
La lucha armada fracasó y marcó a más de una generación latinoamericana. Sin embargo, años después, desde una izquierda más pragmática, se ha construido una narrativa que ha logrado con gran habilidad describir una historia llena de epopeyas y héroes sociales, que entregaron todo en aras de la causa del pueblo.
América Latina a lo largo del siglo XX estuvo marcada por la presencia de movimientos y partidos políticos que tenían como objetivo impulsar grandes transformaciones sociales. La Revolución Mexicana agrarista de 1910, la Constitución de Querétaro de 1917, la fundación del APRA (1924) y su Programa Máximo, la fundación de partidos de frente único en diversos países latinoamericanos, fueron parte de un proceso político singular a lo largo de varias décadas. Si Haya de la Torre negó dialécticamente al marxismo y al leninismo, por su parte los partidos comunistas latinoamericanos seguidores del leninismo y la revolución rusa pugnaron por la toma del poder.
La Revolución cubana y Fidel Castro, desde 1959, se convirtieron en un referente. José Mujica no fue propiamente un ideólogo o un filósofo político, por el contrario fue un idealista o un violentista dispuesto desde su óptica a cambiar el mundo. Mujica creyó seguramente en la utopía de una sociedad sin clases, no dudando en canalizar su energía tomando las armas, precisamente en un país con una alta tasa de alfabetización, educación pública gratuita y derechos sociales reconocidos.
Los militantes "tupamaros" no eran precisamente jóvenes excluidos y víctimas de un sistema autoritario e injusto. La prédica revolucionaria y la ilusión de dar sentido a sus vidas, tal vez enardeció a la generación de José Mujica. El fallecido ex presidente no fue un pacifista, por el contrario años después en una entrevista televisiva a un medio español lamentó que fracasara el intento de magnicidio contra el dictador Augusto Pinochet.
José Mujica no llegó a ser un converso, pero sí que supo adaptarse a los cambios políticos y al devenir de los nuevos tiempos. América Latina retornaría a la democracia progresivamente en la década de los ochenta. Perú en 1980, Argentina con el presidente Raúl Alfonsin en 1983, Uruguay y Brasil en 1985, Paraguay en 1989 y Chile en Marzo de 1990. Los altos mandos militares serían juzgados y sentenciados por tribunales civiles en más de un país.
Los militantes "tupamaros" fueron amnistiados por el presidente José María Sanguinetti en 1985. José Mujica sería electo diputado en 1995 y senador en el 2000. Durante el gobierno del Frente Amplio, presidido por el presidente Tabaré Vásquez, fue ministro de Estado. El Frente Amplio en Uruguay supo competir con los tradicionales partidos Colorado y Nacional. José Mujica supo mimetizarse, mutar y transformarse en un referente de la democracia uruguaya, sin haber condenado las acciones violentistas del Movimiento de Liberación Tupamaro. José Mujica no reprobó nunca la tiranía castrista, ni se pronunció a favor de la libertad de los presos políticos en Cuba, Nicaragua o Venezuela.
José Mujica como parte del Foro de Sao Paulo, estuvo cerca de Lula Da Silva, Gustavo Petro, Rafael Correa y Evo Morales. El presidente Mujica en más de una entrevista aseguró que era parte de la tradición e historia de Uruguay la defensa del derecho de asilo. Sin embargo es oportuno recordar que cuando el presidente Alan García solicitó asilo al gobierno uruguayo, presidido por Tabaré Vásquez, el ex presidente Mujica, dejando de lado la presunción de inocencia, no supo expresarse categóricamente a favor de la solicitud interpuesta por el ex presidente peruano. Uruguay de esa manera, deshonró su larga tradición en favor del derecho de asilo.
José Mujica, convertido en un icono de la izquierda latinoamericana, mostró siempre desdén por el boato, el dispendio, el lujo y el protocolo. Su larga y austera vida en el campo al lado de su esposa, su conocido automóvil de 1987, la forma de afrontar la vida, mereció que la prensa internacional lo llamara "el presidente más pobre del mundo".
José Mujica fue complaciente con las tiranías latinoamericanas, defendió a Cristina Fernández, llegando a decir que las imputaciones penales en su contra la podían convertir en la nueva "Evita argentina". No supo deslindar con la corrupción de los sucesivos gobiernos peronistas. Su gobierno se sumó al progresismo internacional, convirtiéndo el sistema financiero uruguayo en receptor de dineros presuntamente ilícitos procedentes de Venezuela, Argentina y otras latitudes. Apoyó el castrochavismo, siendo tolerante con las políticas represivas durante los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro.
José Mujica fue capaz de convertirse en un referente internacional, que sin cuestionar su pasado violentista, fue militante progresista, llegando a ser incluso amigo de líderes mundiales de diferente signo político y representantes de los grandes poderes globales.
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