Guillermo Vidalón

Izquierda reivindicativa versus izquierda violentista

Para entender la participación de la izquierda en los conflictos sociales

Izquierda reivindicativa versus izquierda violentista
Guillermo Vidalón
10 de abril del 2019

 

Los movimientos sociales siempre han empleado como discurso cohesionador la búsqueda de la justicia. Pero pocas veces han reflexionado acerca de la justicia, si se refiere a la equidad matemática, a la justicia de entregar a cada quien según su nivel de aporte (como en su oportunidad propuso el líder ruso Mijail Gorbachov) o a la productividad y al desarrollo económico y social;y por lo tanto, a la sociedad en su conjunto.

Tengamos siempre presente que la justicia se basa en la equidad y la razón. Por consiguiente, la justicia es también un concepto valorativo e implica una conducta ética de parte de quienes dicen ser sus promotores. En concordancia, la actuación en la gestión (desde la promoción hasta la administración) de los conflictos sociales no puede estar exenta de principios éticos.

En el campo político, la izquierda suele estar presente en todo tipo de conflictos. Ya sea para perseguir un fin estrictamente político o porque consideran que buscan “la justicia” mediante acciones reivindicativas. Eso ocurría en los años setenta y ochenta del siglo pasado, cuando movilizaban a los pobladores de los denominados conos de las ciudades en demanda de un espacio para vivir, de servicios básicos como agua y saneamiento, energía eléctrica para sus hogares, una alimentación básica para las familias más pobres. Y cuando se consolidaron programas de comedores populares, ollas comunes y vaso de leche.

Conseguido el objetivo se desmovilizó, y los pobladores emprendieron el legítimo camino al desarrollo autónomo, sin la tutela del Estado. El fenómeno autonómico, el emprendedurismo, fue visto como “un germen del capitalismo” y rechazado por varios sectores de izquierda, que se quedaron aferrados a sus dogmas doctrinarios de mediados del siglo XIX, hace 170 años.

La izquierda no entendió el fenómeno social que se gestaba y consolidaba a pasos agigantados. En vez de oponerse y criticar el auge de los sectores emergentes, debieron saludarlo y apoyarlo. El emprendedurismo prosiguió con su proceso evolutivo natural, avanzó mediante la informalidad, luego estuvo presente en espacios formales e informales en simultáneo, porque el costo de la formalidad era y sigue siendo muy elevado.

A fines de los ochenta, ante la quiebra económica del Estado, la reivindicación se tornó en demanda de estabilidad económica; ergo “no a la hiperinflación”. Por entonces el emprendedurismo, empleando un lenguaje coloquial, expresaba: “la inflación no nos deja crecer”. Controlada la inflación y derrotada la subversión a principios de los noventa, la siguiente ola reivindicativa debió ser mejor educación, salud e infraestructura de uso público. En esta circunstancia, la izquierda reivindicativa pierde el rumbo, al oponerse a las reformas que, en gran medida, aún no se consolidan.

Cuando la izquierda renuncia, en la práctica, al principio de la realidad se desfasa, y por eso pierde sentido seguir a sus líderes. La reivindicación tiene una lógica: persigue resultados concretos y, subsecuentemente, es razonable, es consciente de que sin generación de riqueza no se pueden atender demandas sociales, por más justas que las percibamos o que efectivamente sean.

En el otro extremo tenemos a la izquierda violentista, aquella que también ha renunciado al principio de la realidad y sigue ensimismada en su búsqueda del poder como objetivo central, más allá de saber qué hacer para alcanzar “la justicia social”. La izquierda violentista nunca tuvo ni pretende tener una conducta ética: se alió al narcotráfico para financiar sus actividades, empleó el chantaje o la extorsión, el asesinato. Por eso, muchos de sus integrantes no tienen el menor reparo en convertirse en delincuentes comunes ofreciendo seguridad para no atentar contra muchos negocios de emprendedores. Eso ocurre en el distrito de La Victoria, donde la organización criminal que cobraba cupos era liderada por un ex terrorista.

Los líderes violentistas trastocaron el significado de las palabras; así, el asesinato era “el irremediable costo social de la revolución”. Eso es como decir que el ejercicio reiterado del pecado te llevará a la santidad. Absurdo, totalmente absurdo.

La izquierda violentista hoy también se infiltra en los conflictos sociales —también lo hacen los delincuentes comunes con fachada izquierdista— y busca desplazar de la conducción a quienes participan en luchas reivindicativas. Estamos frente a la misma estrategia de los años setenta: primero infiltración y, “cuando las condiciones estén dadas”, la captura del poder.

El maquillaje de la izquierda violentista también se da en las redes sociales, cuando formula ciertas preguntas queriendo sorprender principalmente a los jóvenes: ¿qué fue peor para el país, la subversión o la corrupción? Jóvenes, no se dejen engañar, eso es como pretender que un asesino debe tener menor pena que un ladrón. Ambos son condenables, pero la escala valorativa nos indica que siempre será peor arrebatarle la vida a otra persona.

Tengamos presente que, también en redes sociales, han surgido quienes pretenden decir que unos subversivos son mejores que otros porque no se han doblegado y “padecen con estoicismo” su carcelería. Pretenden borrar de la historia que secuestraron, extorsionaron, torturaron y finalmente dejaron morir de hambre sin ningún miramiento, con la mayor crueldad a personalidades como al Ing. David Ballón Vera, entre muchos otros.

Peor aún, estos reivindicadores del “estoicismo subversivo” eran parte de dicha organización subversiva, y hoy salen a la luz una vez que sus delitos han prescritos. ¿Acaso no eran ellos mismos quienes disputaban, golpeaban y amenazaban a quienes en las aulas universitarias trabajaron por mayor presupuesto para contratar más y mejores profesores que contribuyan a impulsar la calidad de la educación?

En la actualidad, en los movimientos sociales hay reivindicaciones legítimas; pero también, lamentablemente, hay oportunismo crematístico. Del mismo modo como hay quienes los emplean como parte de su estrategia política, sin importarles si convierten a los pobladores en carne de cañón, porque en esas circunstancias ellos siempre se habrán puesto a buen recaudo. Su consigna es agita, deja que los demás pasen. Luego, saldrán a denunciar abusos, violaciones y maltratos, cuando en verdad ellos fueron los promotores de todo eso.

 

Guillermo Vidalón
10 de abril del 2019

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