Jorge Varela
Hidropónicos y enraizados
Dos tipos opuestos de personalidades políticas
¿Qué significa el término hidropónico? Es preciso señalar que la expresión se relaciona con el cultivo de vegetales cuyas raíces están sumergidas en soluciones acuosas. Es decir, se trata de una forma (un método) de cultivo agrícola sin uso del suelo. En la hidroponía las raíces no se adentran en la tierra misma. Con razón se ha establecido una diferencia entre especies con raíces potentes cultivadas en tierra y aquellas que crecen en un medio hídrico, cuyo órgano de alimentación y crecimiento no penetra ni se agarra sólidamente como ancla al suelo.
Una hipótesis lúdica
A partir de lo expuesto es posible tejer una hipótesis aplicable a otras áreas de la actividad humana. A modo ilustrativo se puede sostener que en política existen sujetos ‘hidropónicos’ de raíces al aire y fundamento escaso que interactúan, dialogan y compiten por arribar al poder, junto a actores dotados de mayor arraigo ideológico-energético. A estos se les conoce por estar ‘enraizados’ en territorios productivos ricos en sedimentos y nutrientes.
¡Qué novedad! Siempre ha habido seres ‘hidropónicos’ y ‘enraizados’, como diría Enrique Santos Discépolo. Siempre han existido más voceros-propagandistas de ideas dispersas que exponentes concretos del pensamiento medular intenso.
En este campo -eso sí– y en otros del conocimiento hay que cuidarse de los intolerantes y fanáticos. “En política hay que temer a las convicciones irreductibles”, ha escrito el articulista César Barros, (“Convicciones”, “La Tercera”, 14 de diciembre de 2024) En el cerco amplio intransigente e intransitable de dichas convicciones se inscribe el radicalismo de izquierdas, caracterizado por su rígida matriz ideológica del Estado colectivista, y el extremismo de derechas de índole integrista-arcaico.
Enraizados
¿Quiénes son los enraizados? Los enraizados forman parte de los ‘ideológicos’. Son aquellos que “en realidad saben lo que hacen e igual lo hacen,…(pues) tienen una falsa representación de la realidad social a la que pertenecen”, son esos para los que “la ideología funciona como una fantasía inconsciente que estructura la realidad social” (Slavoj Zizek, El sublime objeto de la ideología).
El individuo que adhiere con pasión a un entramado conductor de ideas sobre la acción política del hombre en sociedad y persigue obsesionado su realización temporal en el espacio donde vive es –¿qué duda cabe?-- un típico integrante de los utópicos enraizados.
Hidropónicos
Incluso los hidropónicos succionan ciertas ideas y las asimilan, solo que carecen de fortaleza para enfrentar los vientos que azotan el tallo flotante e inestable de su débil consistencia valórica y son incapaces de entender la realidad circundante que les asfixia.
Un hidropónico puede soñar con la revolución, puede convertirse en juglar místico del proceso, pero debido a la escasa virtud moral inscrita en su genética, su pasión se apagará y sus afanes se transformarán en pesadillas. De este modo se explica tanta mediocridad, tanto cinismo y delirio: idas y venidas, volteretas en el vacío e inconsecuencias.
Como padecen de anemia ética son seres moralmente fatigados, aunque temerarios al instalar plataformas woke (de género, pro-aborto) inversamente proporcionales a la aplicación de políticas de crecimiento económico-productivo. Osadía no les falta para levantar demandas irreflexivas pues pueden detectar problemas, pero su incompetencia para resolverlos es insuperable.
Cuando arrecian las brisas del viento en contra se agitan como esos pájaros que pierden altura en medio del vaivén de los tiempos, sin saber dónde aterrizar ni cómo hacerlo suavemente para no caer. El comportamiento necio, torpe, descontrolado y caótico está en la esencia de todo hidropónico, es su principal sello de marca.
No hay espacio para los mejores
Uno de los grandes riesgos sería dejarles el terreno abierto –sin resguardo– a los peores: a los polarizadores arrogantes, a los ignorantes cuya red neuronal es insuficiente, a los gandules que confunden sapiencia con retórica, porque cuando el pueblo se equivoca en sus decisiones ya no hay espacio para retroceder; solo le queda esperar hasta un eventual e incierto relevo.
“Si nos enfrentamos a la caquistocracia –al gobierno de los peores– … puede que con el tiempo encontremos el camino de vuelta a un mundo mejor”, escribió algo resignado el economista Paul Krugman (“Mi última columna: la esperanza en una era de resentimiento”. The New York Times, 10 de diciembre de 2024). ¿Qué se entiende por ‘peores’? Porque peores pueden ser tanto los dirigentes hidropónicos de Chile, Ecuador o Perú, como los ‘jerarcas enraizados’ de Venezuela, Nicaragua, Cuba o Colombia; responsables –estos últimos– de experiencias dramáticas que provocan dolor y tristeza más allá de sus países.
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