Arturo Valverde

Grupos de poder

Cuando se politiza la educación

Grupos de poder
Arturo Valverde
13 de mayo del 2020


A pesar de la difícil situación que atraviesan miles de familias peruanas por causa del coronavirus, en ocasiones nos damos tiempo para discutir sobre otros temas no menos importantes. Un extracto del programa
Aprendo en casa difundido por el canal del Estado, puso en discusión a los denominados “grupos de poder” y la problemática de la lingüística en el Perú.

“Se debe a que los grupos que tienen el poder económico y político imponen sus ideas y costumbres; es decir, su cultura, como la única válida y legítima en la sociedad. De esta manera, las manifestaciones culturales que son diferentes a las de los grupos de poder son juzgadas negativamente” (Aprendo en Casa) 

Periodistas, políticos y abogados, entre otros, acusan al “grupo de poder” contrario como si fueran inconscientes de su propio poder, por decirlo de algún modo. La prensa podría ser uno de esos grandes grupos de poder, y quizás uno de los más influyentes en el posicionamiento de modismos, la difusión de la lengua y el habla. Una novela televisiva puede lograr que una palabra se ponga de moda: “Chiquitingo” (Al fondo hay sitio). “Chiquitingo es un rapidito, para salir del paso. Es una cosa como que me ha provocado ahorita”, definió el actor Erick Elera, en su momento. Ignoro si Elera podría incluirse en los “grupos de poder” bajo el entendido marxista, o haya pretendido imponer un lenguaje inferior o estándar respecto a otros. 

Por el contrario, la publicación de El Capital de Marx, creó un nuevo “idioma”. “Materialismo histórico”, por ejemplo, podría entenderse como “la realidad”, y en términos más sencillos “la vida”. No hay lenguaje más excluyente o discriminador que el marxista. “Burguesía”, “lucha de clases”, “conciencia de clase”, “proletariado”, etc. Solo se entienden entre ellos. 

A veces creamos nuevas palabras por economía y el idioma se enriquece, se amplía. Se cuenta que Lima es una derivación de la palabra Rímac, pronunciada sin tilde, y sin el sonido “erre”, Limac. Y terminó reduciéndose a Lima, sin la “c” final. “Jubilemos la ortografía”, dijo alguna vez el Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez. 

El vocabulario español ha sido enriquecido durante muchos años por diversas culturas. Los que hablan en jergas, los que acortan las palabras, los que crean otras palabras para comunicarse entre ellos, terminarán imponiéndose o no, dependiendo de si la sociedad adopta tal o cual término porque le resulta útil para expresar aquello que quiere comunicar. 

La Real Academia Española ha incluido peruanismos como “cachaco” y “ayayero”; y palabras como “guachimán” y “combi”. ¿Fueron impuestas por un grupo de poder económico o político? Discutimos y no nos ponemos de acuerdo porque parece como si reflexionáramos de adelante hacia atrás. Se parte de una premisa errónea, o se descuida la visión panorámica acerca de un tema; se abandona la reflexión como ejercicio, y es más un todos contra todos.

Médicos, abogados, economistas, todos parecen manejar su propio vocabulario; los reguetoneros tienen la cualidad de ampliar el significado de las palabras con su doble sentido. Las redes sociales también nos han llevado a crear nuevas formas de comunicarnos: “que” se escribe a veces como “q”; “por” es “x”; y si el tuit sobrepasa los caracteres permitidos, se elimina uno o dos caracteres que consideramos poco relevantes. ¿Con qué autoridad?, la nuestra.

Y hasta el político del momento en el Perú termina rindiéndose ante el lenguaje de quienes quizás no se sienten parte de ningún grupo de poder político o económico: “Yapa”, se ha repetido recientemente. Una vez un dirigente antiminero dijo la palabra “lentejas” en una conversación y las autoridades de justicia parecen haber entendido lo mismo que muchos peruanos. 

Yo coincido en que lo peor que puede pasarle a la educación de nuestros hijos es politizarla, como sucede en nuestro país. Tanto la educación escolar como universitaria. Creo en la formación panorámica que dice: “lean de todo para que no los engañen”. La idea de un “grupo de poder político y económico” afectando la supervivencia de un idioma, la lengua y el habla puede ser debatible; pero pienso que ni siquiera la conquista española acabó con el último quechua hablante, ni los árabes acabaron con el español en 700 años de ocupación en España. 

La muerte de una lengua siempre será también la pérdida de una parte de nuestra historia. Y es triste: sus hablantes dejan de utilizarla o sus comunidades desaparecen.

Arturo Valverde
13 de mayo del 2020

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