Hugo Neira

Gobernabilidad. ¿Lo inmediato o el mediano plazo?

La necesidad de organizaciones partidarias

Gobernabilidad. ¿Lo inmediato o el mediano plazo?
Hugo Neira
14 de abril del 2019

 

Al final del sábado pasado 13 de abril, después de haber dado clases todo el santo día, de regreso a mi hogar, se me ocurre ver qué se dice de lo actual en la televisión limeña. Y me detengo en RPP, en Enfoque de los sábados. Vi entonces a Raúl Vargas y un panel. Con Raúl tengo algunos de mis largos lazos de amistad. Siendo muy jóvenes, fuimos parte de unos cuantos que nacimos al periodismo en el Expreso de Manongo Mujica. El director del diario era José Antonio Encinas, un diplomático con dos doctorados en Harvard, Economía y Filosofía (¡!) Y habiendo vivido en los Estados Unidos de los Kennedy, decide rodearse de lo que él llamaba “jóvenes con talento” y de preferencia, «progresistas». Años sesenta, pasamos por un concurso público. Así fue como llegamos al periodismo, Raúl Vargas, Abelardo Oquendo, Luis Loayza y el que firma. Y el periodismo de calle lo gobernaba el gordo Villarán. Un genio. Fue el inventor del diario plebeyo Última Hora. En Expreso teníamos columnistas con cultura (los que he mencionado) y un diario osado, lisuriento. Alguien dijo que Expreso se vendía porque era el matrimonio de un Lord inglés con una puta del Callao. Algo de eso es cierto.

Todo esto para decir que el sábado pasado, de casualidad di con su programa en RPP y él, como sus invitados, me parecieron extremadamente interesantes. Ese día, comenzando mi programa del pensamiento político y arrancando, como es natural, desde la Grecia Antigua, venía de explicar la Atenas del siglo IV a.C. y sus instituciones. Y acababa de decir —pese a que han transcurrido la friolera de 2440 años— que lo esencial de una democracia es el ágora. Es decir, la plaza pública, la gente corriente, discutiendo, opinando. El debate. Si no, no hay política.

Ocurre que Vargas y RPP habían invitado a varias personas. Aníbal Quiroga, Raúl Ferrero, Alonso Nuñez y una señora, Milagros Campos, que defendía la versión oficialista. Raúl Vargas, por su lado, hizo algo racional, una premisa decisiva. «Los 12 proyectos de reforma política», el resultado de la «Comisión de Alto nivel». Dirigida por Tuesta Soldevilla. Al final del debate, intervino por vía telefónica.

El primero fue Aníbal Quiroga. Reconoce la importancia de esa finalidad, la de un sistema político distinto, y a continuación señala dos cosas que, por obvias, había que decir. En efecto, no se trata de una modificación constitucional. Pero ello no ha esquivado ese enorme problema que desde el 2016, es lo peor para el Perú, o sea la rivalidad Ejecutivo-Legislativo. Según Quiroga, «el presidente Vizcarra ha vuelto a pechar al Congreso». No está mal como metáfora, digo yo. Y la segunda idea de Quiroga es que esas reformas no dejan de ser «un debate alejado de la ciudadanía».

Ciertamente, la reforma interesa a la gente que se interesa por el destino del país. Pero, contrariamente, a la mayoría de peruanos les preocupa la seguridad pública, lo que ocurra con la economía, el aumento de la pobreza, los problemas de salud y también la educación. Por mi parte, considero que esas reformas serían decisivas, pero mis paisanos no tuvieron cursos de Educación Cívica, ni en colegios del Estado ni en los privados. No la ven urgente. Me recuerdan lo que escuché a uno de mis profesores en la Sorbona. «Los límites de la conciencia posible». No creen en el parlamentarismo ni en decretos. Lo cual no quiere decir que no sean hábiles ni inteligentes. La prueba, la emergencia de nuevas clases medias que vienen de la informalidad. Pero la paradoja peruana: cuánto mejor estén económicamente, más aumentará la confianza en sí mismos, y no en los políticos.

Raúl Ferrero, en su turno, parte de lo real. A saber, que el «presidente Vizcarra baja en las encuestas», y en consecuencia, «intenta mantener un grado de popularidad, con el fin de reforzar las leyes y las instituciones». El tema, y que no es solo peruano, es corriente en las sociedades de nuestros días, como «tomar el control». Ferrero, acaso por ser hombre de experiencia, apunta a lo que él llama «las convergencias». A la necesidad de reunir «un conjunto de voluntades». Porque de lo contrario, el pueblo hará «oídos sordos». Y esta reflexión, «el Gobierno puede hacer algunas reformas, pero no todas». En cuanto a Alonso Núñez, habló algo que a mí también me parece que falta, «planes de gobierno». De ahí, el intitulado. Está bien gobernar lo inmediato, pero el país quiere algo más, que le digamos adónde vamos. La estación final.

En cuanto a Milagros Campos —a quien no tengo el gusto de conocer—, la encontré clara y brillante. Explicó que el proyecto Tuesta trata de la democracia interna en los partidos. En listas de militantes, que pueden ser de unos 12,000. Y confieso que aprecio su razonamiento porque para el tema de «las legitimidades», recordó a Max Weber. Resulta que esa es mi línea de escuela como sociólogo. En fin, Tuesta intervino y no fue ni pedante ni sectario. Sabe lo difícil que es una reforma de ese rango. Retoma en su intervención el tema de las convergencias.

Muy cuerdo e interesante. Pero creo que se olvidan de algo. El Estado actual no tiene partidos ni militantes. La organización partidaria, que hoy casi nadie tiene, es el cable a tierra que puede ayudar a un jefe de Estado en las dos direcciones. Por una parte, distribuyendo los proyectos presidenciales, y por la otra, saber cómo está el humor del pueblo en el día a día. La ausencia de ese sistema de comunicaciones, de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo, explica en gran parte el declive de Toledo y de Ollanta. Y el de PPK. Un gobierno de primer mandatario sin red partidaria no es sino una ballena sin océano, un águila sin alas, un cirujano que ha perdido la vista.

 

Hugo Neira
14 de abril del 2019

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