Miguel Rodriguez Sosa

Fechores disfrazados de agraviados

Sobre los alcances y los límites de la libertad de expresión artística

Fechores disfrazados de agraviados
Miguel Rodriguez Sosa
20 de enero del 2025


La decisión de la Universidad Católica (PUCP), de suspender la realización del 24avo. Festival «Saliendo de la Caja» debido a la marejada de repudio y de protestas originadas con la promoción de la producción teatral «María Maricón», de estudiantes de esa universidad, ha motivado reacciones de airado malestar de quienes la aprecian como un acto de censura.

Aunque las autoridades de la PUCP se hayan pronunciado rechazando un «mal uso de símbolos religiosos» en la obra y el Ministerio de Cultura haya manifestado su rechazo a la resolución administrativa propia que la beneficiaba como «espectáculo público cultural», no ha existido acto de censura porque no ha habido una intervención activa de algún agente censor para impedir la presentación de contenidos y nadie –ningún poder– ha hecho eso ni debería pretenderlo. De hecho, la obra en cuestión podría ser presentada en cualquier escenario que la acoja, con las garantías del estado de derecho para cautelar la libertad de expresión, que desde luego incluye a las expresiones pacíficas de repudio a ella.

Lo que en verdad ha sucedido es que sobre la producción ha recaído una rápida y exitosa campaña de exclusión o boicot activada por grupos sociales que con razones religiosas y alegatos morales la consideran inaceptable. En otras palabras, la obra ha sido atacada desde la cultura de la cancelación (cancel culture), ese fenómeno tan visible en este tiempo, de demandar y conseguir el retiro de respaldo social y de impulsar el repudio a realizaciones o a personas cuyos actos, independientemente de su intención y de su veracidad o falsedad, se consideran inadmisibles porque transgreden valoraciones compartidas. Lo resaltante es que las acciones de cancelling sobre la obra afecten a quienes son activistas del fenómeno cultural LGTBIQ+, precisamente ellos tan activos en prácticas de cancelación que son cada vez más frecuentes en nuestro país, sobre todo en redes sociales y desde la invocación contra los «discursos de odio», que son efectuadas y orquestadas contra quienes consideran sus enemigos. Esta vez, los principales agentes de la cancelación social han recibido una buena cucharada de su propia medicina, pero caben suspicacias acerca de si los actos de cancelación han sido premeditadamente deseados y esperados por quienes aparecen como víctimas.

El suceso, respecto del que confluyen en conflicto distintas agencias del activismo, en contra y a favor, ha encendido la controversia asentada sobre tres ejes argumentativos mostrando posiciones presuntamente contrapuestas que se muestran en las líneas siguientes:

(1) «Ante los cuestionamientos a las piezas gráficas de una de las obras presentadas en el Festival (…) expresamos las disculpas a la comunidad y a la opinión pública» informando que «se suspende la realización del Festival y que llevaremos a cabo los procesos necesarios con la finalidad de que situaciones como esta no vuelvan a suceder» (autoridades PUCP) versus La decisión de las autoridades universitarias configura «un atentado contra la libertad de expresión artística» y vulnera «el derecho al ejercicio artístico y cultural» (Federación de Estudiantes PUCP).

(2) La obra universitaria presenta «el mal uso de símbolos religiosos» (autoridades PUCP) vs. «Campañas mediáticas que intentan desprestigiar a la universidad, acusándola de permitir supuestos atentados contra principios católicos y humanistas» (Federación de Estudiantes PUCP).

(3) Se rechaza «prácticas autoritarias y fundamentalistas que buscan censurar una obra que visibiliza la lucha histórica de la comunidad LGTBIQ+», que han conducido a «la decisión de la PUCP de cancelar el Festival ‘Saliendo de la Caja’» (Federación de Estudiantes PUCP) vs. Una obra teatral «cuya publicidad, título y contenido instrumentalizan y aluden a la imagen del Inmaculado Corazón de la Virgen María, en forma vejatoria que ofende a la fe católica y va a contracorriente de una comunidad universitaria que se define estatutariamente como católica y cuenta con título pontificio», considerando que la libertad de expresión «no es un derecho absoluto y tiene límites, sobre todo cuando riñen con otros derechos como la libertad religiosa, la fe y la devoción del pueblo peruano» (Conferencia Episcopal Peruana).

De esas aparentes contraposiciones lo primero que llama la atención es su carácter asimétrico. En el primer eje, mientras las autoridades de la PUCP hacen una alegación con eufemismos, la federación estudiantil confronta esa posición con dureza, calificándola directamente como censura. La postura elusiva de las autoridades PUCP se perfila más en el segundo eje, cuando menciona gaseosamente un mal uso de símbolos religiosos; y curiosamente, esa elusividad es concordante con la complaciente línea del gremio estudiantil, que atribuye a algún actor innominado, tal vez externo a la entidad, un intento de desprestigiar a la casa de estudios por supuestos atentados contra principios católicos. En el tercer eje las partes contrapuestas rehuyen por completo el enfrentamiento, pues mientras la representación estudiantil reclama el interés centrado en la acción de resaltar lo que llama la lucha histórica de la comunidad LGTBIQ+, tomando la posta en la otra parte, la Conferencia Episcopal Peruana rechaza a una producción escénica con características que aluden en forma vejatoria a una venerada imagen del catolicismo, precisamente en el ámbito académico identificado con la fe católica.

En esos términos, la controversia no se ha producido vis a vis en una disputa de posiciones sobre el mismo terreno de ideas. No hay en ella, pues, una colisión entre tesis de libertad y censura, y de la primera ni siquiera ante el planteamiento opuesto de que la libertad de expresión tiene límites cuando riñe con la fe y la devoción religiosas. Es más, las partes alegantes culminan coincidiendo en no identificar la autoría de un supuesto agravio que pretendería desprestigiar a la universidad involucrada. Finalmente, la controversia se diluye porque mientras un bando enarbola su respaldo a la comunidad LGTBIQ+, el otro se desentiende del asunto discurriendo sobre reprobables manifestaciones vejatorias a la fe cristiano católica.

Por otra parte, en la controversia desdibujada por los insoslayables pudores ideológicos de sus agentes, en ningún momento ha sido considerada la total ausencia de sindéresis que han mostrado los autores, promotores y defensores de la obra de marras, esa capacidad humana de juicio sensato y recto para distinguir entre lo bueno y lo malo. Precisamente, lo que han mostrado y siguen manifestando es la inocultable intención provocadora de ejercer un imaginado «derecho a insultar» que desconoce los pactos sociales en los que se funda la libertad de expresión, que no es, nunca, absoluta.

Está meridianamente claro el ánimo de ofender, zaherir, a sectores católicos de la sociedad, en lo que se anuncia como «una obra escénica testimonial que explora el conflicto entre lo religioso y el género a través de la deconstrucción de diferentes vírgenes y santos católicos. Utilizando danzas peruanas, cantos y textos religiosos y populares, y la vida personal del performer principal, que se identifica como homosexual. La obra teje una narrativa compleja y emotiva que desafía las normas establecidas y celebra la diversidad». Las alegaciones de deconstrucción, narrativa y desafío confluyen para un producto como otro que pudiera ser una obra negacionista del Holocausto, cuya ofensividad sería ostensible si se produce y se pretende escenificar en alguna sede asociada con la comunidad y la fe judía. Exactamente lo mismo sucedido en predios de la PUCP.

En definitiva, lo que ha acontecido es un escandalete brumoso en el que las partes han evitado confrontarse sobre los alcances y los límites de la libertad de expresión artística respecto de patrones religiosos vigentes, y sobre los límites autoimpuestos a la acción humana por el recto juicio y los compromisos del individuo con sus semejantes, en sus diferencias. Se ha desperdiciado la oportunidad de dirimir con argumentaciones un episodio con color local de la vieja polémica entre racionalismo y fideísmo, que es también el terreno de confrontación acerca de las libertades, concerniente a su carácter absoluto o restricto y relativo, y concerniente también a la naturaleza social como al momento histórico que enmarcan el bien o valor en disputa. El suceso examinado, más allá de su eco efímero en la opinión pública por la actuación de sus participantes, es un continente vacío de significación, indigno de alguna trascendencia, un desaguisado huero y carente de interés intelectual.

Sin embargo, ha producido dos efectos que no se puede omitir señalarlos. Uno, que somos privados de conocer y valorar si la vapuleada obrilla «María Maricón» porta realmente algún valor estético que se condiga con el arte escénico más allá de explotar con evidente apropiación oportunista el significado evanescente de lo que se llama «deconstrucción», «narrativa» y «diversidad», tópicos esenciales del discurso progresista específicamente representado por las palabrejas queer y woke. Posiblemente no llegaremos a saber si el producto es algo distinto de un mamarracho posicionista, una expresión ideológica del «todo vale» al que son tan afectos los performers de la PUCP en su afán de ganar publicidad y reconocimiento por algo distinto de sus talentos.

Otro, que nuevamente la proclamada y realmente inexistente «comunidad LGTBIQ+» aparezca teñida con tintes de victimismo, como la configuración de una subcultura representativa de un modo de vida cuya respetabilidad en realidad es acosada por desafueros propios y no es más que una agregación de activistas insertos en las redes de la batalla cultural de nuestros días.

Miguel Rodriguez Sosa
20 de enero del 2025

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