Carlos Adrianzén
Esta puede ser la última
Las amenazas del mercantilismo y el socialismo

En abril próximo –por décima vez desde que nos libramos de la dictadura de 1968– nos jugaremos el futuro del país. En estas nuevas elecciones generales ya nos debe quedar claro que no nos conocemos. Que desde que existimos políticamente, en 1821, solo hemos dibujado episodios fallidos. Todos sellados por esa suerte de ADN histórico, esa mezcla de pasividad al totalitarismo socialista (que caracterizó al incanato) y de afanes mercantilistas (de mercaderes locales que añoran ocupar el sitio de los españoles en el virreinato).
Sí, estimado lector, han pasado dos siglos y existe algo recurrente en nuestra historia: el sello de estos dos sustantivos: mercantilismo y socialismo. No existe gobierno, de origen electoral o accidental, que no haya caído, en algún grado, en la adicción que da el abuso del poder y beneficiar a algún cercano. En buen español, en el pasado no hemos comprendido –aunque muchos en su momento y en la actualidad declaran lo contrario– que la clave para florecer como nación es limitar a quienes gobiernan. Erradicar drásticamente esa mezcla de socialismo y mercantilismo que nos ha regalado recurrentemente atraso, corrupción burocrática e inestabilidad.
Es por ello que para comprender lo que vuelve a estar en juego en esta décima elección, y no dejarse llevar por las poses (incluyendo acá a las confusiones del grueso de nuestros analistas y revolucionarios), resulta clave recordar a la máxima expresión peruana del mercantilismo-socialista. Me refiero al velascato. La noche del dos de octubre pasado –quiero pensar que tal vez con algo de pudor– no recordamos la traición de un militar cercano a su presidente. Pero no nos ilusionemos, hace poco un grupo de activistas comercializó un documental maquillando y justificando a la dictadura de marras.
En estas líneas, con mucha evidencia a mi favor, solo les recordaré algunas facetas económicas de la dictadura militar de 1968. No me referiré a sus genocidios, ni a su sesgo por la masiva corrupción burocrática que la caracterizó. No escribiré sobre las empresas estatales, una urbanización en Surco, sus millonarios, sus abogados o sus periodistas. Y es que, siendo una dictadura de izquierda, no podemos dejar de reconocer que –en la tarea de limpiar las evidencias de crímenes y corrupción burocrática y hasta idealizarlos– la izquierda peruana es toda una vergüenza global. Ellos canonizan a sus empleadores y mecenas; y con un poco menos de efectividad, destruyen –fundada e infundadamente– el recuerdo de sus rivales. Es decir, de quienes no les dan.
Dicho esto, regresaré a eso de la evidencia a mi favor. Si usted, estimado lector, es joven, o no es selectivo ni acucioso con sus lecturas; o simplemente no desea especialmente aprender del pasado, pero le provoca tener una visión accesible y ajustada de lo que implica la dictadura velasquista o el socialismo-mercantilista, esta vez la tiene fácil. El velascato tiene un clon: el actual régimen del difunto Chávez y el genocida Maduro. Algo calcado. Un régimen satélite de cubanos; y estructural y filosóficamente enemigo de la libertad política, de la libertad económica y de los derechos de propiedad privada. Pero eso sí, amiguísimos de ciertos mercaderes y seudo intelectuales socialistas.
Como en Venezuela, el velascato fue –en sus años de influencia– un tremendo fabricante de pobreza y corrupción con alta efectividad. Como en Venezuela quisieron cubanizarse, pero –como somos más pobres– no les alcanzó la plata del resto. Ponderando que los actos de política maduran y tienen su periodo de influencia, interioricemos cuánta pobreza y desgracia trajo al Perú la dictadura socialista-mercantilista en sus años de influencia (bajo su gestión y su constitución política). Entre 1969 y 1989 el Perú quedó estancado y se atrasó tremendamente en relación al resto del planeta. Con un crecimiento de su producto por habitante promedio anual cercano a cero (0.6%) en dólares constantes, y un retraso en relación al producto similar de un norteamericano (7.3%). Sus ideas generaron tanta pobreza que un estimado propio de incidencia de la pobreza fuera de Lima, al término de la maduración de esta dictadura (1990), implicaba a dos tercios de la población. La prostitución institucional de su totalitarismo se refleja aun hoy en día en la calidad de nuestros maestros, policía, fiscales y –por supuesto– clase política.
Es por eso que embarcados ya en un inminente proceso de elecciones generales con personajes parecidos al difunto venezolano (el comandante Urresti, la Verónika con K o el cuñadito de Nadine, Antauro), y con otros maquillados que no se le parecen tanto, es menester recordar las políticas generadoras de pobreza y corrupción que ciertos candidatos nos vuelven a ofrecer en esta camada. Aprendamos a recordar. No se le debe perdonar ni su corrupción, ni sus efectos económicos.
La megarrecesión de 1983 no se explicó por los embates de un fenómeno climatológico. Simplemente, Belaunde Terry no desmontó las reglas del socialismo mercantilista velasquista de la espuria Constitución Política de 1979. Recordemos el impacto de las mismas ideas con el difunto García Pérez (esa envoltura de la Izquierda Unida) en el régimen 1985-1990. Todo esto, por el deterioro de la plaza, codo a codo, con un grupo terrorista de la misma ideología aspirando al poder.
Actualmente, y con la ayuda de Dios, volveremos a votar. Esta vez bajo una pandemia descontrolada y otra gestión izquierdista incesantemente manchada de acusaciones de corrupción burocrática, y que al quebrar la separación de poderes nos ha traído un Legislativo de extrema izquierda. Hoy no resulta una buena idea que olvidemos lo que estará en juego. Recuerde que la base de una derrota es la creencia en el triunfo definitivo.
COMENTARIOS