En nombre de la trillada transparencia

Apelando a una falta de transparencia, el todavía ministro de Economía, Alex Contreras, intentó de mala gana renunciar. Se había enterado de conversaciones entre Dina Boluarte y otros economistas. Tambaleaba su puesto en el Gabinete. 

Sobre transparencia, hay mucho pan por rebanar. Se le exige a la administración pública y privada; no obstante, la alta dirección de las organizaciones es celosa de sus acuerdos y acciones. El espionaje corporativo es una realidad; su finalidad es ganar mercados, desplazar a la competencia, copiar tecnologías recientes y apropiarse de patentes, por mencionar algunas. Los Gobiernos ocultan sus estrategias para proteger a sus países de cualquier intento terrorista y desestabilizador. La transparencia que exigía a Estados Unidos y otros gobiernos Julian Assange, el creador de los WikiLeaks, era extrema; cruzaba esa línea fina entre la seguridad nacional –y de las personas comprometidas en esos quehaceres tan delicados– y la obligación de informar todo en detalle. 

Contrariamente, Mario Vargas Llosa, en el artículo “Héroe de nuestro tiempo”, publicado en El País (10 de setiembre del 2006), toma posición. Señala en su publicación que “el agente federal Jack Bauer no come, ni bebe, ni duerme porque esas funciones le harían perder tiempo en la misión (encomendada)”.

El escritor español estuvo enganchado con la popular serie 24 horas, protagonizada por Kiefer Sutherland, y le pareció “perfectamente comprensible el éxito que ha tenido en su país”. Sustenta su parecer recordando a los “justicieros individuales” del siglo XIX, dedicados a “deshacer los entuertos de autoridades y poderosos de manera que prevalezca siempre la justicia”. Asevera que “luego del 11-S el terrorismo ha pasado a ser el íncubo obsesionante en todos los países occidentales”. Agrega que “existe aquella banda de hombres y mujeres fríos, eficientes, extraordinariamente diestros en el manejo de la tecnología, las armas y la resistencia física y psicológica (…) que siempre se las arreglan para detectar las conspiraciones y atentados”.

Para el escritor, Bauer y sus cruzados, “lejos de ser los epítomes de lo que debería ser una conducta democrática (...) actúan como si creyeran que ceñirse a la ley es incompatible con una acción eficaz contra el terror y, por tanto, la violan todas las veces que lo creen necesario”. No obstante, concluye diciendo que “esos terribles justicieros, a la manera del Amadís o de D’Artagnan, se llenan de sangre y de horror para salvarnos, y permitirnos vivir con la conciencia tranquila”.  

La transparencia, entonces, tendría sus bemoles. Detrás del mostrador, la visión del tendero cambia para proteger su capital, productos y sobrevivencia. Una cosa es gobernar con todo lo que eso implica, y otra la posición del ciudadano espectador, sin ninguna responsabilidad por sus actos y sus resultados. 

Alex Contreras es un estadista, según la RAE “persona con gran saber y experiencia en los asuntos del Estado”. Sabrá que la lucha por el poder es despiadada. Las personas van y vienen. Se quedan quienes tejen círculos de poder. Los que se van fueron útiles hasta los límites otorgados por quien maneja el poder, sea este oculto o visible. Además, las empresas e instituciones públicas son impersonales. Las empresas familiares fracasan porque en lugar de la competitividad profesional o la funcionalidad, hacen prevalecer el sentimentalismo. 

Después de 18 años releo el artículo de Vargas Llosa y vuelven los sinsabores. Se pone del lado del agente Bauer por los resultados que logra, sin que nadie –en la ficción– se haga cargo de transparentar su actos. En la vida real, por los resultados conseguidos en la lucha contra el senderismo asesino, esta boca no es mía.