Dante Bobadilla
El último escollo de Sendero
Keiko Fujimori es el último bastión de la libertad

Me sorprende que se sorprendan de la frase del congresista electo de Perú Libre, acusado de terrorismo, Guillermo Bermejo: “si tomamos el poder ya no lo soltamos”. Tampoco debería sorprender su desprecio por la democracia. ¿Acaso no conocen a los marxistas? ¿No saben que la izquierda utiliza la democracia para infiltrar el Estado y hacerlo volar por dentro?
Desde mis primeros días de universitario, a finales de los setenta, conocí a la izquierda cara a cara. Las paredes de la universidad lucían pintarrajeadas con los lemas de la izquierda: salvo el poder todo es ilusión, el poder nace del fusil, guerra popular del campo a la ciudad, viva la lucha armada, etc. Me acostumbré a verlos como seres patológicos salidos de algún manicomio. Se congregaban para gritar, agitando el puño en alto, sus típicas consignas estúpidas: muerte al imperialismo yanki, muerte al Estado burgués, muerte a los explotadores, etc. Por eso no me sorprendió el inicio del terrorismo en los ochenta. Era lo que se anunciaba.
Las intenciones de la izquierda siempre fueron claras. Y lo son ahora mismo. Así que no nos hagamos los sorprendidos. Una parte de ellos siempre quiso la lucha armada y la otra, infiltrar el Estado usando la “democracia burguesa”. Y no eran campesinos ni obreros empobrecidos. Eran gentita bien, de las mejores familias, de barrios aristocráticos y colegios religiosos. Allí estaban los Dammert, Lynch, Letts, Ames, Cisneros, Dancourt, Villarán, Pease, Diez Canseco, etc. La crema y nata de la sociedad que vivía quejándose del capitalismo desde sus privilegios de clase. Al final solo los tontos tomaron las armas. Los vivos se dedicaron a escribir columnas y adoctrinar jóvenes en las universidades, mientras asesoraban gobiernos desde sus oenegés.
Tras la derrota de Sendero Luminoso y del MRTA, la izquierda tuvo que variar sus planes. Había acabado el sueño de la toma del poder por la violencia, iniciado en los sesenta tras el triunfo de Fidel Castro y su apoyo a las guerrillas en Latinoamérica. Cayó el muro de Berlín y el comunismo se desplomó tras la extinción de la Unión Soviética. Malos tiempos para la izquierda latinoamericana. Pero surgió el nuevo mesías Hugo Chávez, nadando en los dólares del petróleo venezolano. Llegó al poder por el voto, tras fracasar en un golpe de Estado a tiros. Solo le bastó engañar al electorado jurando y repitiendo mentiras con el mayor descaro.
La izquierda descubrió que el camino más fácil al poder era aprovecharse de la democracia boba. Guardaron las armas y se disfrazaron de demócratas. Pero no han renunciado a la revolución ni al poder total ni al cambio radical. Empiezan con la Constitución, el control de la prensa y poco a poco van tomando todas las instituciones del Estado. Al pueblo se lo manipula con referéndum para darle rostro democrático al régimen. Las elecciones terminan siendo un trámite bien controlado. Así ha sido en Venezuela, Nicaragua, Bolivia, etc.
Pero casi todo eso ya ocurrió en el Perú. Lo único que falta es el traspaso oficial del poder al senderismo con todas las de la ley. ¿O acaso no hemos vivido una época nefasta de control de prensa y manipulación popular, con referéndum destinado a cambios de la Constitución que debilitaron la democracia de partidos? ¿No tenemos ya las principales instituciones bajo el control de la izquierda radical tras una guerra de bandas y dos golpes de Estado, uno a cargo de Vizcarra y el otro provocado por la turba de marchantes que doblegaron al Congreso? Ya casi lo han conseguido todo salvo por un pequeño detalle.
Lo que la izquierda no calculó es que su estrategia de demolición del fujimorismo no iba a dar los resultados esperados. Para sorpresa y disgusto de la izquierda, la candidata que obstruye sus planes es justamente la que han venido demoliendo sistemáticamente durante los últimos doce años con una maquinaria implacable y perversa. La han cubierto de lodo, la han acusado de las cosas más trilladas, le organizaron marchas de odio, le crearon falsos psicosociales, le dedicaron cientos de caricaturas de las más viles y canallas, la encarcelaron tres veces, allanaron su partido, la señalan como cabecilla de una organización criminal, piden 30 años de prisión para ella, la prensa le saca los trapos sucios de su familia, rememoran las cosas más oscuras de los noventas, la señalan como símbolo del autoritarismo, le cargan el peso de un pasado que no le corresponde, increpan y enlodan a todo aquel que se atreva a brindarle su apoyo. Pero pese a todo eso, allí sigue de pie Keiko Fujimori como el último escollo de Sendero Luminoso y el último bastión de la libertad.
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