Carlos Adrianzén
El problema instalado
La izquierda continúa en el poder

En las últimas dos elecciones presidenciales, cuatro quintos de los votantes rechazaron un tránsito hacia la izquierda (respectivamente, el 76.2% el 2011 y el 77.3% el 2016%). Revisando los resultados podría decirse que la mayoría votó justificadamente asustada. A pesar del rechazo popular, la izquierda se ha instalado en las instituciones del poder empobreciéndonos, de la mano con sus mercaderes preferidos. La historia detrás de esta tendencia es simplona y hasta aburrida. Hagamos memoria. A pesar del agresivo financiamiento bolivariano del 2006 (que no se ha aclarado con seriedad), los electores repudiaron a Humala y su poco prolija Gran Transformación hacia la extrema izquierda el 2006. El 2011, los Humala llegaron al poder maquillando sus ideas con una analgésica hoja de ruta (dizque de centro izquierda) y con el fondeo de enormes presupuestos electorales, que tampoco nadie ha aclarado ajustadamente. Con ellos, la izquierda limeña instauró el acoplamiento de la burocracia, el fondeo fiscal a los medios de comunicación y –por supuesto– una masiva rapiña a todo nivel de gobierno, sin presos.
Con ellos, el crecimiento peruano posnoventas (y la severa reducción de la incidencia de la pobreza) pasaron a ser cosa del pasado. Esto, mientras deprimían la inversión privada, a pesar de los extraordinarios términos de intercambio recibidos. Ya el 2016, la mayor parte de los electores repudiaron electoralmente, otra vez, el gobierno de la izquierda y votaron entre un financista internacional (PPK) y la hija de Fujimori. Ambos supuestamente, caminarían hacia el centro político y revertirían los retrocesos económicos del humalismo. Los electores, en medio de una campaña polarizada, por la habilidad de los medios y por la poca lucidez de los involucrados (PPK y Fujimori), le otorgó al primer grupo el Ejecutivo y al segundo, el Legislativo.
En el papel deberían haber gobernado articuladamente respetando el mandato de caminar hacia el centro y revertir los retrocesos económicos izquierdistas. En los hechos, los pepekausas –haciendo gala de una carencia de inteligencia política– se entregaron a sus enemigos políticos y consolidaron la masificación burocrática izquierdista de la burocracia. Esto, en aras de enfrentar a sus rivales de ocasión. Con las instituciones bajo control, poco después, la izquierda limeña se deshizo de PPK (gracias a su turbiedad) y de la señora K (por su torpeza). Dos por uno, diría un observador frío.
Así, con la complicidad de ambos, el congreso fujimorista colocó a un sinuoso provinciano como el nuevo presidente de la república. A Vizcarra, quien registrando un prontuario similar al de PPK (al menos en materia de corrupción burocrática) resultaba el bolo ideal para mantenerse en el poder sin asumir los costos. En contraprestación, la izquierda limeña lo sostendría con un afiebrado apoyo y el trato selectivo de su burocracia. A cambio, no solo les pagó incumpliendo el mandato por el que fue elegido (revertir los retrocesos económicos y desmontar el control izquierdista de la burocracia), además profundizó los retrocesos y los llevó al nivel siguiente: al de los cambios constitucionales (comercializados mediáticamente como solo reformas políticas); incluyendo a la justificación fáctica de un quiebre constitucional, con Golpe de Estado incluido.
Así llega al poder –seleccionados por el mismísimo Vizcarra– ese Congreso de brújula populista, con los Merinos, Sagastis, Silva Santistebanes, Alarcones, etc. Aquí nótese que mucho peor que la pandemia de origen chino resultó la respuesta de la burocracia izquierdista: una irracional combinación de estímulos de demanda (fiscales y monetarios) con protocolos sanitarios absurdos y sombras de totalitarismo. Pero los noviazgos y otras sombras de Vizcarra lo hicieron pronto descartable y, vía su propio Frankenstein congresal, fue vacado. Aquí se encendieron todas las luces rojas del Foro de Sao Paulo, y a través de la operación Perú se respondió a la interrogante de por qué en Lima no existieron previamente las violentas protestas registradas en otras plazas sudamericanas. Esto, a pesar del ya visible deterioro económico de la plaza, sus crecientes frustraciones y los inacabables escándalos de corrupción.
Sí, estimados lectores, este Congreso había defenestrado al presidente local del Foro de Sao Paulo en Lima. Para ellos esto habría sido algo inaceptable. Así, se atropelló la sucesión constitucional con el congresista Merino, y en pocos días, impusieron a otro congresista –a todas luces alineado con las ideas del Foro– de apellido Sagasti. Es cierto, probaron primero que llegase al poder una activista radical… pero al ser rechazada por los otros congresistas –a pesar de las presiones– se aprobó la presidencia del aludido. Se mantienen los problemas, pero se acaban las protestas
Así las cosas, lo primero que hizo Sagasti fue replicar un gabinete de activistas al estilo Martín Vizcarra. Luego, el pasado domingo habló el nuevo –un hombre de izquierda férrea y hablar cansino– y debe quedarnos claro que las tiene claras. Lo de enfrentar la megarrecesión, desarrollar un combate serio a la pandemia, enfrentar la explosión del déficit fiscal y de la deuda pública; o reducir la severa depresión del comercio exterior y la inversión privada, no le quita el sueño. Es cierto, ofreció palabras anestésicas: que solo cumplirá con administrar dizque limpiamente el proceso electoral en curso; que no tiene mandato para cambiar íntegramente la Constitución; que la informalidad masiva no es mala (léase: que nos resignemos al desempleo abierto); que nos salvarán vacunas que aún no existen; mientras defendió el avasallamiento institucional de la fuerza encargada del orden público. Esto nos deja más certezas que dudas.
¿Pero cuál es el problema con la izquierda instalada? Pues sí, hay un problema y es severo. La evidencia global contrasta que los países que (en mayor grado) eligen o toleran gobiernos opresores de las libertades y propiedades son mucho más pobres y corruptos. Los tremendos retrocesos económicos venezolano, boliviano, argentino, peruano o chileno no son efecto de políticas liberales, ni resultan casuales. Si las elecciones son libres, esta situación dibuja un duro trabajo para quien resulte el sucesor. Deberá desmantelar bases de opresión política y económica en toda la burocracia y de la estructura legal del país. Tremenda batalla que lo enfrentará a enemigos formidables y a un arraigado aparato de resistencia política.
La izquierda local, fácticamente en el poder desde la última década, culpa a otros por el hambre, corrupción y estancamiento que ella ha despertado. En esta campaña nos ofrecerán consolidarse aún más. Es decir, nos ofrecerán más y más populares cambios… para que nada cambie.
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