Carlos Adrianzén

El periodo 2023-2026

La demolición de la economía peruana

El periodo 2023-2026
Carlos Adrianzén
20 de septiembre del 2023


La semana pasada funcionarios del Gobierno, después de negarlo con argumentos
ad hoc, tuvieron que reconocer que estábamos en recesión (al registrarse oficialmente un ritmo de crecimiento anualizado persistentemente negativo). Poco después nos informaron que todo estaba bajo control. Que, con algo de suerte, para fines de este mismo año el crecimiento de la producción nacional resultaría (mínimamente) positivo. 

Paralelamente, desde el MEF, a través del reporte del Marco Macroeconómico Multianual 2023-2026 (MMM), se aceptaba que en los años venideros seguiríamos perdiendo el paso. Es decir, que persistiríamos creciendo por debajo del 7% anual por habitante requerido. 

Proyecciones desenfadadamente ubicadas por debajo de ese ritmo ideal que –ceteris paribus– reduciría significativamente la incidencia de pobreza, mejoraría nuestra distribución del ingreso y nos acercaría, en unas cinco décadas, al umbral de desarrollo económico global.  Merece destacarse que incluso esta proyección oficial –que implicaría crecer apenas alrededor de un 2% per cápita al año– requeriría un entorno global inverosímilmente positivo (en términos de crecimiento e inflación global, términos de intercambio y flujos de comercio, inversión y endeudamiento). Eso sí, con cero esfuerzos en materia de reformas de mercado. La figura se asemeja a la metáfora de un estudiante con notas desaprobadas, que no desea hacer ningún esfuerzo significativo.

Sin desmerecer el esfuerzo profesional de muchos técnicos que bregan por minimizar el efecto de los dislates del Legislativo y de la administración pública post humalista, este diminuto crecimiento despierta optimismos y autocomplacencias locales (que nunca entenderé). La clave aquí está en la miopía que hoy nos caracteriza. Esa vieja práctica de enfocarse en el corto plazo y discutir continuamente si la inflación o el crecimiento del PBI mensual sube o baja, omitiendo las tendencias relevantes. Si abandonásemos esa herencia del keynesianismo bastardo latinoamericano cincuentero), muchas cosas se aclararían (ver figura I). 

Aun omitiendo que, el ritmo de crecimiento del producto per cápita en dólares constantes se redujo desde un promedio anual de 5.7% (periodo 2003-2013) hacia el 1.1% registrado desde entonces, lo que sucedió después dibujó un cambio de rumbo. Un tránsito ideológico hacia la izquierda. Esto, a pesar de que muchos aún repiten la cantaleta que en el Perú se mantuvo el modelo. Como usted debe saber, desde el 2011 la mayor intervención gubernamental en ámbitos económicos y políticos no solo implicó una mayor corrupción burocrática. Implicó una contracción de la inversión privada y extranjera sobre su tendencia, ergo un cada vez menor ritmo de crecimiento en el largo plazo. 

El hoyo –enfocado en la figura– descubre que no solo no hemos recuperado la tendencia lineal 2012-2018, sino que el potencial económico del país se comprimió severamente. En este ambiente, distraernos discutiendo alzas y caídas de crecimientos mensuales, ni fue una práctica inteligente, ni fue algo casual. La autocomplacencia o la resignación (a dibujar otra plaza sudamericana sumergiéndose, al estilo argentino, chileno o mexicano) retroalimentó la miopía. 

Hoy, si realmente apostásemos por salir del hoyo (al que hemos caído a pesar de lo alto de nuestros términos de intercambio) requerimos crecer a un ritmo alto, asociado a una mucho mayor tasa de inversión privada. Y, nótese: esta exigencia enfoca a la inversión minera directamente. Esta, la liebre sobre las que se enervan las otras inversiones sectoriales en nuestro país, ha sido el blanco a tumbar por más de una década. Así, observar la segunda figura, nos aclara por qué estamos en el hoyo.

Sí, estimado lector. Las burocracias de izquierda, desde Humala a Boluarte, han inyectado ideología y trabas al gobierno. Ellos han logrado –hasta dejando de brindar orden público– demoler el crecimiento minero nacional. Y como el gráfico contrasta, –casi– sin que nadie se dé cuenta. Se ha consolidado un problema de largo plazo en términos de potencialmente insuficientes ofertas de divisas y de tributos. 

Y, desde el 2020, han contado con la popular cortina de humo según la cual todo se explica porque enfrentábamos una pandemia global. Pero observar las cifras desdibuja esta ilusión. El quiebre del crecimiento peruano fue ganancia de la profundización de la receta socialista-mercantilista, desde el 2011. Con la pandemia, solo trataron de controlarlo todo… hasta que resultó embarazoso continuar avanzando, con la llegada de las vacunas. Así las cosas, una plaza que recuperó cinco puntos de desarrollo relativo entre 1998 y 2011, se estancó a partir del 2012. 

Hoy, los retrocesos ideológicos son la regla. Por ejemplo, han descapitalizado el Sistema Previsional Privado con retiros sucesivos (usando los ahorros privados en lugar de subsidios estatales); o, han perforado el grueso de los acuerdos de Libre Comercio (con innumerables barreras para arancelarias). El ahorro y la Inversión privada -lógicamente- se estrujaron (ver Figura III). Retroceso tras retroceso, el llamado milagro peruano se desvaneció completamente.

El resto de la historieta -con los accidentados gobiernos de Humala, PPK, Sagasti, Castillo y Boluarte- solo escribe una narrativa opaca. Regresa la corrupción burocrática y prevalecen las ideas de la Izquierda. Y con todo esto, el atraso y el hambre. 

Pero, nótese, la figura IV no dibuja un corolario. Implica un marco político hoy abierto y conflictivo. Ambiente en el que podríamos transitar por un lapso indeterminado. Hoy muchos millones de peruanos y extranjeros están iracundos, desconcertados y empobrecidos. No es casualidad que Sagasti y Castillo hayan recreado un ambiente político pintado para un aventurero radical, irresponsable y vociferante.

Si alguien visualiza que un ambiente económico sellado por un crecimiento mediocre, con una inflación no controlada y patrones de inversión privada desplazados, le aseguraría la supervivencia política a la señora Boluarte, puede estar bastante equivocado. Si no se enfrenta la bomba social heredada, con tres millones de nuevos pobres, la cosa no pinta bien. 

Para Boluarte la opción razonable no implicaría flotar hasta julio del 2026. No llegaría.  Necesita destrabar y posibilitar una descarga de inversiones privadas. Que no lo sepa, es otra cosa. De hecho, hacerlo sería algo incoherente con los antecedentes de una candidata anodina, de izquierda, en un país desprestigiado que opera en una región aún más desprestigiada. Nótese que, para esto, definitivamente no bastarían los road-shows neoyorquinos. 

Paradójicamente, la salida económica hoy es simple. Se logrará, tanto (1) restableciendo el orden público y el estricto cumplimiento de la ley en toda la nación; cuanto (2) desmantelando y revirtiendo las reformas políticas y económicas de la última década en la dirección de una mucho menor opresión.  No hacerlo será lo fácil. No hacerlo, también, será la opción suicida.

Carlos Adrianzén
20 de septiembre del 2023

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